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Sed de Mal (Touch of Evil) (1958)

Nota: 10

Dirección: Orson Welles

Guión: Orson Welles

Reparto: Orson Welles, Charlton Heston, Janet Leigh, Marlene Dietrich, Joseph Calleia, Akim Tamiroff

Fotografía: Russell Metty

Música: Henry Mancini

Duración: 112 minutos

“Sed de Mal” selló la ruptura definitiva de Orson Welles con la industria hollywodiense tras varias décadas de constantes desencuentros. Su ácido retrato de aquella América tan grandiosa como obscena a la que había descuartizado -no impunemente, como sabemos- en “Ciudadano Kane” (1941) y “El Cuarto Mandamiento” (1942), acabaría igualmente mutilado en la sala de montaje en manos de la Universal. Aún hoy, no existe una versión completa del film pero el tiempo y la historia se encargarían de elevar sus despojos a la categoría de obra maestra.

Vagamente inspirada en “Badge o Evil” de Whit Masterson –seudónimo utilizado por la pareja de novelistas Robert Wade y Bill Millar-, la historia se desarrolla a lo largo de un día en la localidad fronteriza de Los Robles. Un sórdido villorrio en algún lugar del desierto que separa México de los Estados Unidos, en el que Hank Quinlan (Welles) -un obeso, racista y ex alcohólico capitán de policía con un brillante historial de casos resueltos- impone sin restricciones su propia justicia. El asesinato de un importante industrial de la zona y la intervención en la investigación del caso de un célebre policía mexicano (Heston), dejarán al descubierto un entramado de mentiras y falsas acusaciones que harán peligrar su intachable reputación.

La leyenda cuenta cómo Charlton Heston impuso a la Universal la presencia de Welles al frente de la dirección como requisito innegociable para aceptar su papel en el film1. Sin embargo, no parece una hecho casual que el cineasta aceptara nuevamente adaptar una obra de género policíaco para acometer la que, a la postre, supondría su primera y única incursión en el sistema de estudios tras el sonoro fracaso de “La Dama de Shanghai” (1947). Relegado mayoritariamente a los oscuros departamentos de serie B, el cine negro era en realidad el único entorno posible en el que aún podía tener cabida la descarada heterodoxia de Welles. Los ambiguos y siempre subversivos códigos del noir suponían una ventana abierta a través de la cual introducir los recursos formales que había extraído de sus recientes experiencias europeas, lejos del férreo control que dominaba las grandes producciones.

A lo largo del film, la mirada del espectador se desplaza siguiendo los movimientos retorcidos de la puesta en escena –inolvidable el mítico plano secuencia inicial- captando en su recorrido un universo visual inestable, deforme, fuertemente tensionado por las lentes de gran angular, los encuadres oblicuos y los complejos movimientos de cámara. Muchos de estos recursos son sin duda una constante en su filmografía. Pero tras años de experimentación en Europa, Welles consigue llevar su estilo al paroxismo para imbuir a la película de una atmósfera perturbadora, inquietante, totalmente inusitada en sus anteriores trabajos americanos.

“Sed de Mal” pertenece a ese extraño grupo de películas que podríamos catalogar como insomnes. Una pequeña constelación de rarezas formada por títulos en apariencia dispares como “Johnny Guitar”, “Cayo Largo”, “El Sirviente” o “Terciopelo Azul”, cuyas imágenes borrosas transmiten, en mayor o menor medida, cierto aroma de resaca noctámbula; de delirium tremens ahogado en noches febriles y días sin huella; de sábanas sucias y cuerpos sin alma que exhiben las cicatrices de un pasado turbio del que apenas conocemos algunos retazos inconexos.

En este sentido, su decisión de sustituir el escenario original de la novela –una apacible ciudad residencial californiana- por el sucio y polvoriento Los Robles, no parece en absoluto una elección trivial. Como tampoco lo fue su intención de interpretar él mismo al repulsivo protagonista. Quinlan encarna como ningún otro personaje en la historia del cine la oscura melancolía que subyace bajo la corrupción de la gran América. La otrora magnificente y orgullosa nación de los Ambersons, convertida en un vulgar antro de prostíbulos y hoteles baratos flanqueado por un bosque metálico de torres petrolíferas. Y en mitad de toda esa podredumbre, alzándose como un pequeño y fantasmal Xanadú, la solitaria barraca de Tanya. La antigua amante de Quinlan que espera cual Vienna el regreso de un Johnny Logan viejo, gordo y derrotado que ya no regresará jamás.

Como todos los antihéroes wellesianos, Quinlan es tan sólo una marioneta más guiada por una pulsión siniestra que le empuja hacia su propia destrucción. Una máscara grotesca como Kane, como Arkadin o como el propio Welles, desfilando en la gran feria de las vanidades que compone toda la filmografía del genio de Kenosha. Al fin y al cabo, “Hank era todo un personaje. ¿Qué más da lo que digas de la gente?”.

NOTAS:

1 En realidad, la vinculación de Welles en el proyecto es anterior a dicha petición. El productor de la Universal Alfred Zugsmith, había ofrecido al cineasta un papel en el film antes de contactar con Heston. Pero tras conocer que Welles iba a participar en el proyecto, Heston se apresuró a comunicar al estudio su deseo de aparecer en cualquier película que aquel dirigiera, lo que motivó a los productores a ofrecerle también la posibilidad de realizar el film. La condición de Welles para aceptar el contrato fue que se le permitiera reescribir el guión durante dos semanas, a cambio de un cheque de 125.000 dólares que incluía su trabajo como actor y director de la cinta.

Aythami Ramos

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2 Comentarios

  1. Concisa y talentosa reseña, vaya que sí… Condensadas y bien explicadas las claves básicas de una de las pelis más impactantes que haya visto en mi vida.

    Un abrazo y buena semana.

  2. Muchas gracias por tu comentario Manuel.

    Welles repele o fascina pero nunca deja indiferente. Desde mi modesto punto de vista y pese a sus desequilibrios, «Sed de mal» es con diferencia su mejor película. Pero entre lo bueno y lo muy bueno siempre es difícil ponerse de acuerdo.

    Un saludo.