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Crónica desde el Festival de Cine de San Sebastián 2018 (27 de septiembre)

A pesar de haber llegado cinco días después de la inauguración de la 66 edición del Festival de Cine de San Sebastián, he intentado ponerme al día con la sección oficial y alguna que otra perla. El balance ha sido de los más satisfactorio (Claire Denis, Isaki Acuesta, Bi Gan), si olvidamos la última y prescindible película de la noche: una desangelada película argentina basada en hechos reales y con escasas pretensiones artísticas.

66 festival de cine de san sebastian

El inicio de la jornada no podía ser más estimulante: había llegado el momento de comprobar si la francesa Claire Denis había regresado a ese cine tan personal y reconocible que la había convertido en una de las cineastas europeas más interesantes de las últimas décadas. Tras la aceptable Un sol interior (2017), High Life recupera gran parte de las constantes narrativas y estéticas de películas como Trouble Everyday o Los canallas. El deseo, la familia y la sensación de ser un extranjero en tierra de nadie se fusionan con varias reflexiones éticas sobre los límites de la ciencia respecto a la experimentación y la creación artificial de vidas humanas. El resultado es una película hermética y de atmósfera opresiva que parte de la oscuridad para desembocar en el nacimiento de una segunda oportunidad e incluso del amor más puro. Sus planos cerrados y la fuerza visual de sus composiciones siguen permitiendo que el espectador sea capaz de tocar la piel de los personajes, sienta su angustia y sienta el subidón de adrenalina que solo provocan los estallidos de violencia. Interesante como a partir de una prisión espacial se puede articular un discurso sobre el origen de aquellos estados que construyeron sus cimientos sobre unos pilares podridos y actualmente lideran el mundo.

Siguiendo con la sección oficial, opté por enfrentarme al visionado de Entre dos aguas sin haberme enfrentado previamente a las vivencias que sus dos protagonistas habían experimentado hace unos años en La leyenda del tiempo. Isaki Lacuesta retoma unos personajes y unas vidas que huelen a verdad. Según indican su ficha y las entrevistas con su director, estamos ante una película de ficción. Sin embargo, sus imágenes tiene la vocación de un documental cargado de autenticidad. Como su título indica, seguimos las vidas de dos jóvenes hermanos de etnia gitana que, a pesar de compartir el mismo punto de partida, han llevado sus vidas por caminos bien diferentes: el de la delincuencia y el de una vida honrada. Ambos se desenvuelven en un entorno hostil y cuentan con sus propias familias, pero se enfrentan a sus circunstancias de maneras diametralmente opuestas. Lacuesta te atrapa en un mundo al que no perteneces e invita a reflexionar sobre realidades sobre las que nunca pensaste.

La tarde me deparaba una gran sorpresa en la sección Zabaltegui. Y es que uno jamás está preparado para experiencias como el visionado de Largo viaje hacia la noche. De nada servían las advertencias de aquellos que la habían degustado en Cannes. Ni siquiera la anterior película del director chino, la más que notable Kaili Blues (2015), auguraba un segundo largometraje tan deslumbrante. Se trata de una película enigmática y prácticamente indescifrable que en sus primeros compases recuerda estéticamente al cine de Wong Kar-wai. Según transcurren los minutos, Bi Gan reclama su sello personal, sorprendiendo con sus soluciones visuales y secuestrando la curiosidad del espectador a través de una propuesta que deambula entre el cine negro y el drama romántico para desembocar en un realismo mágico tan delirante como hipnótico. Y es que si sus primeros compases seducen por su elegancia y carácter críptico, la segunda mitad conquista los sentidos del espectador a base de una excepcional gestión del espacio narrativo y una milagrosa puesta en escena que recurre al plano secuencia para dar unidad y cohesión a este tramo rodado íntegramente en 3D. ¿Para qué aferrarse a una realidad frustrante si uno puede quedarse a vivir en un sueño donde todo es posible?

Por último, me permití el lujo de degustar una de las famosas Perlas del festival y tuve que resignarme a terminar la jornada con el sabor agridulce que deja el visionado de El ángel. Película argentina basada en hechos reales que, siguiendo la estela de películas como El clan, se centra en la figura y las hazañas de un joven delincuente de los años 70. Desde una perspectiva desenfadada y sin ánimos de trascender, la película destaca por unos ramalazos de humor negro que aportan las únicas notas de originalidad a una película abonada a demasiados lugares comunes, tanto argumentales como estéticos.

Carlos Fernández Castro

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