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Los Soprano (The Sopranos) (1999-2007)

Creador: David Chase

Guión: David Chase, Terence Winter, Mitchell Burgess, Robin Green..

Reparto: James Gandolfini, Edie Falco, Lorraine Bracco, Michael Imperioli

Cadena: HBO

Duración: 50 Min.

Si hoy nos asomamos a los clásicos de la literatura para imaginar la vida de nuestros antepasados, dentro de mil años (suponiendo que aún exista la humanidad) quien quiera entender cómo vivimos en el loco siglo XXI tendrá que ver The Sopranos y The Wire. Posiblemente los académicos del futuro le llamen “la era dorada de la televisión” arqueando una ceja y esbozando media sonrisa al pensar que una obra tan sublime surgió en un medio tan grosero. Un sentimiento de sorpresa parecido al que experimentaríamos si descubriésemos que Atila  escribía delicados poemas líricos además de ser el paladín de la barbarie.

El propio creador, David Chase, definió la serie como la historia de un padre de familia que además es capo de la mafia de New Jersey. Pero nada de recorrer senderos trillados ni recurrir a lugares comunes. The Sopranos ha servido para reinventar el género diseccionando a su personaje principal Tony Soprano y decenas de secundarios irrepetibles como Chris Moltisanti (Un “made man” que sueña con triunfar en Holywood) Paulie Galitieri (El matón ex–culturista al que se le pasó el arroz y asesina viejas) o Vitto Spatafore (Un mafioso gay condenado al armario), consiguiendo humanizar a extorsionistas, usureros, estafadores y sicarios sin moralismos ni sublimaciones.

Tras casi un siglo de Mafia en la ficción The Sopranos es sin duda el retrato más fiel, ambicioso, conmovedor y profundo jamás realizado: hay humor negro, sexo, desmembramientos, complejas luchas por el poder y toda la seducción destilada por la crueldad y el exótico hermetismo de la “Cosa Nostra”. Tiene unas dimensiones sin precedentes gracias a sus 86 episodios que le permiten desarrollar tramas y personajes hasta un punto imposible en el cine, pero además su fidelidad a la premisa y su compromiso con la verosimilitud han contribuido a elevar a la televisión a cotas de “gran arte” anteriormente reservadas a las obras maestras de la literatura o la gran pantalla.

Sin duda son dignas del gran cine su calidad visual, cuidada puesta en escena, talento actoral, el vestuario o la magnífica música utilizada, pero lo que realmente no tiene parangón es la calidad de sus guiones en los que hay espacio para todo: conflictos familiares y su inextricable inmundicia freudiana, relaciones asimétricas y trapaceras cultivadas por los poderosos y quienes les rodean, el vacío existencial y la decadencia de los valores del hombre moderno, fabulaciones oníricas dignas de Fellini, sinsabores de bribones de medio pelo que aspiran a algo e incluso reflexiones meta-cinematográficas y sátira al show-business.

Todo lo que vemos escrito con talento digno del Nobel pre-Obama es además divertido, profundo y aterrador a la par que verídico. Chris Albretch dirigía HBO en el 97 y quizá su tendencia autodestructiva y su afición a agredir al personal le hicieron simpatizar con Tony Soprano. Lo normal es que el proyecto hubiese acabado en un cajón para dejar sitio al porno blando tardo-adolescente estilo True Blood. Hizo falta un loco para creer que un producto con integridad, no susceptible de ser sorbido con una pajita sino masticado con las muelas del juicio, podría ser viable. ¡Qué demonios viable! ¡El mayor melocotonazo jamás visto en la tv por cable! ¡Un loco peligroso elucubró que en algún lugar existían espectadores inteligentes y le salió bien! Seguramente no volverá a ocurrir jamás…

Lo normal es que nos quedemos a medio camino y nos tengamos que conformar con algo como Breaking Bad, cuya premisa y frecuentes bandazos argumentales destinados a epatar o simplemente a mantener con vida lo que nunca debió nacer malogran, como taras congénitas, los notables esfuerzos que realizan sus talentosos guionistas y actores para elevarla a un nivel que nunca alcanzará. El troglodita que pintó los primeros bisontes en su cueva trazó una línea invisible pero infranqueable que separó para siempre el arte de lo meramente decorativo o entretenido. El ascenso a la gloria del olimpo es escarpado y pocos ¡muy pocos! alcanzan la cima.

En Los Soprano, como en The Wire, descubrimos que narrado con talento, es mucho más interesante el día a día de los protagonistas que el calibre del arma que utilizan, si es que llegamos a verles utilizarla. Aquí lo apasionante desde el primer momento es saber qué será lo próximo que hará Toni. Nos identificamos con él porque como todos nosotros tiene problemas familiares y en el trabajo. Su madre y su jefe conspiran para asesinarle ¿Quién de nosotros no ha pasado por esa experiencia al menos una vez?

