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Playtime (1967)

Nota: 10

Dirección: Jacques Tati

Guión: Jacques Tati, Jacques Lagrange

Reparto: Jacques Tati, Barbara Dennek, Rita Maiden, France Rumilly, France Delahalle

Fotografía: Jean Badal, Andréas Winding

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«Vivimos en el espacio, en estos espacios, en estas ciudades, en estos campos, en estos pasillos, en estos jardines. (…) Los espacios se han multiplicado, fragmentado y diversificado. Los hay de todos los tamaños y especies, para todos los usos y para todas las funciones. Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse».

Georges Perec

“Especies de espacios” (1974)

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Maestro de ceremonias, mimo, cómico y artista de music-hall; heredero moderno del slapstick, del vodevil y la comedia americana, de Chaplin, de Keaton y Max Linder; padre apócrifo de la modernidad, del cine de autor, de la Nouvelle Vague; analista visionario, ácido e incisivo de la sociedad posmoderna, del neocapitalismo, de la era post-industrial…

Autor inclasificable, Jacques Tati (n.1909-m.1982) es una presencia única dentro del panorama artístico europeo de posguerra. Una figura anacrónica que renovaría las bases del lenguaje cinematográfico y el género cómico mediante una propuesta estética de enorme coherencia y dolorosa exigüidad: tan sólo seis largometrajes y cuatro cortos en algo más de treinta años de carrera. Acaso el brillo intenso y fugaz inherente a la genialidad.

A medio camino entre la comedia gestual y la viñeta periodística, el estilo Tati recupera el lenguaje del gag y los mecanismos del cine de la improvisación1 desarrollados por el slapstick durante el período mudo, para aproximarse a la verdad de lo real desde una dimensión cómica que siempre parece surgir del devenir azaroso de lo cotidiano. Una percepción, la del devenir, acentuada por el tono documental de la puesta en escena y el uso sistemático del plano-secuencia como medio de registro de una inabarcable galería de situaciones absurdas que acontecen de forma inesperada dentro del encuadre. En ocasiones, incluso, en distintos planos de profundidad y de forma simultánea. Como en la vida, lo azaroso, lo cómico, puede aparecer en cualquier momento y en cualquier lugar.

La hilaridad de aquello que acontece dentro de la pantalla suprime cualquier necesidad de linealidad narrativa o de relato en el esquema clásico de presentación-nudo-desenlace. Al contrario, sus películas asumen la forma de grandes contenedores de gags. Bromas visuales y sonoras que se encadenan sin orden aparente en una singular coreografía, como piezas de una inmensa atracción de feria puesta en funcionamiento por el genio de Tati. Un espectáculo de ilusionismo dominado por la confusión y el absurdo. La gran farsa a la que llamamos realidad.

En este contexto, Playtime (1967) -tercera parte de su tetralogía sobre las vicisitudes de la vida moderna -completada con Las vacaciones de M. Hulot (1953), Mi tío (1958) y Trafic (1971)- marcaría el punto más álgido en la carrera de su autor. Un proyecto monumental, casi épico, que tardaría tres años en ver la luz y para el que fue necesario diseñar y construir una auténtica metrópolis de hormigón y vidrio a las afueras de París2. Una gran crónica visual en 70 mm sobre los efectos devastadores de la sociedad de consumo y las profundas trasformaciones impulsadas por el sistema neocapitalista tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Ataviado con su eterna pipa, su sombrero, su vieja gabardina y sus calcetines a rayas, el excéntrico Mounsier Hulot –alter ego del propio Tati- se convierte en esta ocasión en un inconsciente e improvisado flâneur. Un fascinado observador de la vida en la gran ciudad, rebotando sin control en el interior de un laberinto de reflejos, espacios asépticos y artilugios mecánicos, invadido por el carrusel interminable de los automóviles y las mareas humanas. Un mundo deshumanizado y exhibicionista donde la intimidad no existe y la privacidad se expone sin tapujos en el gran escaparate de la televisión.

Como los turistas que llegan a la ciudad al comienzo del film siguiendo las huellas de un tiempo –el de la ciudad histórica simbolizada por la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo y el Sacré Couer- convertido ya en un reflejo fugaz y fantasmagórico sobre las fachadas acristaladas, el propio Hulot abandonará el nuevo París sin poder llevarse nada de aquello que había venido a buscar. Tan sólo la visión alucinada del desorden y el caos.

NOTAS:

1 En su libro Después del cine. Imagen y realidad en la era digital, el crítico Àngel Quintana define el cine de la improvisación como un modelo de películas basadas en la construcción del gag y articuladas como apuntes de situaciones cómicas, en las que la intuición y la habilidad del actor en el rodaje eran más importantes que el acto de estructuración narrativa inherente a la escritura de un guión. Dicho modelo alcanzaría su máxima expresión de la mano de Chaplin y Keaton pero acabaría desapareciendo tras la llegada del sonoro, siendo sustituido por la ficción narrativa o cine del relato promovido por la maquinaria industrial de Hollywood.

2 “La verdadera intención de Tati era rodar Playtime en escenarios naturales de París –el aeropuerto de Orly y la sede de alguna que otra compañía ultramoderna-, pero al advertir que el alquiler de dichas instalaciones tendría un elevadísimo coste y que un rodaje en ellas no le permitiría controlar todos los aspectos del mismo, optó por construir un decorado. Un decorado de 50.000 m3 de hormigón, 4000 m2 de plástico y más de 1000 m2 de cristal. Tativille, que así se llamó esta auténtica ciudad levantada en las afueras de París, fue diseñada por el arquitecto Jacques Lagrange, y contaba con auténticas calles, semáforos, letreros luminosos e incluso dos centrales eléctricas capaces de abastecer a una ciudad de 15.000 habitantes.” RIAMBAU, Esteve. “Jacques Tati” en AA.VV., Homenaje a Jacques Tati, Alcalá de Henares, Comisión de Cultura del Excmo. Ayuntamiento y Club Nebrija, 1981, p.33.

Aythami Ramos

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