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El Diablo sobre Ruedas (Duel) (1971)

el diablo sobre ruedasNota: 8

Dirección: Steven Spielberg

Guión: Richard Matheson (Novela: Richard Matheson)

Reparto: Dennis Weaver, Lou Frizzell, Tim Herbert, Jacqueline Scott, Eddie Firestone

Fotografía: Jack Marta

Duración: 93 Min.

Hubo un tiempo en el que el señor Steven Spielberg, ahora todopoderoso director y empresario, no era más que un tímido y prometedor joven que había dejado la universidad para trabajar en televisión.  Corría el año 1968 y los tradicionales grandes estudios no vivían tiempos muy felices. Pero fue la división televisiva de uno de ellos, la Universal, la que se decidió a contratar a ese estudiante que daba vueltas  por sus pasillos: los directivos de la compañía vieron el interesante corto que había rodado el chico ese año, «Amblin», y se decidieron a ofrecerle un contrato. Spielberg aceptó y empezó a trabajar en varias series y telefilmes. Su buena trayectoria no empezó a ser realmente relevante hasta 1971, año en el que, debido a la confianza del estudio y a la insistencia del muchacho por rodar un largometraje, dirigió una producción para la cadena ABC que acabó dando la vuelta al mundo y colocando en la industria a ese oriundo de Cincinatti: «El diablo sobre ruedas».

Fue el propio Spielberg el que convenció a Universal de hacer realidad el inquietante guión que había escrito Richard Matheson, mítico novelista y guionista, a partir de su propia historia corta. A pesar de su relativa inexperiencia, de contar con un presupuesto bastante limitado (450.000 dólares aprox.) y de tener menos de dos semanas disponibles de rodaje, sabía que podía sacarle provecho a ese material tan particular. Y vaya si lo hizo. «El diablo sobre ruedas» obtuvo ese inesperado reconocimiento principalmente por la serie de habilidades que demostró Spielberg contando y traduciendo en imágenes la buena historia de Matheson. Unas interesantes capacidades que poco después se desarrollarían, y convertirían  a ese veinteañero en uno de los directores más destacados de la década.

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Un hombre de mediana edad llamado David Mann (Dennis Weaver) se encuentra realizando un viaje en coche por trabajo. De repente y tras un simple adelantamiento, empieza a ser perseguido por un gran camión cisterna. Una persecución por carretera que va subiendo de intensidad y acaba convirtiéndose en una caza sin límites. Este cerrado marco narrativo es el que permitió a Matheson arrinconar al lector de su novela: coloca a un hombre que puede ser cualquiera – el apellido del protagonista ya da alguna pista – frente a una situación cotidiana que se ve alterada de forma totalmente inesperada. Es decir, el descarado objetivo de «El diablo sobre ruedas» es llevar al extremo el mecanismo de identificación cinematográfica con el protagonista: ¿cómo es posible que esté ocurriendo esto?, ¿qué haríamos nosotros ante una situación parecida?.

El principal mérito de Spielberg consistió en lograr mantener esa tensa sensación durante 90 minutos, sin que la clásica intriga que había creado Matheson se viese resentida. El joven director tenía que ponerse al servicio del planteamiento original y servirse de él para aprovechar sus virtudes y esconder sus limitaciones narrativas. A nivel técnico, esto se hizo intentando proponer primero una buena variedad de tipos de plano y ángulos de cámara. Tanto dentro del coche de David como en la carretera, la diversificación de perspectivas cumple el objetivo de alimentar esa sensación de que el peligro puede llegar desde cualquier sitio, acechando por el retrovisor. El buen trabajo de planificación se completó con el recurso contrario; utilizar algunos planos concretos de forma recurrente. Spielberg combinó los primeros planos de David, recurso que ya estaba perfeccionando en su etapa televisiva anterior, con los planos generales de ambiente que tan bien utilizaban los directores que admiraba (John Ford y Howard Hawks, principalmente). Un contraste que le da mucho más significado y presencia a los dos tipos de plano. El uso del montaje paralelo, típico de las persecuciones, se dosifica a merced de los estados de ánimo de David, característica que también ayuda a sostener la incertidumbre en el espectador.

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La construcción y evolución de la trama están planteadas con inteligencia; no solo por la lograda identificación con el protagonista, sino por las herramientas narrativas que se emplean a lo largo de la historia. Al más puro estilo hitchcockiano, el truco principal de «El diablo sobre ruedas» radica en la manera en la que se gestiona la información de la que dispone el espectador. La decisión de no mostrar en ningún momento la identidad del conductor del camión es absolutamente paradigmática en este sentido; potencia la insatisfacción y el misterio de estar enfrentándote a un ente desconocido, a un monstruo impenetrable.  Así juegan con nosotros Matheson y Spielberg a lo largo de toda la película, llevando el drama central por una carretera que se va haciendo cada vez más y más estrecha.

La sensación es que, efectivamente, el suspense, piedra angular de los logros de «El diablo sobre ruedas», no te da -por suerte- ni un respiro. Eso no ocurre también por la decisiva y calculada contribución a la causa de los momentos en los que se para el cuentakilómetros: las secuencias en las que los coches están aparcados, en las estaciones de servicio, comunican otras sensaciones con respecto a las que están rodadas con el coche en marcha. El cambio de espacio aporta nuevos matices al personaje de David, que va haciéndose consciente del problema en el que está metido. Son situaciones percibidas como absolutamente claves, en las que todos los pequeños detalles cobran una importancia capital.

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Aunque irremediablemente descreídos de la retórica del sueño americano, es difícil que una persona que se enfrente hoy a su primer largometraje no se ilusione pensando que hace más de cuarenta años un chaval de Ohio pudo completar este debut detrás de las cámaras. Quizás no estaríamos hablando de ella -ni posiblemente la habríamos visto – si su director no hubiese llegado después a donde ha llegado. Sin embargo, «El diablo sobre ruedas» es una obra de culto por méritos propios, una fuente de inspiración que se mantendrá siempre valiosa y actual.

Arturo Tena –   @artena_

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