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El Apartamento (The Apartment) (1960): en busca de la dignidad perdida

Nota: 10

Dirección: Billy Wilder

Guión: Billy Wilder, I. A. L. Diamond

Reparto: Jack Lemmon, Shirley MacLaine, Fred MacMurray, Ray Walston, Edie Adams, Jack Kruschen

Fotografía: Joseph LaShelle

Duración: 125 Min.

A la hora de afrontar una crítica o un artículo, hay películas que imponen más respeto que otras; personalmente, llevo más de cuatro años evitando este momento, y al mismo tiempo deseándolo, como el coleccionista que necesita sacar de la vitrina su antigüedad favorita para admirarla de cerca y presentarle sus respetos. “El Apartamento” es una de las películas que más emociones despiertan en mi interior, razón por la que siempre he temido no estar a la altura a la hora de escribir sobre ella. Pero ha llegado el momento de asumir el riesgo.

Y precisamente ha sido una amiga/compañera de trabajo la responsable de que me haya decidido a repasar este clásico de Billy Wilder, tan vigente hoy como lo fue en el momento de su estreno. La persona en cuestión está sufriendo un calvario, a causa de la típica trepa a la que no le importan tus problemas personales o tu estado de ánimo; sólo quiere que le saques las castañas del fuego. Es decir, la típica vaga que intenta conseguir sus objetivos a costa del trabajo de los demás, todo un clásico.

Bien cierto es que «El Apartamento» no aborda este tema en concreto, pero sí analiza lo que perdemos cuando cedemos ante este tipo de sanguijuelas: la dignidad. Vivimos unos tiempos en los que el ser humano no es más que el voto a punto de ser insertado en una urna, el impuesto con que engrosar la cuenta corriente de un político corrupto, un frío número destinado a producir el máximo beneficio a cambio del mínimo reconocimiento. Y es que en materia laboral, como en muchas otras, somos merecedores del sustantivo «seres», pero indignos del adjetivo «humanos».

La ganadora del Oscar a Mejor Película en 1960, demuestra esta teoría con mucha elegancia, y no menos sutileza. De hecho, el señor Wilder se ve en la obligación de disfrazar de comedia, lo que es un auténtico drama. Como podemos observar en sus primeras imágenes, gracias a un gran trabajo en el diseño de la producción, los trabajadores de la empresa en la que trabaja C. C. Baxter, ocupan sus puestos como meras piezas de un engranaje perfecto. Piezas sin rostro, sin vidas privadas, sin ilusiones, sin emociones, sin sentimientos, sin la posibilidad de hacer méritos para ascender, porque ascender no es la consecuencia de hacer méritos. Piezas al servicio de las aspiraciones profesionales y económicas de insignificantes directivos, cuyos máximos logros consisten en haber reído las gracias de sus respectivos superiores.

Pero claro, C. C. Baxter hace mucho tiempo que perdió tanto su amor propio como su dignidad. Es un tipo sin carácter, sin la personalidad suficiente para rechazar las ofertas de sus superiores, que vendrían a ser algo así como: «Si me dejaras tu apartamento para pasar un rato con mi amante y no le dijeras nada a mi mujer, podrías promocionar muy fácilmente; de lo contrario, tu trabajo podría llegar a ser bastante desagradable». Desde el principio, observamos los abusos de poder, maquillados por caras amables y favores que ocultan verdaderas imposiciones.

Por supuesto, el personaje interpretado por Jack Lemmon cede al chantaje. Vemos a C. C. Baxter en la calle, deseando volver a casa, pasando frío y esperando a que el jefe de turno dé por concluida la correspondiente sesión amatoria. Asistimos atónitos a los malabarismos que debe ejecutar, para cuadrar las franjas horarias en las que su apartamento estará «ocupado» por sus superiores. Comprobamos cómo renuncia a la mujer que ama, al descubrir que es la querida de uno de los esporádicos «inquilinos» de su apartamento. Situaciones sencillamente patéticas, que sólo pueden ser toleradas gracias al sentido del humor del director vienés, y a la entrañable interpretación de Jack Lemmon.

Junto a su inseparable I. A. L. Diamond, Billy Wilder maneja la historia con la maestría de los grandes guionistas, dosificando la información según avanza el metraje, e introduciendo componentes que alteran progresivamente la perspectiva del protagonista. También destaca el empleo de ciertos objetos a lo largo de la narración, desde el punto de vista simbólico, y a la hora de contribuir al desarrollo del argumento: el espejo roto que revela secretos, y la llave del lavabo para directivos, cuya adquisición y ulterior devolución subrayan de manera elegante la transformación del protagonista.

Pero encontramos la verdadera clave de «El Apartamento» en el diálogo que mantienen C. C. Baxter y su vecino, el Doctor Dreyfuss, tras el intento de suicidio de la Srta Kubelick. Convencido de que el protagonista es un rompecorazones, que utiliza a las mujeres a su antojo, el médico le suplica que, de una vez por todas, madure y se convierta en un «Mensch» (término filosófico alemán para designar a una persona de integridad y honor). Una vez más, Wilder recurre ingeniosamente a un equivoco para hacer avanzar el argumento. La importancia de esta secuencia radica en el cambio de actitud de C. C. Baxter, quien a partir de ese momento, inicia su revolución personal en nombre del amor.

«El Apartamento» trata sobre la dignidad, tanto la de C.C. Baxter como la de Fran Kubelick. Porque la chica nunca fue una mera comparsa en el cine de Wilder. El personaje interpretado por Shirley MacLaine es tan importante como el de Jack Lemmon. Ambos perdieron el rumbo hace tiempo y andan escasos de autoestima. Pero también son dos corazones deseosos de encontrar una persona que dé sentido a sus vidas. Sin saberlo, Kubelick despierta el «mensch» que Baxter lleva dentro, y Baxter arrastra a Kubelick a un inesperado nuevo inicio, lejos de amantes egoístas que nunca dejarán a sus esposas.

Hubiera sido muy fácil rematar la película al son del infalible «chico consigue a chica». Pero fiel a su estilo, Billy Wilder deja el futuro amoroso de sus protagonistas suspendido en el aire, porque en el fondo, «El Apartamento» nunca tuvo una verdadera vocación romántica. Al final, solo hay un camino posible para conseguir la paz mental, y consiste en no poner precio a tu dignidad y sentir un profundo respeto por uno mismo. Amiga mía, sé que esta película no tiene nada que ver con tu situación, pero el mensaje es igualmente aplicable: siempre hay gente que intenta aprovecharse de nosotros, que intenta someternos, que quiere imponernos aquello que no debemos hacer. Nunca prestes tu apartamento.

Carlos Fernández Castro

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3 Comentarios

  1. Pues qué más añadir, que es la mejor tragicomedia que he visto, que es mi película favorita, que es la obra cumbre de Billy Wilder. Que doy gracias por su existencia, y por un Jack Lemmon y Shirley MacLaine en estado de gracia.

    Y por supuesto, al autor del artículo, con el que me identifico totalmente. En un año y medio que llevo escribiendo por internet todavía no he tenido valor para hablar de esta maravilla. Un saludo y gracias.

  2. Gran reseña de esta obra maestra del cine. Adoro el apartamento, su imagen y a sus actores. Gran historia de amor. Felicito tu blog.