El hijo de Saúl (Saul fía) (2015)
Nota: 9,5
Dirección: László Nemes
Guión: László Nemes, Clara Royer
Reparto: Géza Rörig, Levernet Molnár, Urs Rechn, Sándor Zsótér, Todd Charmont, Björn Freiberg
Fotografía: Mátyás Erdély
Duración: 107 Min.
A finales de los años 20, algunos directores (Erich von Stroheim, Wilhelm Murnau, o Ernst Lubitsch) habían llevado el cine mudo al límite de su capacidad expresiva. Ni siquiera eran necesarios los subtítulos para entender el desarrollo de sus argumentos. De repente, Al Jolson empezó a cantar, y las películas se vieron obligadas a dividir su atención entre la retina y el tímpano del espectador. Sirva esta breve introducción histórica para indicar que si los cineastas anteriormente citados fueron los que más brillo sacaron a la imagen cinematográfica, László Nemes es el que ha logrado hacer algo semejante con el sonido.
Noche y niebla, de Alain Resnais, Shoah, de Claude Lanzman, La lista de Schindler, de Steven Spielberg, La pasajera, de Alexander Munk e infinidad de títulos más han abordado el holocausto judío en la gran pantalla desde la caída del III Reich. Diferentes nacionalidades, diferentes puntos de vista y diferentes estilos. Y a pesar del escaso margen que existía para la sorpresa, el debut de Nemes se ha convertido instantáneamente en una obra esencial dentro de las películas dedicadas a esta dolorosa temática. Quizás no sea la única protagonizada por un miembro de un Sonderkommando (grupos de judíos que eran obligados a desempeñar, durante tres o cuatro meses, determinadas labores logísticas en los campos de concentración), ni la única que transcurre en las dependencias de Auschwitz. Pero sí es una obra única a la hora de transportarnos, física y psicológicamente, a ese otro lado de la pantalla donde los nazis cometían sus atrocidades.
La cámara de Nemes persigue a Saul a lo largo y ancho del campo de concentración, invitándonos a una visita guiada por todos sus recovecos. Rara vez le perdemos de vista. Nos coloca a sus espaldas o mirándole de frente. Observamos nítidamente su rostro y sus acciones. Sin embargo, el contexto en el que se desarrolla la narración queda sometido a un perpetuo fuera de foco y enclaustrado en un 1.37:1 (formato similar al 4:3) que limita deliberadamente el campo visual. El empleo de esta estrategia, junto a una obsesiva recreación del universo sonoro que rodea al protagonista, desatan la imaginación del espectador hasta hacerle completar las imágenes que no puede ver, con los sonidos que no puede ignorar.
Tras la activación de una cámara de gas, Saúl observa el cadáver de un niño y se compromete a encontrar un rabino que garantice el entierro digno de tan inocente criatura. Como demuestra esta breve sinopsis, el impacto de El Hijo de Saúl no radica en la complejidad de su guión o el ingenio de sus diálogos. Nemes ataca los sentidos del espectador y le somete a una experiencia cinematográfica muy parecida a la que perseguía Robert Montgomery en La dama del lago: hacerle vivir la acción en primera persona. Pero mientras el director americano escogía para ello la técnica del plano subjetivo (los acontecimientos son narrados únicamente a través de la mirada del protagonista), el húngaro opta por unos largos planos secuencia y una formidable puesta en escena, que además de aportar una gran intensidad y exhibir un admirable dominio del espacio y el tempo cinematográfico, nos convierten en ese compañero inseparable de Saúl, que se mueve, respira, observa y siente tanto miedo como él.
En manos de este sorprendente novato, antiguo ayudante de dirección del gran Béla Tarr, el séptimo arte cobra una nueva dimensión. Al situar con tanta firmeza el punto de vista del film y la mirada del patio de butacas, la pantalla se convierte en una prolongación de nuestro espacio vital, y todo ese mundo borroso que nos rodea se transforma en una amenaza constante. Es ahí cuando queda plenamente justificada la condición de sonderkommando de Saul: no es víctima ni ejecutor, pero se siente impotente al presenciar, y no poder evitar, el destino de los suyos. Mientras otras películas resultan aleccionadoras, críticas o incluso didácticas, ‘El Hijo de Saúl’ nos propone vivir un infierno intenso y agotador, que jamás podrá compararse con el que sufrieron las víctimas del holocausto judío, pero cuyas cicatrices visuales dejan la extraña sensación de «lo sentido y no vivido» y de haber presenciado una de las grandes obras maestras de nuestro tiempo.
Carlos Fernández Castro