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Palmarés y crónicas desde el Festival Internacional del Cine de Las Palmas de Gran Canaria 2018 (del 12 al 15 de abril)

El palmarés hecho público el pasado sábado en una modesta ceremonia celebrada en el Teatro Pérez Galdós, puso un año más la nota agridulce a una sección oficial a concurso cuyo nivel nos parecido notablemente inferior al de otros años. Y decimos agridulce porque, como ya se ha convertido en norma de este festival, el jurado ha querido contentar a todo el mundo repartiendo de forma previsible los premios mientras se guardaba el galardón principal para dar la nota de color al conjunto. Acaso nuestra discrepancia con el fallo sea más una cuestión “política” acerca de lo que debe o no distinguir y ser reconocido por un festival de cine. En todo caso, la propia composición del jurado por parte de la organización también forma parte de aquello que define a un festival, y es obvio que esto, en última instancia, repercute directamente en los premios. ¿O acaso la Mostra de Venecia de 2012 no podía prever que con la presencia de Marina Abramović en el jurado el León de Oro recaería en Pietà de Kim Kim Duk en detrimento de la favorita The master de Paul Thomas Anderson?

THE-BOTTOMLESS-BAG

Pero en fin, antes de entrar en detalle con la relación de premios, y aunque ninguna de ellas haya sido finalmente galardonada, es justo que hagamos un breve repaso a las últimas películas proyectadas en el marco de la sección oficial. La sesión del jueves se inició con la que quizá haya sido la cinta más controvertida de la muestra, o al menos, la que ha despertado sensaciones más dispares entre los asistentes: The bottomless bag del ruso Rustam Khamdamov. La película adapta libremente el relato de Akutagawa Ryūnosuke En el bosque, mundialmente conocido por la versión que de él hiciera el maestro Akira Kurosawa bajo el título de Rashōmon. Aquella historia de visiones contrapuestas sobre el asesinato de un hombre, bien por su propia mano, por un bandido codicioso o por su mujer repudiada, abandona en manos de Khamdamov su valor reflexivo acerca de la insustancialidad del concepto de verdad, para convertirse en un juego de salón con referencias (declaradas) a Borges y Las mil y una noches. Un poco a la manera de aquellas tardes de asueto entre Lord Byron y Mary Shelley, en las que el viejo arte de narrar era subvertido en un mero, aunque fructífero, divertimento aristocrático. El relato, de hecho, se inserta en mitad de una larga conversación entre un noble aburrido y una dama con capacidades adivinatorias, a la que hace llamar a sus aposentos para satisfacer su curiosidad respecto a la auténtica identidad del asesino. En las estancias anexas del palacio, una serie de personajes que nunca llegan a identificarse ni cumplen función alguna en la narración, introducen con su presencia un tono de irrealidad al film que subraya su condición de simulacro. Todo ello filmado en un blanco y negro de alto contraste que se balancea por momentos entre la modernidad onírica de un Tarkovsky (El espejo) y la solemnidad silente de un Lang (Los nibelungos). Sin embargo, y pese a sus aciertos, uno siente que el juego metanarrativo no termina de funcionar; que la aparente riqueza del relato y sus imágenes desprende cierto tono de forzada impostura; y que su preciosismo visual busca, precisamente, disfrazar esta falta de autenticidad con una pátina de falsa qualité.

BARLEY-FIELDS

Mucho más sincero en todos los sentidos, nos pareció el debut en la dirección del chino Tian Tsering. Rodada con actores no profesionales, Barley Fields on the Other Side of the Mountain, cuenta la historia de Pema. Una adolescente que vive junto a sus padres, su abuela y su hermana menor en una pequeña población agrícola del Tíbet, dedicada principalmente al cultivo de la cebada. Pema se siente muy unida a su padre, un hombre culto y honrado, muy respetado en la comunidad por su liderazgo y activismo político contra la ocupación china. Tras participar en una movilización de protesta, es detenido por el ejército y enviado a cumplir condena lejos de su familia, lo que deja a Pema en un estado de profunda conmoción. Apoyada por una monja buddhista de su misma edad con la que inicia una relación de complicidad y confesiones mutuas, la tristeza empieza a dar paso a la esperanza y en su corazón se enciende la llama de la libertad. Su mirada se lanza entonces hacia los campos de cebada del otro lado de las montañas: las tierras libres de la India, donde ella y su hermana menor pueden comenzar una nueva vida lejos del yugo chino. La sencillez y honestidad de su puesta en escena, con profusión de primeros planos y hermosas estampas del los valles y montañas del Himalaya, la hacían una perfecta candidata para cubrir esa cuota de retrato humano y denuncia política que tanto gusta a los jurados, aunque en esta ocasión no ha sido así.

