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Falling (2020): Mortensen tropieza en la dirección

En los últimos compases de Falling, padre e hijo mantienen una conversación acalorada con el sonido y la imagen de un pequeño televisor en segundo plano. En la pantalla del aparato se aprecian las siluetas de John Wayne y Montgomery Clift, dos personajes que, sin ser familia, mantienen una relación paternofilial de lo más tormentosa durante gran parte del metraje de Río rojo (Howard Hawks, 1948). Se trata de una pista que revela las inspiraciones clásicas de Mortensen detrás de las cámaras y, de algún modo, parece llamar la atención sobre la evolución que ha experimentado el cine norteamericano en su tratamiento de las relaciones homosexuales.

A pesar de esta circunstancia, Falling se muestra un tanto almidonada a la hora de mostrar el choque entre la intolerancia de generaciones pasadas respecto al colectivo LGTBIQ y la defensa actual de sus derechos y libertades. De algún modo, se aprecia una cierta influencia de Green Book -película que Mortensen protagonizó en 2018 y que aborda el racismo en los Estados Unidos de los años 60- en el recurso a los clichés.

Asimismo, el debutante muestra, con insistencia enfermiza, el comportamiento homófobo del padre de familia en la línea argumental dedicada al presente. Reiteración que impide la evolución de los personajes y estanca la narración. En este sentido, la película funciona mejor cuando se centra en la infancia del protagonista y el espectador asiste al progresivo crecimiento de ese monstruo interpretado por Sverrir Gudnason en la versión más joven del personaje encarnado en el presente narrativo por Lance Henriksen.

Entre los aciertos de este debut, destacan la gestión de sus líneas argumentales, entrelazadas con solvencia mediante un uso admirable de la elipsis, y la construcción de un tramo final que, en ciertos momentos, recuerda la atmósfera sofocante de Aflicción (Paul Schrader, 1997): en éste, Mortensen y Henriksen protagonizan el clímax dramático y alcanzan el nivel de autenticidad que la película requería desde un primer momento. Nunca es tarde si la (des)dicha es buena.

Carlos Fernández Castro

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2 Comentarios

  1. Pues a mí me gustó con ‘peros’ por varias razones. Una es que desde los años 40 el cine americano no suele dedicarse mucho a desmontar a la feliz familia americana y Viggo lo hace. Otra es que por fin el tema homosexual es tratado con naturalidad, sin alardes, como una elección -entre otras- de los personajes. Me gustó mucho la contención del personaje de Viggo ante las provocaciones del padre, como alguien que ha decidido no entrar en guerras y no lo hace, y la contención de Viggo como actor muy pero que muy creíble.
    Cierto es que los personajes no evolucionan, pero para eso está la tercera generación que no se deja tratar como una zapatilla.
    Para mi gusto es bastante buena, merece la pena verse y es de las que hace pensar y discutir a la salida. Pero Viggo, no habría estado de más que pidieras ayuda para el guión a alguien con más experiencia.

    • Entiendo tus argumentos, Mari Cruz, pero donde tú ves naturalidad yo veo situaciones e interpretaciones forzadas que le quitan fuerza a su reivindicación. No está mal intentarlo, pero este tipo de luchas artísticas requieren de más sutileza para alcanzar la credibilidad que merecen estos asuntos.
      Un saludo 🙂