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No es país para cine

«Los políticos españoles nunca han respetado el cine«, declaraba Fernando Trueba al recibir, tan sólo hace unos días, el Premio Nacional de Cinematografía 2015. Algunos lo considerarán una pataleta del director por no haber obtenido a lo largo de su carrera las subvenciones necesarias para acometer sus proyectos con la asiduidad deseada. Quién sabe. Lo que no se puede negar es la inmensa verdad que esconde esta afirmación, más allá de las intenciones del madrileño y de los gobiernos con los que ha tenido que lidiar. Pero el director de ‘Ópera Prima’ olvidó mencionar que la población española tampoco ha mostrado mucho interés por el séptimo arte a lo largo de sus 124 años de vida.

Fernando Trueba

Según una encuesta, a la que se refiere Román Gubern en su magnífico libro ‘Historia del Cine’, nuestras películas favoritas en 1943 eran ‘Locura de Amor’, ‘El Pescador de Coplas’, ‘Currito de la Cruz’, y ‘Un Caballero Andaluz’. No hace falta recordar que, por aquel entonces, ya se habían estrenado en territorio nacional ‘Ciudadano Kane’, ‘Casablanca’ , ‘Amanecer’, ‘Metrópolis’, ‘El Ángel Azul’, ‘La Gran Ilusión’…y un largo etcétera de obras que ya formaban parte de la historia del cine. ¿Acaso existen tantas diferencias entre el gusto de los españoles y el de el resto del mundo civilizado, o es simplemente una cuestión de analfabetismo cinematográfico?

En 1955, el panorama no era mucho más halagüeño que doce años atrás. En las famosas Conversaciones de Salamanca, Juan Antonio Bardem se rebelaba contra la situación de nuestra cinematografía, afirmando que «el cine español actual es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo, e industrialmente raquítico«. Las palabras del director de ‘Muerte de un Ciclista’ tienen más de sesenta años, pero podríamos ponerlas en boca de cualquier cineasta actual sin que llamarán la atención. ¿Qué demonios le pasa a España con el séptimo arte?

Juan Antonio Bardem (tercero por la izquierda) en las Conversaciones de Salamanca

Juan Antonio Bardem (tercero por la izquierda) en las Conversaciones de Salamanca

Desde que en 1891 Edison patentara el kinetoscopio, nuestro país ha vivido en monarquía, dictadura, república, y ha pasado el filtro de una «modélica transición«. Si pudiéramos preguntarle al cine «¿qué época ha sido la más beneficiosa para tus intereses en España?», respondería «en todas he sido tratado con la misma falta de respeto».

Y lamentablemente el verdadero problema no radica en la falta de subvenciones o en la escasa protección que recibe el cine español en nuestras salas. Principalmente, estamos ante una cuestión de educación. Hasta el momento, ninguno de nuestros gobernantes se ha preocupado por introducir el cine en nuestro sistema educativo. Durante los años escolares, dependiendo de nuestras tendencias intelectuales y del mayor o menor intervencionismo de nuestros padres en la decisión, tenemos la oportunidad de estudiar literatura, arquitectura, pintura, escultura, y música (efectivamente, la danza es otra de las grandes ignoradas). Pero se nos niega el acceso al séptimo arte, que ofrece la posibilidad de combinar todas las expresiones artísticas del ser humano.

Porque el cine no es solo imagen y sonido, sino que es el receptáculo definitivo para almacenar todo el conocimiento del ser humano, y la herramienta idónea para protagonizar un nuevo sistema educativo: nada mejor que ‘Días de Vino y Rosas’ para advertir sobre el alcoholismo y mostrar sus efectos nocivos; nada mejor que ‘El Político’ para prevenir la corrupción; nada mejor que ‘Laurence Anyways’ para normalizar la transexualidad; nada mejor que ‘El Loco del Pelo Rojo’ para introducirnos en la vida y obra de Vincent van Gogh; nada mejor que ’12 Años de Esclavitud’ para recordar la época en la que el hombre se liberó del hombre; nada mejor que ‘La Habitación del Hijo’ para atisbar lo que se siente al perder la sangre de tu sangre; nada mejor que ‘Cantando bajo la Lluvia’ para despertar las ganas de vivir; nada mejor que ‘El Año Pasado en Marienbad’ para analizar los mecanismos encriptados de nuestra memoria…

