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Persona (1966)

Nota: 10

Dirección: Ingmar Bergman

Guión: Ingmar Bergman

Reparto: Bibi Andersson, Liv Ullmann

Fotografía: Sven Nykvist

Lo sé, intentar escribir sobre «Persona» es garantía de acabar con un altísimo grado de frustración, absolutamente inevitable por otro lado. Para muchos, probablemente la mejor película de uno de los grandes cineastas que ha dado el Séptimo Arte; para mi, uno de los ejemplos más claros de cine en estado puro, en el que las imágenes asumen todo el protagonismo, y las palabras que las acompañan intentan tan solo ratificar las sensaciones que éstas provocan.

Sin lugar a dudas, «Persona» es la película idónea para explicar a los neófitos por qué Ingmar Bergman es habitualmente considerado uno de los grandes. Se trata de una obra inquietante, perturbadora, asfixiante, de esas cuyas imágenes no abandonan tu mente con el paso del tiempo, sino que acaban junto a todos esos recuerdos que han sido desterrados al lado oscuro de la memoria.

Bergman hace gala de un conocimiento exhaustivo de la mente humana, sabiendo en todo momento qué teclas pulsar para provocar aquello que persigue. En este sentido, el autor escandinavo muestra sus cartas desde la primera secuencia; en ella, nos bombardea sin previo aviso con una serie de planos inconexos (a primera vista), acompañados por una partitura incomoda y estridente; logra de esta manera su objetivo primordial: empujarnos a un estado anímico óptimo para presenciar su película.

Indudablemente, el impacto de todas estas imágenes no sería el mismo sin la fotografía privilegiada de Sven Nikvist (posteriormente fijo en el cine de Woody Allen), cuyo blanco y negro provoca unos contrastes muy representativos de las diferencias entre los personajes y dejan al descubierto sus innumerables recovecos.

En «Persona», Bergman narra una relación vampírica entre sus dos protagonistas, una relación en la que una paciente (Liv Ullmann) absorbe paulatinamente toda la energía de su enfermera (Bibi Andersson), llegando a una situación límite.

Como no podía ser de otra manera, el director sueco vuelve a redundar en las miserias humanas que habitualmente frecuenta; habla de la hipocresía a través del personaje interpretado por Liv Ullmann, una actriz que, tras una representación teatral, ha decidido dejar de hablar. Bergman construye unpersonaje tremendamente contradictorio, que representa un dualismo inherente a casi toda persona: la protagonista opta por el silencio para no tener que volver a fingir su estado de ánimo y sus sentimientos frente a los demás; pero cuando alguien se abre sinceramente ante ella, lo critica sin piedad y se mofa de sus debilidades.

Se trata de un personaje fascinante, que reniega de su existencia anterior al momento en que decide abandonar la interpretación, tanto profesional como personal; aún así, no puede evitar su menosprecio (igual que el de la sociedad en la que vive) hacia ese tipo de personas en quien quiere convertirse, en cierto modo representado por Bibi Anderson.

Pero Bergman también habla sobre la responsabilidad que supone escuchar a los demás; sobre el equilibrio que debe haber entre una persona emisora y otra receptora, de modo que esa relación no desemboque en un juego de poder. Cada uno de esos extremos cobra vida en la gran pantalla a través de las portentosas interpretaciones de sus actrices fetiche: Bibi Anderson y Liv Ullman.

En definitiva, «Persona» es el paradigma de una perfecta mise en cene (puesta en escena), en la que nada destaca debido a la perfección del todo resultante.  El guión es una auténtica exhibición de escritura cinematográfica; apoyado en sus propio texto, Bergman maneja los tiempos de la película como si el Séptimo Arte no le ocultara sus misterios más recónditos. Estamos ante una película cuyo título bien podría erigirse como una de las definiciones oficiales de la palabra CINE.

Carlos Fernández Castro

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1 Comentario

  1. Y cuando aproximadamente a mitad de metraje de la película, ésta se rompe…
    Aparte de ser uno de los momentos del cine más perturbador e impactante que haya existido jamás, genera una reflexión cinematográfica que nos lleva a la esencia físico- química del cine. Como nunca, las imágenes dejan de ser representativas y el fotograma se convierte en la verdad del cine.