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Muchos hijos, un mono y un castillo (2017): Festival de cine de San Sebastián

0312794.jpg-r_1280_720-f_jpg-q_x-xxyxxNota: 7,5

Dirección: Gustavo Salmerón

Guión: Gustavo Salmerón, Raúl de Torres, Beatriz Montañez

Reparto: Gustavo Salmerón, Julia Salmerón

Fotografía: Gustavo Salmerón

Duración: 88 Min.

España, como contradicción, siempre en grises. En efecto, España, ese país que nunca echó las famosas siete llaves al sepulcro del Cid, que aún hoy seguiría doliéndole a Miguel de Unamuno y que corre por las venas de nuestra matriarca definitiva, de Julita.

Muchos hijos, un mono y un castillo es un huracán montado a partir de las grabaciones domésticas que Gustavo Salmerón ha ido realizando a su familia durante los últimos 15 años, en especial a una carismática y desbordante madre que afirma ante la cámara de su hijo: “esto no es lo que la gente quiere ver en una película, yo sé lo que le gusta a la gente y no es esto”. Evidentemente, se equivoca. De hecho, su historia familiar ya ha triunfado con el reconocimiento al Mejor documental en el Festival de Karlovy Vary y su exhibición en el Festival Internacional de Toronto.

Entre la realidad y la ficción, el documental se centra en la matriarca Julita, una improbable figura quijotesca, casi de cuento patrio, que nos adentra en la familia Salmerón a través de sus deseos cumplidos (Muchos hijos, un mono y un castillo) y de todos los objetos que guarda celosamente allá donde va, incluyendo unas vértebras -perdidas entre montañas de cajas- que pertenecen a la abuela de Julita y que el director quiere enterrar de una vez por todas.

Entre la retahíla de ocurrencias y de circunstancias que atraviesa la familia Salmerón liderada por una festiva Julia, también hay breves apuntes que nos dejan mirar más allá, ya sea sobre el franquismo, la transición, la existencia misma de Dios, la llegada de la muerte o el terremoto de la crisis. Eso sí, con sus altibajos en el ritmo, el documental de Gustavo Salmerón y sus ramificaciones corren el riesgo de ser fagocitadas por su absoluta dependencia hacia la figura de la madre, quien dota a la película de su personalidad: vivaz, efímera, histriónica e hiperbólica.

Si sobrevive a ello, se debe reconocer que, con Muchos hijos, un mono y un castillo, nos encontramos ante una revelación tremenda, un documental único para entendernos, para releernos a través del más sano de los ejercicios: reír.

Antonio Cabello Ruiz-Burruecos

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