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Crónica desde el Festival de Cannes (22-05-2013)

En el cine suelen funcionar muy bien las metáforas sencillas. Por ejemplo, si se desata una tempestad puede estar relacionada con una situación tensa y si el tiempo, por el contrario, es agradable, la situación es relajada. Aplicadlo al Festival de Cannes y tendréis el panorama en el que nos encontramos tras el loco fin de semana.

El primer fin de semana suele ser el más loco, incluso el más salvaje (este año es para nota, ha habido un tiroteo, robo de joyas, etc.), porque a los “ricos y famosos” (vamos, los que salen por la tele) se suman el resto de los mortales, como periodistas, cortometrajistas, productores, algún comprador, etc., que por lo que sea sólo pueden acudir unos pocos días. Y sí, si no viven exclusivamente de esto, esos días son el fin de semana. Sumadle a esto la increíble cantidad de personas que sólo vienen a ver la alfombra roja por fuera, que no la cruzarán ni verán películas ni harán otra cosa que no sea dedicarse a la caza del famoso.

Cannes no es el paraíso que nos venden por muchos sitios. Cannes es tremendamente clasista y si eres mortal, te lo va a recordar continuamente.

En cualquier caso, ¿hablamos de películas o de hacer cine? Hablemos de ambas cosas.

Porque el festival se está desarrollando como se esperaba que se desarrollara, como sus directores querían que se desarrollara: con la confirmación de que éste es un buen año. Cannes no se puede permitir dos años supuestamente malos seguidos, aunque el pasado realmente no fuera tan malo como se dice, ni éste quizá tan bueno como se espera.

Ozon sí puede permitirse dos películas malas seguidas (ya lo ha hecho, en más de una ocasión), pero venía aquí con la tranquilidad de haber hecho una maravilla (“En la casa”), por lo que la relativa desilusión de “Jeune et jolie” tampoco es tanta, ya hará otra el año que viene. Tampoco es tanta la supuesta desilusión de “Le passé”, de Farhadi, las expectativas desatadas por “Nadar y Sirim …” eran muchas, pero en cualquier caso “Le passé” es una cinta muy francesa, co-producida (casi sin el “co”) por Francia para que Farhadi -aunque haya escrito el guión- realizara una pelicula “de qualité” y eso lo consigue de sobra con el toque teatral que la recorre de principio a fin.

Pero una de las grandes obras vendría a ser precisamente el reverso de la moneda de la cinta de Farhadi: “Like Father, Like Son” (algo así como “De tal palo tal astilla”), de Hirokazu Kore Eda es una magnífica reflexión cómico-dramática sobre la familia. Sólo Kore Eda puede arrancarnos muchas sonrisas y muchas risas con un problema tan terrible como que un hospital se dé cuenta seis años después de que intercambió por error a dos niños cuando nacieron. Kore Eda es el cineasta de los detalles (Farhadi quizá lo sea el de los diálogos tensos, a veces hasta mudos), Kore Eda es por eso el cineasta de los niños, por su forma tan humana y aparentemente liviana de fijarse en los pequeños detalles. Y la humanidad de su cine le hace necesario, y hace necesario que se le premie ya, para que dentro de veinte años los críticos no digan: ¿por qué no se premiaba entonces a Kore Eda?

Más bruscos, solitarios, desgarrados, etc., se muestran los hermanos Coen con “Inside Lewyn Davis”, una maravillosa película, con un estilo muy clásico al igual que Kore Eda (¿será esta la edición del retorno al clasicismo?), una ambientación irreprochable, un protagonista de lujo y una música sensacional. Se ve con mucho gusto, pero el regusto que deja la nueva cinta de los primos lejanos de Emma Cohen es maravilloso, otra de las favoritas para un palmarés que se antoja interesante, cuando aún nos quedan muchos nombres importantes para, esperemos, muchas películas importantes (Polanski, Payne, Jarmusch, etc.).

Por último, quería hablaros de cómo hacer un documental con figuras de madera, de cómo denunciar lo que fue el régimen de los jemeres rojos en Camboya sin imágenes morbosas, de cómo hacer cine de gran calidad, de “La imagen que falta”, del extraordinario Rithy Panh. Viejo conocido del festival (por ejemplo, con “S21, la máquina de la muerte), Panh denuncia sin ambages el genocidio que los comunistas (conocidos como jemeres rojos) llevaron a cabo en Camboya y que él vivió en primera persona. Para ello utiliza figuras de madera que le dan una especial emotividad a su historia. Sensacioanl. Sólo falta preguntarse cuándo será posible que en los festivales de cine aparezcan películas (que ya existen) sobre otras dictaduras que parecen tener, todavía, el beneficio de la condescendencia.

¿Hablamos de hacer cine? ¿De hacerlo en España, en Colombia, en Chile, en Bélgica, …? Lo dejamos para mañana, ¿no os parece? Y así seguimos disfrutando, del mar, del buen tiempo (una vez pasado el fin de semana), de las colas infinitas, de la desorganización y sensación de caos, y sobre todo (y cada uno a su manera) del amor.

Antonio Peláez (Director de Radiocine)

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