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Secuencias Inolvidables: «Hasta que llegó su hora» (Once upon a time in the west)

Alcanzada la celebridad gracias a su simbiosis fílmica con Ennio Morricone y Clint Eastwood, Sergio Leone consigue desembarcar en Estados Unidos –meca de la cinematografía mundial-, para financiar su siguiente proyecto profesional. Sin embargo, “Once Upon a Time in the West” no aparecía ni remotamente en los planes del cineasta italiano. La genial película que hoy nos ocupa, por el contrario y curiosamente, nace allí como bendita imposición del capital yanqui.

A Leone, que realmente ansiaba rodar “Érase una vez en América”, Paramount Pictures le impone filmar primero otro de sus operísticos –y ciertamente lucrativos- spaghetti western. El romano, lejos de amilanarse ante tal tesitura, trama una segunda e inolvidable trilogía temática como solución. Y en “Hasta que llegó su hora” –capítulo inicial de la misma-, rinde su particular homenaje al western norteamericano que tanto admiraba.

Para ello, Leone decide escarbar en los orígenes de la nación americana –a través de alguno de sus más simbólicos episodios históricos-. Como consecuencia, su set se muda parcialmente del desierto almeriense y Cinecittá, al celebérrimo Monument Valley -como queda constatado en la preciosa imagen precedente-.

Sin embargo, el transalpino no pierde la costumbre de dotar la historia a narrar, de ese singular toque travieso que vertebra su obra en conjunto. Ese genial pacto tácito entre sutil surrealismo y novela gráfica.

Para resumir e ilustrar mejor a que me refiero, déjenme desgranar la mítica escena que sirve de apertura para “Once upon a time in the west”, maravillosa muestra de cuán sugestiva es la pausa en el western y perfecto resumen del ideario fílmico de su creador.

En una desvencijada estación ferroviaria, esperando a que cierto anónimo pasajero se apee -posiblemente el tipo a quien deban ajusticiar-, tres vaqueros toman estratégicas posiciones y mascan la tensión previa a la emboscada.

Leone comienza entonces a disparar una incontable retahíla de referencias cinematográficas, y a jugar inmisericorde, con el estupefacto espectador. ¿Cómo? Pongamos un ejemplo. Uno de sus implacables cowboys es interpretado magistralmente por el gran Woodie Strode, rostro más que habitual entre los personajes más honestos del Hollywood de la época; y por tanto antítesis -al menos a priori- del papel que le tiene reservado «Once upon a time in the west».

La leyenda habla incluso de que las verdaderas y aún más ambiciosas intenciones de Leone, pasaban por contratar a Eastwood, Van Cleef y Wallach -su bueno, su malo y su feo- para la terna de furibundos vaqueros que atacan de improviso a Charles Bronson. Con ello, Leone hubiera hecho gala de una iconoclastia y sentido del humor sencillamente colosales. Su empresa, de todos modos, no queda en mera anécdota cinéfila, al conseguir que Woodie Strode, Jack Elam y Al Mulock, colaboren sobresalientemente en pillar con el pie cambiado a la mayoría de los espectadores.

Sin embargo, no será ésta la última vez que Sergio Leone utilice este efecto sorpresa para atentar, dulce y mordazmente, contra el inconsciente cinematográfico del público. La elección de Henry Fonda -viva imagen de la bondad- como pérfido malvado de la cinta, consigue sublimar esa provocativa y brillante intención.

Jack Elam fue uno de los principales artífices de que Henry Fonda aceptara su papel en “Once upon a time in the west”. A su vez, Fonda recomendaría a James Coburn que aceptara ser el protagonista de “Agáchate maldito” -a la postre, último western del genio romano-. Cadena de favores lo laman. Bendita cadena.

En la fotografía inmediatamente inferior podemos ver en primer término a Al Mulock, actor habitual entre el elenco de secundarios del spaghetti western almeriense.

Mulock terminaría trágicamente sus días suicidándose en Guadix, en pleno rodaje de “Hasta que llegó su hora”. El intérprete era adicto a las drogas y no pasaba por su mejor momento personal cuando tomó tan drástica e irreversible decisión. Incapaz de encontrar la dosis que calmara su mono, el canadiense arrojó su quejumbroso cuerpo por la ventana de su habitación. Las malas y bien informadas lenguas afirman que Leone, únicamente preocupado por la extrema perfección de su obra, ordenó que antes de que se trasladara a Mulock al hospital más cercano, se le despojara a toda costa de sus atuendos. Otra persona, de hechuras similares, trataría de simular su presencia en las tomas que aún le quedaban por rodar. Insensible y pragmático detalle, desde luego.

Y llegamos en este preciso punto, a la crucial parcela musical. Y es que, otra de las novedosas y sagaces estrategias narrativas que Leone emplea a la hora de arrancar «Hasta que llegó su hora», pasa por sustituir sus habituales leitmotiv musicales por un mucho más inquietante, original y reseñable minimalismo sonoro.

Siendo vital la música para el desarrollo de sus obras –llegando incluso a determinar el tono esencial de gran parte de las mismas-, es de destacar el modo en que ésta actúa en la escena inicial de “Once upon a time in the west”.

Morricone –en connivencia con Leone-, opta por incorporar (inspirado en los preceptos experimentales de John Cage), los sonidos propios de aquellos elementos que intervienen en la secuencia. Así, la tensión vigorizante de aquello que en pantalla sucede, procede en su mayor parte, del sonido amplificado del crujido de la madera, del zumbido de una mosca o del inquietante traqueteo del telégrafo ferroviario.

Pie de página y velado spoiler por duplicado: Descerrajarle un tiro a quemarropa a Elam, cuestión de principios para Charles Bronson.

A partir de aquí, y como ya deben intuir o saber fehacientemente, personajes hipercarismáticos, Morricone agrandando la leyenda, frases lapidarias, primerísimos planos, una Claudia Cardinale pecaminosamente bella y un final antológico. De hecho, a la altura de ésta, su inolvidable, emblemática y personalísima apertura.

Puro cine. Puro Leone, amigos.

Alberto G. Sánchez – pelucabrasi – @pelucabrassi

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1 Comentario

  1. gran crónica, gran obra de arte, todo lo que se diga es poco.