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Vivir (Ikiru) (1952)

Nota: 9

Dirección: Akira Kurosawa

Guión: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni

Reparto: Takashi Shimura, Nobuo Kaneko, Makato Kobir, Kumweko Urabe.

Fotografía: Asakazu Nakai

Música: Fumio Hayaska

Después del éxito internacional de “Rashomon”, Akira Kurosawa dirigió “Vivir”, la historia de un burócrata de la Administración japonesa que descubre que tiene un cáncer terminal. Aunque puede parecer que comparada con la original y cuidadísima narración de “Rashomon”, “Vivir” fuese a una vuelta a un estilo narrativo más convencional, esta película goza también de una dirección fuera del alcance de la mayoría, lo que la encumbra como otra obra imprescindible del director japonés.

La historia de “Vivir” está casi exclusivamente centrada en la figura del señor Watanabe (Takashi Shimura). Para afrontar un estudio pormenorizado de este personaje tan complejo, Kurosawa dividió inteligentemente la película en dos partes. Las dos se sirven de técnicas narrativas y usos de la cámara distintos para hablarnos de Watanabe, pero sentidos de forma tan coherente que la percepción final de la película es completamente homogénea.

Kurosawa introduce el primer tramo de la historia con una voz en off.  Esta voz en off fija, con cortas intervenciones, tanto la personalidad inicial de nuestro protagonista como el contexto burocrático en el que se encuentra, también importantísimo en la historia.  Descubrimos que el señor Watanabe es un hombre solitario y de pocas palabras, un tipo  que, después de la muerte de su mujer, ha acabado absorbido por su trabajo y olvidándose de sí mismo. La noticia del cáncer se presenta como el click que hace a Watanabe replantearse toda su vida. A través de unos predominantes primeros planos que sirven al espectador para descubrir realmente quien es esta persona, apreciamos la tristeza de aquel que ha desperdiciado su vida, y el cambio que poco a poco va creciendo en su interior. Toda esta primera parte es el germen de ese cambio, la búsqueda de un sentido a la vida de un hombre que decide no resignarse a esperar el final de su intrascendente existencia.

Obviamente, expresar este cambio introspectivo sería imposible si encarnando a Watanabe no estuviese Takashi Shimura. Shimura, colaborador habitual de Kurosawa, interpreta de una manera que no puedo comparar con  ninguna otra que haya visto antes;  es tan sincera que es imposible que no emocione.

Cuando parece que la búsqueda ha llegado a su fin, de repente , se nos sitúa en un escenario completamente distinto: la reunión-velatorio después de la muerte del señor Watanabe. Sus compañeros de trabajo y familiares recuerdan a nuestro protagonista y reflexionan sobre la posible causa de ese cambio que terminó por convertirle en un héroe, un enigma que Watanabe mantuvo en secreto hasta su muerte. Si en la primera parte Kurosawa encargaba a Shimura la labor de hacernos entender quién era y en qué se va convirtiendo Watanabe, en esta magnífica segunda parte, llena de planos estáticos y cortos, deja que sean las personas que le conocieron las que terminen de pintar el complejo cuadro existencial del burócrata. De la internalización a la externalización del mismo cambio. Genial.

Los recuerdos de éstos, unos flashbacks perfectos que se van complementando, nos descubren efectivamente su última misión en la vida, la razón que por fin le hace “vivir”. Mientras ellos intentan resolver las motivaciones de esta elección, el velatorio termina por convertirse en una especie de terapia de grupo que hace replantear a los presentes el sinsentido burocrático en el que viven.

Siempre he pensado que hablar de cine oriental, al menos desde parámetros occidentales, es complicado por sus distintos signos culturales. Sin embargo, en todo cine podemos identificar temáticas, situaciones o sentimientos que, en mayor o menor medida, son universales. Las problemáticas de fondo de “Ikiru” son todas de este tipo, absolutamente transversales: el miedo a la muerte, el sentido de la vida, la soledad…son asuntos existenciales que todos hemos tenido alguna vez en mente y que Kurosawa consigue que terminen por resultar edificantes para el espectador, llegando a él de forma más directa.  El dominio de  la narración- gracias a las técnicas de las que he hablado anteriormente-, el guión, y los estupendos actores que la interpretan consiguen que “Vivir” te haga reflexionar sobre muchas cosas. Y eso solo lo consiguen las grandes películas.

