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Chicago años 30 (Party Girl) (1958)

chicago-anos-30Nota: 7,5

Dirección: Nicholas Ray

Guión: George Wells

Reparto: Robert Taylor, Cyd Charisse, Lee J. Cobb, John Ireland, Kent Smith, Claire Kelly

Fotografía: Robert Bronner

Duración: 99 Min.

Como siguiendo los pasos de sus criaturas marginales, arrinconadas por una sociedad hostil hacia su sensibilidad natural, Nicholas Ray atravesaba una mala racha artística después de haber experimentado graves problemas con los productores de sus últimas dos obras, Amarga Victoria –por la que no obstante Jean-Luc Godard le había dedicado su célebre elogio “el cine es Nicholas Ray”- y Muerte en los pantanos -de la que sería finalmente despedido y buena parte de su trabajo descartado-.

Ese desencanto, que se agudizará en el ya cercano periodo de decadencia cinematográfica del frágil Ray, así como la necesidad del director de recobrar la seguridad en sí mismo, facilitarían su retorno al estable seno de una major -la MGM- y un género -el noir- que le había proporcionado material para numerosos filmes precedentes, si bien sometido a su mirada henchida de trágico romanticismo: Los amantes de la noche, Un secreto de mujer, Llamad a cualquier puerta, En un lugar solitario o Nacida para el mal. Además, Chicago años treinta significa la experimentación de cierta nostalgia de una época, tanto en el aspecto personal como cinematográfico, acorde a unos tiempos en los que el séptimo arte recuperaba a las grandes figuras del hampa de los años veinte y treinta –su edad de oro en el celuloide, entonces estelarizadas bajo seudónimo en su mayor parte-, con ejemplos como Baby Face Nelson, La tigresa de Texas, Al Capone o La ley del Hampa.

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No obstante, Ray encontraría a su llegada que el libreto de Chicago años 30 estaba ya concluido y listo para rodar. Es decir, sin lugar para que desarrollase demasiadas injerencias en sus líneas, en las que se narra la historia de un abogado de la mafia que parece inspirarse en el Dixie Davis que había sido representante legal del gánster Dutch Schulz para luego convertirse en informante de las fuerzas del orden, en tanto que su antagonista en la cinta recuerda en algunas acciones violentas al infame Capone.

A pesar de ello, el relato parece ajustado a las inquietudes recurrentes del cineasta, puesto que, en esencia, se plantea en él la lucha de dos amantes que encuentran en su romance desesperado la única vía de redención personal y la única válvula de escape posible para luchar contracorriente contra el sistema corrompido que les humilla y asfixia. Aunque en el filme no emprendan una huida literal, la bailarina Vicky Gaye (Cyd Charisse) y el letrado Tommy Farrel (Robert Taylor) son forajidos que se echan al camino para intentar dejar atrás una existencia agónica y traumática. Al mismo tiempo que establece una relación de oposición cromática entre ellos –la sensual Vicky arropada por tonalidades ardientes, el calculador Farrel por gamas gélidas-, Ray dibuja los paralelismos que emparejan su situación privada, en la que los dos ejecutan espectáculos para disfrute de la mafia, bien mediante coreografías eróticas, bien mediante despliegues de palabrería capaces de ablandar a cualquier jurado; ambos con las piernas como herramienta de seducción –esta vez, bien por su belleza, bien por la compasión que despierta una cojera, otro de los símbolos metafóricos de la vida torcida que arrastra dolorosamente el personaje y ruda explicación psicológica de su obsesión por conquistar a la carrera las cumbres sociales a las que teóricamente le veta su tara física-.

Al respecto, las alusiones a la prostitución resultan sorprendentes, porque son tan evidentes –pese al inevitable velo metafórico- como agresivas en su contenido, dedicadas recíprocamente por cada uno de los amantes durante sus primeros movimientos de aproximación, capaces de desmoronar hasta los cimientos su existencia presente para, a partir de ahí, regenerarla a través de la virtud de su amor.

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Quizás dando crédito a los rumores que habían situado como uno de los candidatos a dirigir la cinta al todoterreno Robert Wise –que tendrá en el género musical dos de sus obras más populares: West Side Story y Sonrisas y lágrimas-, Ray muestra más interés por emplear esta paleta de color a modo de refuerzo dramático, por componer planos líricos y expresivos, y por engrasar la narración mediante elegantes elipsis, que por llevar a cabo los números de baile reservados a priori para explotar el atractivo y el talento coreográfico de Charisse pero que en realidad poseen una férrea coherencia dentro del filme, y en los que Robert Sidney, sea como fuere, asumirá las riendas.

Por encima de los lugares comunes que aparecen en el guion, la de Chicago años 30 no es una realización exactamente nostálgica, pese a lo que se pudiera sospechar en un primer momento: ni los bailes son un ejercicio de recuperación de tiempos pasados, ni la música concuerda con el espíritu de la década en la que se ambienta la acción, ni la gramática formal trata de imitar los rasgos del cine coetáneo –si acaso, por citar algo, sí podría considerarse propio de aquel entonces el desquiciado histrionismo de Lee J. Cobb en su interpretación del villano mafioso de turno, así como el nombre de este ‘Rico’ Angelo, semejante al icónico ‘Rico’ Bandello de Hampa dorada, apodo que precisamente inspiraría el acrónimo de la Ley RICO contra el crimen organizado, aprobada en los Estados Unidos en 1970-.

Aquí también podría encuadrarse el retrato de Vicki Gaye, en el que Charisse acomete un papel femenino que también se rebela contra el estereotipo por su fortaleza personal y su orgullosa independencia, de igual manera que el libreto arranca con un claro compromiso feminista en su denuncia del tremendamente degradante contexto de las mujeres en la industria del espectáculo, reducidas a simple mercancía, objeto de consumo en fiestas y material desechable, tal y como refleja una escena inicial donde los lugartenientes del capo eligen damas de compañía como quien va a la compra, en las turbias confesiones del camerino, en el alegórico asesinato de Jean Harlow o en el gráfico suicidio que termina por cometer una de ellas. Elementos de enorme potencia crítica que, sin embargo, se relajan a medida que avanza el metraje y el argumento vira hacia esta redención compartida entre la chica de alquiler y el encantador de serpientes, arrepentidos del microcosmos de inmundicia moral en el que sobreviven.

Este sistema pernicioso del que huyen arroja asimismo un desaforado pesimismo debido a que, en su camino de fuga, Farrel y Gaye no hallan ‘buenos’. El dibujo del fiscal que combate al sanguinario gánster no es en absoluto complaciente, sino que en sus ambiciones se percibe un cínico maquiavelismo que lo convierte en un personaje bastante dudoso en sus intenciones y sobre todo en sus procedimientos. En otro escollo, en conclusión, que traba la liberación íntima de esta pareja de antihéroes en busca de su dignidad en un mundo que carece por completo de ella.

Víctor Rivero

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