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Incendies (2009)

Nota: 8

Dirección: Denis Villeneuve

Guión: Valerie Beaugrand-Champagne, Denis Villeneuve (Obra: Wajdi Mouawad)

Reparto: Lubna Azaval, Melissa Desormeaux-Poulin, Maxim Gaudette, Remy Girard, Abdelghafour Elaaziz

Fotografía: André Turpin

EN POCAS PALABRAS (para los impacientes)

Es una pena que haya películas que, a pesar de su inmensa calidad, pasen desapercibidas debido a su limitado presupuesto para distribución y promoción. Es el caso de “Incendies”, dirigida por el canadiense Denis Villeneuve y seleccionada en 2010 por Canadá para optar al Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa. Y créanme, estamos ante una obra de esas que no se olvidan fácilmente, de las que tocan el corazón sin pedir permiso. Podríamos estar hablando de algo muy próximo a una obra maestra si los responsables de la misma no hubieran intentado hacer encaje de bolillos con su rebuscado desenlace. Aún así, me siento en la obligación de animaos a que corráis urgentemente a los cines donde todavía se proyecta, ya que la recompensa merece la pena.

SI QUIEREN PROFUNDIZAR…

Argumento: Jeanne (Melissa Desormeaux-Poulin) y Simon (Maxime Gaudette) Marwan acaban de perder a su madre Nawal y se encuentran ante un notario (Remy Girard), para el cual trabajaba ésta, escuchando el contenido del testamento. La lectura del mismo revela dos circunstancias de gran relevancia y hasta el momento desconocidas por ambos: su padre, al contrario de lo que pensaban, no ha muerto, y tienen un hermano mayor al cual tampoco conocen. Mientras vamos descubriendo la difícil vida de Nawal desde su juventud en su país de origen, somos testigos de la investigación que realiza su Jeanne intentando encontrar a su padre y hermano mayor.

«Incendies» comienza con una secuencia portentosa, cuyos planos, únicamente acompañados por una innecesaria canción, hablan por si solos; aún cuando no sabemos con que nos vamos a encontrar, sus imágenes anticipan un descenso a los infiernos, un misterio sin resolver, un drama reflejado en los ojos de ese niño, que ven a través de nosotros. Desde ese momento, Villeneuve nos desarma y nos gana para su causa.

Las mayores virtudes de esta película son su gran intensidad y una excepcional dirección de actores. Ambas son atribuibles a una excelente dirección, a un reparto en estado de gracia y a un gran guión, cuya complejidad para su traducción en imágenes, aumenta considerablemente el mérito del director canadiense.

Podríamos decir que se trata de dos historias sobre la vida de una misma persona. Pero mentiríamos, ya que ambas se complementan y se enriquecen mucho más allá de su valor individual. La información que recibimos a través de cualquiera de las dos es solo comprensible de una manera absoluta con el apoyo de la otra. Increíblemente, esto sucede de una manera casi simultánea, según saltamos de una línea argumental a la otra. Hasta tal punto es así, que en ciertas secuencias madre e hija descubren lo mismo, una en el pasado y otra en el presente de una manera natural y nada forzada. Asistimos al magnífico equilibrio que se consigue cuando todos los elementos que componen una película, encajan de una manera tan idónea. El secreto reside en la batuta de un gran director de orquesta llamado Denis Villeneuve.

Desgraciadamente, hay dos factores que alejan a esta película de la genialidad. El primero es la sensación de desorientación en cuanto al lugar donde se desarrolla la acción y la naturaleza de los conflictos religiosos y políticos a los que asistimos a lo largo del metraje; en algún momento, no llegamos a entender las motivaciones de su protagonista en algunas de sus actuaciones. Por último, como he dicho al inicio de esta crítica, no consigo mitigar el mal sabor de boca que me deja un final demasiado forzado, mas propio de un thriller efectista que persigue extraer exclamaciones de admiración por parte del espectador, que de la película que estamos hablando.

Su póster no dice nada, su sinopsis no resulta especialmente atractiva, sus actores no son conocidos y casi nadie habla de ella. Aún así, cualquier amante del Séptimo Arte debería acercarse al cine para disfrutar de esta rara avis.

Carlos Fernández Castro

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