El año del estreno de esta película,  aparecieron en los cines americanos cintas como “Eva al desnudo”, “Cantando bajo la lluvia” o “El hombre tranquilo”. El espacio las separó en su día de “Vivir”, pero ha sido otra vez el tiempo el que las ha unido en el lugar que ocupan los superclásicos.

Arturo Tena

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6 Comentarios

  1. No es el medio ni el lugar, pero tal vez a alguien le interese. Lo escribí hace años…

    «En «Vivir», la estructura en dos actos sobre la que pivotan muchos de sus films dirigidos por Kurosawa, se genera a partir de una fractura no ya del propio relato, sino también de la puesta en escena, deconstruyendo el discurso cinematográfico hasta sus últimas consecuencias formales y narrativas.

    A lo largo la primera parte, el espectador asiste al enfrentamiento de Watanabe con la realidad de la muerte. El desarrollo lineal de la narración –interrumpido por breves flasbacks de su vida pasada nos
    muestra su cuerpo arrastrándose a través del laberinto de reflejos y luces de neón del Tokio de posguerra y la asfixiante soledad de los espacios interiores, mientras trata de encontrar sentido a una existencia estéril. Un tránsito errático que debemos interpretar tanto en el sentido físico como en el espiritual. La occidentalización, la descomposición de la familia, la soledad del individuo, los entresijos kafkianos del corrupto sistema burocrático… En su recorrido por los night-clubs, los espacios domésticos y las oficinas gubernamentales, la decadencia social y política de Japón aparece diseccionada a través de los ojos de un moribundo. La desidia, tanto emocional como laboral, a la que el protagonista ha consagrado su existencia, ha desencadenado su propia alienación como individuo en una sociedad atrapada en sus propias contradicciones.

    El tono realista de la puesta en escena en esta primera parte, contrasta notablemente con el carácter escénico de la segunda. Tras una elipsis temporal de varios meses, varios personajes relatan los últimos días en la vida Kanji Watanabe. Kurosawa elimina la cuarta pared, situando al espectador en un plano de irrealidad teatral desde el cual se hace cada vez más difícil distinguir los límites entre lo verdadero y lo
    falso, entre lo real y lo ficticio. Como en «Rashomon», la visión poliédrica de las diferentes versiones de los testigos se cruzan entre sí generando un impresionante collage de saltos temporales y espaciales,
    en el que la relación de sucesos y los distintos puntos de vista sobre la vida del personaje van reconstruyendo su figura ante nuestros ojos.

    La charca que Watanabe consigue convertir con su perseverancia y su lucha agónica en un parque infantil, es aquella en la que años atrás flotaban los juguetes rotos de una generación obligada a madurar bajo la sombra de la explosión atómica. Una generación que Kurosawa retrató ahogando su desesperación al borde de esa misma charca en «El ángel ebrio» (1948). Su transformación representa por tanto la propia regeneración espiritual de Watanabe.

    Y es que si en «Dersu Uzala» (1975), Kurosawa reclamaba la necesidad de la muerte como parte de la propia existencia, una vez que la vida ya no puede formar parte del equilibro natural del mundo, cuando
    se está como Watanabe, muerto en vida (justificando de ese modo su intento de suicidio en diciembre de 1972, cuando pensó que jamás podría volver rodar una película); «Vivir» reivindica, en un
    proceso inverso pero complementario, la necesidad de la experiencia vital para dar sentido a la propia muerte.»

  2. Hola Watanabe,
    Muy buena aportación: hiciste unas reflexiones realmente interesantes con las que estoy, como puedes ver en la crítica, muy de acuerdo. Ojalá yo hubiese profundizado tanto.
    Aunque probablemente ya lo hayas hecho, te animo a que compartas tu gran conocimiento cinematográfico en alguna parte.
    Un saludo

  3. Gracias. Lo escribí hace unos años, cuando aún estaba en la universidad. Forma parte de un texto un poco mayor del que extraje estos párrafos. Tengo algunos más de Kurosawa y otros. Ya iré «pegando» algo más (si me dejan) cuando aparezcan las pelis por aquí… 😛

  4. Estoy de acuerdo. Arturo, es un peliculón. Y tu crítica es una buena combinación de conocimiento cinematográfico y sentido poético. Esto último es lo más difícil. Enhorabuena.

  5. kurosawa es un maestro de maestros. Lo simple y lo complejo, lo violento y lo dócil, lo oscuro y lo evidente…….
    como la vida………..como .VIVIR