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Placeres Inconfesables: Grease (Brillantina) (1978)

Hace unos días me tropecé accidentalmente con «Grease» justo cuando me disponía a apagar la televisión; inconscientemente no pude retirar la mirada de la pantalla, aún habiendo visto esta película un número indeterminado de veces. Intuyo lo que estaréis pensando y la respuesta es «sí, tuve una adolescencia difícil». Mientras disfrutaba nuevamente de este clásico moderno supe que, a pesar del paso de los años y de la mezcla de vergüenza ajena y placer que me provoca su visionado, nunca podría deshacerme de su hechizo.

You're the one that i want, the one that i want, oooh ooooh ooooh

Y es que «Grease» cuenta con un buen número de ingredientes que garantizarían una indigestión monumental en condiciones normales, incluso para los estómagos menos exigentes; pero el resultado es bien diferente para una gran cantidad de los mejores paladares cinematográficos. Los números musicales, la chulería de Travolta y sus T-Birds, y la innegable frescura de la propuesta son capaces de compensar todos los defectos del placer inconfesable al que dedico estas líneas.

No cabe la menor duda de que las macarradas de Danny Zucho y la mojigatería de Sandy son sumamente estereotipadas, pero la bendita torpeza de Kleiser las lleva en ocasiones tan al límite que, lejos de ser molestas, resultan incluso adorables. Y cuando califico de torpe la dirección, no me refiero a la excesiva inocencia o puerilidad de muchas situaciones del film.

Sandy y su visión idílica de lo sucedido durante el verano

Porque cuando «Grease» quiere ser soez y cachonda, lo es; podemos comprobarlo en los gestos obscenos de múltiples parejas durante el baile del instituto; en el número musical en el que, al ritmo de «Greased Lightning», Danny baja del techo del taller con un motor entre las piernas (no hace falta que lo explique…); en los patéticos coqueteos de Vince Fontayne (petulante estrella televisiva que retransmite la competición durante el baile del instituto) con Marty; en el ya mítico «teta, teta, Rydell aprieta, Rydell sí Rydell va, con sus tetas ganará«; o en la descarada actitud de Rizzo a lo largo de todo el metraje.

Travolta hace un despliegue de tocamientos íntimos durante este magnífico número musical

Juventud, divino tesoro; o mejor dicho: una serie de contradicciones que durante un periodo indefinido de tiempo (oscila entre una década y toda la vida) nos hacen parecer signos de interrogación andantes y víctimas de esquizofrenias galopantes; una época de nuestra existencia en que estamos sometidos a la tiranía de las hormonas, pero sin haber perdido aún la inocencia que tanto añoramos cuando pasan los años. Precisamente, uno de los grandes aciertos de «Grease» consiste en reflejar, aunque sea de manera esperpéntica, en qué consiste eso que llamamos adolescencia.

Bien cierto es que la película roza el ridículo en muchas de sus secuencias; incluso llega a adueñarse del término por momentos. ¿Y qué? «Grease» nunca sería la película de culto que es sin Danny Zucho cantando sus penas en un autocine con una pantalla a su espalda mostrando cómo dos trozos de pan de dibujos animados intentan atrapar una salchicha para convertirse en un perrito caliente; tampoco sería lo mismo si Olivia Newton John no hubiera cantado «Hopelessly Devoted» mientras imaginaba el rostro de John Travolta reflejado en una ridícula mini piscina inflable estratégicamente colocada en el jardín de la casa de Frenchie (atención a partir del minuto 2, segundo 41 del video que linkeo bajo estas líneas); ¿qué hubiese sido de este film sin los memorables intentos de Danny por convertirse en un deportista del cual Sandy pudiera sentirse orgullosa? Podría seguir citando ejemplos ad infinitum, pero no creo que sea necesario, ¿verdad?

«Grease» es lo que es, no le demos más vueltas. Su espíritu deliberadamente hortera ha hecho de ella una obra atemporal. Además, a día de hoy ¿a quién no le gustaría protagonizar esos números musicales, independientemente de lo ridículos que puedan parecer fuera de contexto?, ¿quién no daría su brazo izquierdo por bailar con el gracejo de John Travolta?, ¿qué banda sonora habéis escuchado en los últimos 30 años que os haya conquistado como lo hizo la de esta película?, ¿quién ha reflejado con más acierto en la gran pantalla la complejidad de la comunicación entre hombres y mujeres? Porque no olvidéis que en la última secuencia del film, cuando Danny decide cambiar su estética y su actitud para no perder el amor de Sandy, Sandy se viste como una «chica mala» para seducir a Danny. Conclusiones: 1) es mejor ser un macarra que un mojigato, 2) Versión femenina: ¿quién entiende a los hombres?; versión masculina: ¿quién entiende a las mujeres?

Carlos Fernández Castro

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