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Renoir (2012), cuando la pintura parió al cine

Nota: 7

Director: Gilles Bourdos

Guión: Gilles Bourdos

Reparto: Michel Bouquet, Romane Bohringer, Thomas Doret, Michèle Gleizer, Vincent Rottiers, Christa Teret

Fotografía: Mark Ping Bing Lee

Duración: 101 Min.

‘Renoir’ cuenta los últimos días del pintor impresionista en su villa del sur de Francia. El agudo reúma que padece no le impide seguir pintando los idílicos escenarios de su entorno, aunque para ello tenga que hacerlo rodeado de vendajes y postrado para siempre en una silla de ruedas. Es un capítulo muy bien escogido de un apellido ligado al arte y también a la desgracia de una guerra desafortunada e inútil como todas. Un ejemplo de cine paciente, sofisticado y muy visual.

Quien haya visto ‘El artista y la modelo’ de Fernando Trueba observará de inmediato el símil del prólogo, con esa sinuosa joven en busca del genio que la sepa plasmar en un lienzo. Los selectos planos de sus pinceladas dejan entrever algunos de los cuadros que pintó en vida, dominados por el color sobre el trazo, por la abundancia del paisaje y el dominio de la luz. Se nota la intención de Gilles Bourdos de embelesar por la vista al espectador. Lo consigue.

La relación entre ambos es solo pasajera hasta que aparece por la puerta un soldado herido en combate, un tal Jean. Su ocupado padre apenas le dedica una mirada a alguien que pierde el tiempo “disparando a bávaros”. Pero ella sabe que detrás de la herida piel de ese chico se esconde una mente igual de robusta que la del viejo para el que posa. Jean no puede ocultar la baba al observar a la pelirroja en posturas a cada cual más provocativa. Deseas que ambos se besen, sonrían, tengan sexo en la hierba y coman perdices y todo ese rollo romántico. Pero al futuro director de La gran ilusión no le atormenta poseerla. Está más ocupado en encontrar un arte capaz de poner su apellido a la altura que le precede, algo tan simple y maravilloso como poner varias fotografías en movimiento y ver qué pasa.

De este modo se sucede un juego de miradas a tres bandas en el que el recelo mutuo y el escozor de la enfermedad no esconden una historia de vitalismo puro. No se perciben protagonista ni trama principal, sino más bien pequeños conflictos que fragmentan la narración con el romance como telón de fondo, con el mensaje implícito de que la amargura solo puede ser pasajera. Que el insoportable dolor del artista no le va a impedir terminar La baigneuse. Que Jean Renoir olvidará la guerra y será uno de los mayores cineastas que ha tenido el celuloide. Entonces entiendes aquella frase que decía el pintor: “El dolor pasa, la belleza permanece”.

Manu Sueiro

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