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La Boca Abierta (La Gueule Ouverte) (1974)

Nota: 7,5

Dirección: Maurice Pialat

Guión: Maurice Pialat

Reparto: Monique Mélinand, Hubert Deschamps, Philippe Léotard, Nathalie Baye, Henri Saulquin

Fotografía: Néstor Almendros

Duración: 87 Min.

Para el hipocondríaco que todos llevamos dentro, una película cuyo aparente tema central es la enfermedad,  supone una garantía de hacernos sentir, aunque por un instante, pánico existencial, o al menos, pinchazos en el pecho. No es fácil enfrentarse con la realidad a través una peli así, por lo que antes de verla me di un buen atracón de insustancialidad pirotécnica en forma de Iron Man 3, que oye, tiene su encanto y todo. Con mi angustia cósmica a niveles mínimos, ya podía vérmelas con La Boca abierta. Mientras me pregunto quién se puede sentir atraído a ver una película así, una vez echado un vistazo a la deprimente carátula del DVD, meto la película en el reproductor y le doy al play, ignorando, porque me da la gana, la contradicción en la que estoy incurriendo.

Sin embargo, a medida que avanza la película, uno se da cuenta de que Maurice Pialat parece dejar en segundo plano la enfermedad terminal durante casi la totalidad de la película. No fue desde luego su intención hacer una película lacrimógena ni empujarnos por la pendiente del sentimentalismo. Parece que al final, va a ser que la película no trata sobre la muerte, sino sobre la vida: la vida y rutina de los que se las tienen que ver con la muerte de un familiar. Y resulta que nadie sabe a dónde mirar, de qué hablar, ni qué hacer cuando lo único que hay que hacer es esperar a la muerte.

La certeza de la muerte viene expresada de manera fría, prosaica y cruda, como lo es la muerte misma. No se nos muestra el sufrimiento de la enferma, interpretada por una moderada Monique Mélinand, aunque sí somos testigos de su deterioro físico, quedando convertida prácticamente en un maniquí, un objeto: ni habla ni se mueve. Las pocas escenas de dolor que exterioriza algún familiar son hiperbólicas y no inducen una sensación de empatía.

Néstor Almendros nos regala escenas sin florituras y largas, larguísimas, igual que los silencios, contribuyendo así a hacer sentirse al espectador tan inadecuado como los personajes de la película ante la muerte. En resumen, esta muy recomendable película nos da en la cara con un par de certezas: 1) en cualquier punto de tu vida recibirás reproches. Quizá seas tú el que se dedica a hacerle reproches a los demás. Es probable que si te reprochan muchas cosas el cabrón apático seas tú; 2) La gente no cambia, ni cuando la muerte llama a la puerta. Aunque se muera tu madre o tu mujer, vas a seguir siendo el mismo cabrón que siempre fuiste.

Nos queda seguir adelante, llevando el pasado a cuestas, como hacen los miserables hombres de esta película.

Marina Torrón

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