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Elle (2016)

poster-de-elleNota: 9

Dirección: Paul Verhoeven

Guión: David Birke (Novela: Philippe Dijan)

Reparto: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Effira, Judith Magre

Fotografía: Stéphane Fontaine

Duración: 130 Min.

En contadas ocasiones el título de una película dijo tanto sobre el contenido de su metraje. Tal es así que en su último trabajo Paul Verhoeven no ha realizado un estudio sobre la mujer o la sexualidad femenina, sino simple y llanamente sobre «ella»: Michèlle Leblanc, una ejecutiva francesa que mantiene relaciones sexuales con el marido de su mejor amiga y no se siente especialmente culpable, que se masturba mientras espía a su (¿felizmente casado?) vecino, que es agredida sexualmente y evita llamar a la policía por el revuelo mediático que ello podría causar.

Pero no estamos ante una versión afrancesada de Paulina (Santiago Mitre, 2015) ni encontramos parecidos razonables entre el idealismo del personaje interpretado por Dolores Fonzi y el aburguesamiento del encarnado por Isabelle Huppert. Elle no se esfuerza en reivindicar una serie de valores concretos ni exhibe su conciencia social a flor de piel. De hecho, rechaza todo tipo de etiquetas y arroja una mirada ambigua hacia una protagonista con la que es difícil empatizar y cuyo comportamiento es capaz de soliviantar tanto a machistas como a feministas.

Por esta misma razón resulta tan perversa la propuesta del cineasta holandés: la protagonista de su película parece tener la autonomía propia de una mente real que no responde a las intenciones teledirigidas de su creador, sino a esos instintos que cualquier ser humano es incapaz de controlar. Y el resultado choca, porque encontramos ante nuestras narices lo que los demás (y nosotros mismos) suelen barrer bajo sus alfombras: relaciones familiares deficientes, frustraciones amorosas, traumas sexuales no resueltos, dificultad a la hora de gestionar el pasado…

elle

El abanico de perversiones de Verhoeven es tan variado que Elle ni siquiera necesita vascular en torno al gravísimo suceso mostrado en sus primeras imágenes. Aún funcionando como una suerte de eje estructural que aparece y desaparece a lo largo de los minutos, la violación de Michèlle no termina de condicionar el resto de la narración. Sin embargo, sí podríamos considerar el sexo como la argamasa que verdaderamente cohesiona todas las piezas del film: en ocasiones como elemento principal, en ocasiones como una mera excusa para abordar la forma en la que la protagonista se relaciona con su entorno social y familiar.

Asimismo, los instintos más primarios son los que marcan la diferencia entre unos hombres débiles y parcialmente sometidos a los deseos de la entrepierna, y unas mujeres que emplean el intelecto para satisfacer sus necesidades y compensar maquiavélicamente los permanentes desequilibrios de una sociedad cruelmente machista. De esta manera, Elle puede parecer una exposición de tontos, ingenuos, viciosos, manipuladores, delincuentes, beatos y prepotentes que conviven (in)civilizadamente en un entorno burgués ajeno a la virtud.

Tampoco escapan de las zarpas del holandés las relaciones familiares de esta ejecutiva madura que vive su sexualidad al margen de las convenciones sociales, pero no así las de su (liberada) madre y su (atontado) vástago. En un alarde de hipocresía, Michèlle solo percibe la paja en el ojo ajeno y se atreve a juzgar sin saber que la indiscreta cámara de su creador coloca en paralelo sus miserias y las que tan atrevidamente juzga en los demás. Y es que detrás de esa portada de tapa dura y encuadernamiento de piel se esconden mil páginas de complejos y demasiadas hojas en blanco que en algún momento fueron ocupadas por principios morales.

Carlos Fernández Castro

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