Cómo resucitar una saga: Mad Max furia en la carretera
«Si quieres derrotar a tus enemigos, sácales de su zona de confort. Aunque para ello te dejes el sueldo en gasolina«. Este podría ser el slogan promocional de la cuarta entrega de Mad Max. Porque seamos sinceros, las imágenes de esta inesperada secuela nos regalan un buen número de frenéticas e intensas persecuciones que deleitarán a los amantes del motor y a los puristas del cine de acción: vehículos extravagantes, violencia a raudales y un catálogo de maleantes que harían temblar a los mismísimos ángeles del infierno.
Y es que la resurrección de uno de los antihéroes de serie b más carismáticos de los 80 funciona mucho mejor de lo que sus devotos se hubieran atrevido a soñar antes de su estreno. Si además tenemos en cuenta que el rostro de Max ha prescindido de las míticas facciones de Mel Gibson, convertido en súper estrella tras haber protagonizado las tres primeras entregas, el mérito es todavía superior. Estos datos no hacen más que confirmar el enorme talento de George Miller, verdadero alma mater de esta saga desde la doméstica Mad Max: salvajes en la autopista (Mad Max, 1979) hasta el título que en 2015 inauguró el prestigioso festival de cine de Cannes.
Si las tres predecesoras se caracterizaban por su espíritu de road movie y su atmósfera post-apocalíptica, el nuevo trabajo del cineasta australiano eleva estas dos señas de identidad a una nueva dimensión. Durante gran parte de la película, surcamos el desierto más deshidratado a lomos de unos caballos de metal que no consienten el descanso a sus curtidos motores. La rebelión sobre ruedas liderada por Furiosa, y apoyada accidentalmente por Max, hace gala de una orgía cinética sin precedentes: a las numerosas persecuciones por carreteras sin fin, se suman los combates cuerpo a cuerpo entre los acólitos del malvado Inmortan Joe y los responsables de su mal humor.
En este sentido, la película se beneficia de la magnífica labor de Margaret Sixel en la sala de montaje, que permite mantener al espectador alicatado a su butaca durante la mayor parte del metraje, olvidando la escasa profundidad de los personajes y disfrutando una experiencia cinematográfica de intensidad suprema. Afortunadamente, la dirección de Miller nos permite un par de respiros en los que la versátil fotografía de John Seale arrebata el protagonismo a la edición y propone unas texturas visuales muy acordes a los momentos más reflexivos, si así los podemos tildar, de esta diligencia del S. XXI.
Una vez más, Miller construye un universo enfermizo en el que los bienes más preciados (el agua y la descendencia) están reservados para el uso y disfrute de un tirano que lo haría todo por mantener intacto su poder. Además de este relativo guiño al mundo real, el australiano realiza toda una declaración de intenciones a la hora de otorgar el protagonismo absoluto de su película a un personaje femenino interpretado por Charlize Theron, e insinuar a los esclavos del mundo moderno que huir de los problemas no siempre es la solución.
Carlos Fernández Castro
… y que no se nos olvide el espectacular costume design de Jenny Beavan.
Muy buena pelicula