Sin embargo, vivimos en un país que siempre ha distinguido dos tipos de personas: las que hacen formación profesional y las que hacen bachillerato, las que hacen letras y las que hacen ciencias, las que inician su carrera laboral nada más abandonar el instituto y las que hacen una carrera universitaria, las que hacen una carrera de letras y las que hacen una carrera de ciencias. En otras palabras: vivimos en un país que se caracteriza por sus estúpidos prejuicios y por su absoluto desprecio hacia las humanidades. Porque total, ¿qué importancia tiene la inteligencia emocional, por qué dedicarte a una profesión que te gusta, por qué emplear tus esfuerzos en algo relacionado con el entretenimiento, qué es eso de alimentar el alma?

Y seamos sinceros, el cine es una de esas palabras sobre las que se habla de manera despectiva, al igual que le sucede al resto de las artes. Porque ¿para qué sirve realmente el cine? Si a alguien no le sirven los argumentos anteriores, el hecho de que una película sea capaz de despertar emociones difícilmente expresables a través de las palabras debería ser una respuesta lo suficientemente convincente como para que no se volviera a formular semejante pregunta.

El españolito medio seguirá pensando que el problema es del resto del mundo, que no hay nada mejor que ‘Ocho Apellidos Vascos’ y ‘Torrente’, que las películas únicamente sirven para pasar el rato, que el cine no está hecho para pensar, que los que se dedican a todo lo relacionado con el séptimo arte no son más que holgazanes y freaks, que es preferible disfrutar de una copa de matarratas en el garito de moda a gastarse ocho euros en una entrada de cine… Y como concluye Fernando Trueba en la entrevista que concedió a El País con motivo de su Premio Nacional de Cinematografía, «me da igual que el gobierno sea de izquierdas o de derechas, porque ninguno me ha hecho caso«. No te confundas Fernando, ni a ti ni a nadie. Y no sólo los gobiernos, tampoco los ciudadanos.

¡Qué le vamos a hacer! Arreglar este problema supondría diseñar un sistema educativo diametralmente opuesto a los que nos han convertido en uno de los pueblos más incultos de Europa. Y para cambiar esta inercia, sería de vital importancia que nuestros responsables políticos actuaran de buena fe, pensaran en lo mejor para sus ciudadanos, y desterraran el cortoplacismo de su modus operandi. Desgraciadamente, nuestros ojos no verían los efectos de este cambio de rumbo, pero quizás los hijos de nuestros hijos podrían llegar a pensar que España «es país para cine».

Carlos Fernández Castro

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1 Comentario

  1. Hola Carlos.

    Nada que objetar al artículo, más bien al contrario.

    Solo tengo una cosa que añadir, y es que en algunos centros educativos si que enseñan cine, aunque me parece que es en los menos. En el colegio de mis hijos, en 3ºESO, una de las asignaturas optativas (y por lo tanto de libre disposición por parte del centro y nada dentro de las obligatorias, que es como debería ser) es ‘Historia y Cine’. No es demasiado, sólo es una hora a la semana, pero el profesor les enseña y habla mucho, mucho de cine. Los chicos tienen que representar en una fotografía una escena de una película, preparar un guión y grabar una película, ver algunas películas y hacer un comentario, buscar su escena favorita de alguna película y describir los planos que usa… Les acercan al mundo del cine y sus entresijos, pero siempre solo para los que la han elegido, así que muy general no es.

    No se si con la nueva ley esto va a desaparecer o no, pero viendo la importancia que están dando a algunas asignaturas más enfocadas al arte (música, plática) y al libre pensamiento (filosofía), no parece que vaya a tener más espacio.

    Indicar que el colegio de mis hijos es concertado y de curas, así que se tiene que ceñir en gran parte al programa de la Comunidad de Madrid, que es donde residimos. Es una apuesta propia del colegio, optativa junto con Teatro, Cultura Clásica y Francés, para los alumnos de 3ºESO.

    Un saludo