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Verano 1993 (Estiu 1993, 2017)

Poster Verano 1993Nota: 9

Dirección: Carla Simón

Guión: Carla Simón

Reparto: Bruna Cusí, Laia Artigas, David Verdaguer, Paula Torres, Paula Blanco, Etna Campillo

Fotografía: Santiago Racaj

Duración: 96 Min.

Para determinar la génesis de un guión, el mundo del cine suele distinguir entre guiones originales y guiones adaptados. Quien escribe estas líneas añadiría la categoría de «guión en primera persona», una variable perteneciente al primer grupo que, debido a la raíz de su narración, multiplica automáticamente la autenticidad de su contenido. Es el caso de Verano 1993, una obra en la que Carla Simón exprime las posibilidades terapéuticas del séptimo arte para escribir una suerte de diario visual sobre la época más trascendental de su complicada y atípica infancia.

Tanto es así que Verano 1993 no sólo está escrita en primera persona sino que también está narrada desde el punto de vista de esa niña que la directora un día fue. Desde las primeras secuencias del film, la cámara oscila desde la acción narrada hasta los atentos ojos de la protagonista, indicando el origen de la mirada que guiará al espectador a lo largo del metraje. Asimismo, cuando los adultos hablan no son sus bocas ni sus cuerpos los que llenan la pantalla sino los quehaceres infantiles y desenfadados de la protagonista. En fuera de campo, sus palabras revelan la sobrevenida orfandad de Frida (una excepcional Laia Artigas) y dejan al descubierto las malas prácticas de los mayores al hablar de un menor sin tener en cuenta su presencia o dando por hecho su inconsciencia.

Hasta la primera mitad del film, y a pesar de su clara invitación a una lectura entre líneas, el espectador tiene licencia para no apreciar esta denuncia. Pero cuando alcanzamos su cuerpo central, una secuencia nos saca definitivamente de toda duda. En el jardín de su nueva casa, la de sus tíos, Frida recrea una escena familiar de su pasado más inmediato en la que interpreta a su madre, mientras que su prima, sin saberlo, adopta el papel de esta dramaturga improvisada: agotada por una enfermedad implacable y tumbada en una hamaca, una madre permite todos los caprichos de su jovencísima hija y le ruega que no alborote mucho a su alrededor. Aprovechando las peculiaridades metafílmicas de esta puesta en escena, la directora combina el potencial cómico de la situación y el dramatismo feroz de los hechos reproducidos, obteniendo como resultado una de los momentos más terroríficos del cine español reciente.

Verano 1993

De esta manera, Carla Simón invita a sacar conclusiones maduras a través de una mirada infantil, o lo que es lo mismo, exige la empatía que tanto se predica en la sociedad actual y que tan poco se practica cuando se trata de esos ciudadanos de segunda categoría a los que llamamos niños. Y en medio de todos estos adultos inconscientemente irresponsables encontramos la figura de Cesca (Bruna Cusí), el único personaje capaz de ponerse en el lugar de su sobrina y sacrificar sus intereses en pos de una (re)educación conforme a las nuevas circunstancias. Podríamos considerarlo como el modelo a seguir propuesto en el film frente a las diferentes versiones de egoísmo (desde las leves hasta las más graves) que representan el resto de sus tíos, sus abuelos y el entorno que la rodea.

Para reflejar el mundo de Frida, la cámara fluye de una manera natural y despreocupada, mira a los ojos de los personajes con la desvergüenza de una niña de ocho años, tiembla de excitación o de nerviosismo en los planos fijos y nunca se detiene por completo hasta que cierra los ojos y se abre paso hasta al siguiente plano. El estilo de Simón es intenso y vitalista, pero también reflexivo. Como indicaba en el primer párrafo, es un estilo en primera persona que no pretende sentar cátedra sobre nada en particular sino exponer un pedazo de vida ya vivida y exorcizar unos recuerdos que reflejan el dolor de la pérdida y contienen el agradecimiento de la salvación.

En este excepcional debut, la directora catalana pone su corazón al descubierto. Con gran sensibilidad, evita la pornografía sentimental y muestra al espectador la fragilidad del universo infantil. Al concluir el film, tenemos la extraña sensación de haber jugado, creído, sufrido y disfrutado como un niño. Y, de repente, recuperamos una visión que había sido pervertida con el paso del tiempo y esta, ya limpia de impurezas, nos ofrece la posibilidad de educar, respetar y querer como merecen a esos seres humanos de pequeño tamaño y grandes necesidades.

Carlos Fernández Castro

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