EL-ESPANTO

Igual suerte ha corrido el hilarante documental El espanto, obra de Martín Benchimol y Pablo Aparo, cuya presencia en la sección oficial, aunque divertidísima y refrescante todo hay que decirlo, resulta aún hoy desconcertante. Articulada en un tono ágil que evoca el formato de entrevista jocosa propio de algunos reality-shows de nuestro panorama televisivo (no hace falta decir cuáles), la película retrata una comunidad rural argentina bautizada con el cinematográfico nombre de El Dorado, en la que a falta de una asistencia médica inmediata, sus habitantes declaran conocer y practicar diferentes remedios e invocaciones sanadoras que curan a sus convecinos de cualquier afección. Todas a excepción de una: el espanto. Una extraña dolencia a medio camino entre la depresión y el shock postraumático que ellos aseguran sólo afecta a las mujeres, y que suele sobrevenir después de alguna experiencia sobrenatural tal como el encuentro con luminarias o ciertas apariciones espectrales. En la región sólo hay alguien capaz de curarla: un viejo jornalero anacoreta y de perfil rasputiniano llamado Jorge. Siempre expectante junto al portón de su decrépita hacienda en espera de mujeres provenientes de todas partes para que las sane con sus poco ortodoxos métodos. Por supuesto, nunca las de El Dorado, como ellas misma se encargan de asegurar; menos aún hombres, aunque… Con la duda constante y nunca resuelta de estar ante un falso documental, la aceptación de lo que se nos cuenta se convierte en un acto de fe no exento de cierto placer culpable. El espectador no sabe si Benchimol y Aparo se están burlando de las peculiaridades de los pueblerinos, si todo forma parte de una gran farsa o si simplemente la realidad supera a veces los límites de lo creíble. Quien ha vivido en un pueblo sabe que a veces, las cosas, por muy inverosímiles que puedan parecer, simplemente suceden y suceden así.

TRANSIT

El último trabajo de Christian Petzold puso broche final a la sección oficial con la más convencional de todas las obras expuestas – más incluso que la propuesta iraní, que ya es decir. Basada en la novela homónima de Anna Seghers, Transit recrea la fuga de refugiados a través del puerto de Marsella en los primeros días de la ocupación nazi, pero trasladándola al contexto actual. Es decir, no recreando un momento pasado, sino mostrando la posibilidad de que eso mismo suceda en el mundo de hoy con la misma problemática y las mismas dificultades de entonces. Georg, el protagonista, es un joven alemán que huye hacia el sur con un escritor de filias comunistas llamado Weidl, cuya esposa Marie le espera en Marsella para huir hacia México. Pero Weidl fallece por el camino y Georg, deseoso de sobrevivir, asume su identidad falsificando su pasaporte y robando el visado del muerto. El destino hace que se tropiece accidentalmente con Marie y el amante de ésta, a quien ella no quiere acompañar en la huida por querer permanecer hasta el final junto a un marido cuyo fin desconoce, y que Georg, enamorado de ella, teme revelarle. El interés inicial de la propuesta, con claras reminiscencias a Casablanca, Pasaje a Marasella y otros títulos emblemáticos de los años de la guerra, se diluye en una puesta en escena impersonal que desaprovecha el enorme potencial que introduce el cambio de tiempo histórico. Uno no puede evitar imaginarse a Walter Benjamin y Hannah Arendt departiendo sobre la fuga y el suicidio por los consulados y los rincones lúgubres de los cafés, mientras las nazis de hoy aparecen travestidos con el uniforme de nuestros actuales cuerpos de “seguridad” del estado. Pero más allá de esto, la historia resulta tan manida, tan desapasionada y mil veces vista, que resta interés a todo lo demás.

Con esta pléyade de propuestas sobre la mesa, el jurado internacional presidido por el realizador colombiano Luis Ospina e integrado por los también cineastas Radu Jude y Anastasiya Kharchenko, el director del festival de Gijón Alejandro Díaz Castaño, y la actriz Esther Elisha, vino a confirmar las previsiones más conservadoras. La Lady Harimaguada de Plata y el José Rivero al mejor nuevo director, recayeron este año en la china The widowed witch. Una de las principales favoritas como ya observamos en su momento, cuyo palmarés se completó con el premio a la mejor interpretación femenina para Tian Tian, quien se impuso a su principal competidora en la categoría, Ornela Kapetani, protagonista de Daybreak. La cinta albanesa logró, no obstante, una mención especial del jurado que, pese a no resultar sorprendente, resulta a todas luces un reconocimiento demasiado elevado. Por otra parte, la iraní No date, no signature cubrió todas las expectativas alzándose con el previsible premio al mejor actor y un todavía más previsible premio del público. Respecto a este último, se nos permitirá tirar de la sabiduría popular para decir aquello de que “uno sabe bien las cabras que guarda”.

Y así llegamos al título de honor, la Lady Harimaguada de Oro, que este año ha recaído en The green fog, de Maddin, Johnson y Johnon. Ya habíamos advertido tras su visionado que, a la vista del éxito obtenido aquí hace unos años con The forbiden room, el último trabajo de Maddin podía acabar siendo reconocido de algún modo por el jurado, y así ha sido, a pesar de que Ospina se esforzó en aclarar durante la lectura del fallo que éste no había sido por unanimidad – mala señal. La polémica suscitada en algunos entornos (¡a estas alturas!) sobre si un trabajo de found footage debería o no ganar un certamen de estas características nos parece tan impertinente como estéril. Cuestión distinta es si este trabajo en particular lo merecía, y sobre todo, si su calidad era superior al del resto de películas en liza, cosa que francamente dudamos. A título personal, nos entristece observar que una obra de la sensibilidad y belleza de Namme, a la cual hemos venido defendiendo desde esta tribuna, no haya sido reconocida, no ya con el máximo galardón, sino con algún tipo de distinción o nombramiento especial. En ocasiones, los jurados pecan de querer ser los más vanguardistas, o como diría alguno, de querer ser “más modernos que los propios modernos”. Otras veces, se presentan como los más concienciados con la situación del mundo y el poder contestatario y de denuncia política del cine. En ambos casos, al final, siempre acaban perdiendo los mismos.

Aythami Ramos

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