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Secuencias inolvidables: El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln) o la justicia por su mano

A lo largo de la historia del cine norteamericano, son muchas las películas que han abordado el linchamiento popular : Furia (Fritz Lang, 1936), Incidente en Ox-Bow (William A. Wellman, 1943), Han matado a un hombre blanco (Clarence Brown, 1949), La jauría humana (Arthur Penn, 1966)… Pero ninguna contiene una secuencia sobre el tema tan sencilla y tan bien orquestada como la que analizamos en este texto. Una vez más, el «viejo», el «arcaico», el «primitivo», el «fascista» John Ford realiza un alegato memorable en favor del imperio de la ley frente a los que optan por tomarse la justicia por su mano.

Durante una pelea, un joven apuñala a un hombre armado con un revólver. Se trata de un acto en defensa propia, en el que no hay más testigos que el hermano del superviviente. El sospechoso es encarcelado y se corre la voz de que un individuo ha sido asesinado de una puñalada por la espalda. Son las fiestas del pueblo y el alcohol ha corrido generosamente por las gargantas de los parroquianos. De repente, el presunto homicida es declarado culpable por la voz popular y un grupo de personas se dirige a la cárcel para ajusticiar al asesino sin necesidad de un juicio previo.

Henry Fonda en El joven Lincoln

Con su austeridad habitual, Ford muestra la secuencia de acontecimientos. En escasos planos, asistimos al nacimiento de un linchamiento. Los planos generales de las masas enardecidas son alternados con los de un Lincoln sereno que, tras haberse ofrecido a la familia del detenido como abogado defensor, se abre paso entre el gentío del mismo modo que Moises separó las aguas del mar Rojo. A través de un plano subjetivo, el director nos coloca en la posición del protagonista, enfrentado a una muchedumbre que no parece dispuesta a reflexionar e investigar lo sucedido. El contraplano general que lo sucede expone la situación de desventaja del futuro presidente.

A partir de ese momento, un suave contrapicado eleva a Henry Fonda sobre el nivel de los linchadores y le coloca en una posición de superioridad moral que es confirmada a través de unas brillantes lineas de diálogo. La sucesión de plano/contraplano entre el abogado y el gentío es interrumpida por un encuadre dedicado a la familia del supuesto culpable que otorga una mayor autoridad a la intervención de Lincoln. A medida que sus palabras cobran fuerza, el tono de voz renuncia a la imposición. Entonces los contraplanos generales de los exaltados se convierten en planos individuales de unos ciudadanos que, avergonzados por su comportamiento y liberados de su trance animal, vuelven en si y abandonan el impulso que les llevado al borde del delito.

Ford remata la secuencia de la manera más sencilla: un plano general en el que un Henry Fonda inicialmente rodeado de paisanos queda como única persona frente a las puertas de la prisión donde el acusado suspira de alivio. A través de una dirección y un montaje guiados por la sobriedad, John Ford expresa la grandeza de una personaje histórico y recrea unos acontecimientos que si no sucedieron de la manera que muestran sus imágenes debieron haberlo hecho.

Carlos Fernández Castro

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