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Big Fish (2003)

Nota: 10

Dirección: Tim Burton

Guión: John August (Novela: Daniel Wallace)

Reparto: Ewan McGregor, Albert Finney, Billy Crudup, Jessica Lange, Alison Lohman

Fotografía: Philippe Rousselot

Música: Danny Elfman

Duración: 126 min

Por lo general, existen dos tipos de buenas películas: aquellas que verías una sola vez en tu vida, y aquellas otras que nunca te cansarías de disfrutar tras un número indefinido de visionados. Correspondiente a esta segunda categoría, «Big Fish» es una de esas obras inolvidables que, a partir de una conjugación magistral de elementos fantásticos y un emotivo drama familiar entretejidos en una narración prodigiosa, logran activar la fibra sensible del espectador en una experiencia cinematográfica cautivadora y profundamente placentera.

Basada en la novela de Daniel Wallace, «Big Fish» narra las fabulosas vivencias de Edward Bloom, un hombre con un inusitado espíritu de aventura que decide abandonar la existencia cómoda y triunfante en su pequeño pueblo natal para abrirse a los inescrutables caminos de la realidad exterior, a ese incierto río al que es arrastrado por la impetuosa corriente del destino y el azar. En su recorrido, protagonizará las más increíbles andanzas y peripecias inspirado por el súbito y único amor que dio sentido a su vida desde aquella tarde en el circo, cuando el tiempo se detuvo  y Edward vislumbró a la mujer con la que pasaría el resto de sus días.

Pero el tiempo discurre inexorable y las asombrosas hazañas de Bloom van adquiriendo los tintes propios de una trepidante novela épica transmitida oralmente a todos aquellos dispuestos a oírlas; incluido su hijo, quien ahora, devenido en un hombre maduro a punto de ser padre, busca escépticamente los sedimentos de verdad que sostienen las historias de un progenitor al que siente como algo extraño, una farsa en la que durante un tiempo creyó a ciegas fascinado por el evocador poder de sus palabras.

Postrado en su cama ante un final que se acerca, Edward Bloom desgrana la historia de su vida al tiempo que intenta hacer ver a su hijo la grandiosidad de un río en el que la fantasía se filtra en la realidad de forma natural, como una simbiosis perfecta que dota a la existencia humana de la única transcendencia a la que puede aspirar: la imaginación. Y de esa inestimable cualidad está sobrado el bueno de Blom, tal y como demuestra en los emocionantes relatos de su etapa circense, la conquista romántica de su mujer, su arriesgado periodo militar o su fugaz experiencia como ladrón de bancos.

«Big Fish» es pura magia fílmica. Tim Burton elude con eficacia gran parte de las manías y tics repetitivos de su cine y, paradójicamente, logra componer la mejor película de su carrera (aunque «Eduardo Manostijeras» sea quizás más representativa) a partir de una narración visual impecable que complementa el portentoso guión de John August sobre la novela de Wallace. Cada minuto de metraje es una invención literaria desbordante con una insólita capacidad para emocionar y entretener, como si asistiéramos al mágico relato de un hábil cuentacuentos. Un narrador que adquiere todo su magnetismo en la piel de un grandioso Albert Finney, quien desempeña aquí la mejor interpretación de su madurez dando vida a un tozudo anciano que se niega a dejar de creer en la fantasía como motor de vida.

En la réplica a Finney, la dulzura natural de Marion Cotillard, la presencia serena de Jessica Lange y el limitado registro dramático de Billy Cudrup (un actor de marcado perfil bajo). Sin embargo, en la otra película, aquella que se desarrolla en el ambivalente pasado de Bloom, el reparto adquiere mayores cotas aún de mayor calidad con Ewan McGregor en un papel en el que apenas puede dejar de sonreír un solo instante, y los siempre estimulantes Steve Buscemi (son sencillamente hilarantes sus escenas en el idílico pueblo de Espectro), Danny DeVito (nunca un hombre-lobo pareció tan real) y Helenna Bonham Carter (habitual en el cine de Burton y aquí con doble rol artístico).

Son tantos los momentos memorables y tantos los personajes estrambóticos aunque profundamente humanos que se suceden en la trama de «Big Fish», que resulta demasiado complejo vertebrar un discurso que vaya desmenuzando la enorme riqueza de significados y sentidos que proyecta hacia el espectador. Se trata, en fin, de una preciosa película digna de revisitar periódicamente en tiempos de desánimo y crisis existencial para congraciarnos con la vida en su vertiente más onírica y fabulosa. Y de paso, tomar nota de la conflictiva relación paterno-filial y de su maravillosa paradoja en un final apoteósico donde, a orillas del río y junto a las personas que discurrieron por su vida, el hijo finalmente comprende la grandeza y sencillez de su padre; aquel que, como dice la hermosa canción escrita por Eddie Vedder para los títulos de crédito, abrió las costuras rotas del camino y lo guiaba, a su manera; el hombre del momento que hacía su última reverencia justo cuando el telón caía.

Jesús Benabat

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