Toni tiene encanto y es, sin duda, un gran tipo. Le perdonamos sus vicios y ataques de ira, porque, sobre todo, tiene carisma y es fuerte. Todos hemos sentido alguna vez cierta humedad genital cuando el tipo más duro y popular se pone de nuestro lado, o nos hemos cagado en los pantalones al temer que se volviese en nuestra contra. Lo universal y lo particular se entrelazan, como en toda obra maestra. Las rencillas entre viejos amigos de instituto que para un ciudadano de a pie se expresarían en discusiones de sobremesa o úlceras duodenales aquí resultan en restaurantes incendiados o familias arruinadas por una mala racha al poker.

Como Rey Sol en torno al cual orbitan los demás cuerpos celestes Toni Soprano acaba siendo  origen y destino: da la vida a sus hijos, hace “made man” a sus secuaces y  les quita la vida con sus propias manos o las de sus sicarios. Casi siempre tiene buenas intenciones pero sus propias debilidades de carácter, las circunstancias o las prioridades del exigente y enrevesado mundo que habita se imponen al final.

Si Toni es el Rey, la propia Mafia es el tablero de ajedrez donde peones, alfiles y damas se mueven sometidos a rigurosas reglas. Como en el  ajedrez las piezas están predestinadas a vivir dentro del tablero: la única salida es la muerte. Tan solo un personaje, la Doctora Melfi, permanece todo el tiempo al margen, como observadora, aunque a menudo es tentada a convertirse en una pieza más del juego. Los dos puntos de inflexión de este personaje son claves para entender la serie: el primero cuando es violada y renuncia a utilizar el poder de Toni para vengarse de su agresor.  El segundo cuando finalmente descubre, cenando con otros psiquiatras, que no sólo no conseguirá “curar” a Toni jamás, ¡sino que con la terapia le está ayudando a ser mejor criminal! y decide finiquitar a su relación profesional de inmediato. Melfi acaba siendo el único personaje íntegro, que no cae seducido por el brillante atractivo del poder y el dinero, y se salva. Todos los demás, acaban cayendo, poco a poco, y tras el jaque mate el tablero termina, como es habitual, prácticamente desierto, y se apaga la luz.

Gran parte del éxito de Los Soprano se debe a que el estricto y siniestro sistema moral mencionado permanece la mayor parte del tiempo soterrado y latente, como en la vida misma. Disfrutamos de distracciones cotidianas como las conversaciones soeces, las timbas hasta el amanecer, las celebraciones familiares, las amenas estafas, extorsiones y pequeños chanchullos diarios, los polvos de Toni con sus numerosas amantes o los momentos de violencia humorística al estilo Tarantino. Poco a poco se va acumulando la tensión necesaria y llega el desenlace inevitable. Los tipos duros no bailan y el séptimo de caballería nunca llega a tiempo. Aquí no hay profesores de química convertidos en gangster, ni yonquis de medio pelo reciclados en sicarios de sangre fría. Los que tienen que morir mueren con la cara en el barro y nos quedamos helados, como si hubiesen asesinado a alguien en nuestras narices y no nos atreviésemos a acudir a la policía a denunciarlo.

Al igual que en The Wire hay aquí un relato ambicioso y profundo sobre la naturaleza humana. Si en The Wire el compromiso por hacer un relato exhaustivo y ecuánime de todos los estamentos sociales remata de forma agridulce pero con un pequeño destello de esperanza, el sabor que nos deja en la boca Los Soprano es más amargo. El pesimismo domina como una nube oscura y la claridad solo llega a través de pálidos reflejos: los escasos momentos de felicidad sencilla como la de Toni con su familia en el dinners, justo antes del final.

A fin de cuentas, si estas series están en la cima es porque han sido creadas con una cantidad tan absurda de talento que resultan no sólo apasionantes, sino indistinguibles de la realidad para el más escéptico de los observadores. Mejores que la realidad pero tan crueles e inevitables como ella. Un pequeño universo paralelo al  que los yonkis de la evasión huimos sin demasiados remordimientos de conciencia porque nos sentimos realizados simplemente habitándolo.

Soñamos con despertar un día y sentarnos en la terraza de Satriale’s para presentarle nuestros respetos a Toni, hacer reír a Silvio, Paulie y Chris con algún chiste malo para ganarnos su confianza y ¿Quién sabe? Quizá hacer negocios con la familia.

Martín López

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5 Comentarios

  1. Lo mejor que se ha hecho en la historia de este arte. Eso, es así.

  2. Brillante serie y brillante artículo. Ha sido un placer leerlo.

  3. Grande Martín.
    Por cierto, creo que, obviando a Tony, mi personaje preferido es la madre. Agüita pa los patos, nunca mejor dicho.

  4. CHINGONA SERIE. Lo malo que después de verla y entenderla, cualquier cosa en TV nos parece una PORQUERIA

  5. Definitivamente es una serie muy buena y sin duda su éxito fue inminente gracias a que tuvo que ver el gran equipo que tiene, desde personajes, directores y creadores como M. Weiner la verdad fue una estupenda serie.