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Yo vengo aquí a hablar del libro: Rebeca (Rebecca)

El objetivo de estas líneas es comparar, de forma muy resumida, las películas con los libros en los que se basan. El cine ha bebido de la literatura desde siempre y puede resultar interesante ver cuáles son las similitudes y diferencias entre las dos representaciones de una misma obra: veremos finales que se cambian, cómo algunos personajes desaparecen, aparecen o cambian, los giros en la trama para que teóricamente ésta resulte más interesante en pantalla, qué se corta, qué se alarga y qué se añade, etc. Para ello tendremos a veces que contar detalles que es mejor no desvelar a aquellos que no han visto la película o leído el libro pero bueno, ya estáis avisados…

«Rebeca», escrita por Daphne du Maurier y publicada en 1938, es “un estudio sobre los celos” según su propia autora. «Rebeca» nos cuenta cómo una joven inexperta y tímida se enamora y se casa con un rico terrateniente inglés que podría ser su padre (Maxim de Winter). Es el segundo matrimonio de de Winter y el fantasma de su primera mujer, muerta en circunstancias extrañas, parece habitar todavía Manderley, la mansión familiar, atormentando a la joven novia. La protagonista siente que no está a la altura de las virtudes de la fallecida Rebeca y tanto la familia y amigos de su marido como los propios criados, coinciden en ese sentimiento. Especialmente la que un día fue doncella de Rebeca, la señora Danvers, que hará que la vida de la nueva Lady de Winter sea todavía más incómoda si cabe.

Las comparaciones odiosas comienzan por el aspecto físico. Todo el mundo recuerda a la joven sustituta en varias ocasiones la belleza de Rebeca: su cuñada, su suegra, el secretario de de Winter y su propio marido. Hasta que ella misma acaba desesperada:

Rebeca, siempre Rebeca […] sus piernas largas y delgadas, sus pequeños pies […] con manos que podían manejar un barco, sostener unas riendas […]. También conozco ya su cara, pequeña y ovalada, su piel clara y su mata de pelo oscuro […] Rebeca… nunca podré librarme de ella.

Sobre todo cuando la joven novia se ve a sí misma como una “ex colegiala de codos enrojecidos y pelo lacio”. […] “Qué blanca y delgada parecía mi cara en el espejo,  con el pelo lacio y aplastado. ¿Así soy yo siempre? seguro que normalmente tengo más color . El reflejo del espejo, amarillento y poco atractivo, devolvía mi mirada”.

Aparte de esta descripción tan poco halagüeña, la protagonista deja caer sus guantes, se pierde en su propia casa y camina con los hombros encogidos demostrando poca seguridad, cosa que notan enseguida quienes la rodean y, sobre todo, la señora Danvers.

Joan Fontaine es quien encarna a esta joven en la película y cuesta trabajo relacionar a la actriz con esta descripción. En cambio, de forma parecida a como hiciera su hermana en La Heredera (aunque pienso que con menos éxito), consigue que nos olvidemos del físico y veamos  a alguien inseguro y preocupado por su aspecto y falta de carácter. Lo que a mi parecer no se refleja tan bien en la película es la fina ironía y el sentido común aplastante que caracterizan a la protagonista de la novela (de la cual no sabemos el nombre sino tan sólo que es exótico). En el libro ella no es tan dulce e inocente y nos encontramos con que tiene la capacidad de conocer la personalidad de quienes la rodean de forma bastante certera y con un agudo sentido crítico. La novela nos ofrece pasajes que no encajan con la visión romántica de la joven que muestra la película, como cuando narra que, por fin, Maxim ya no le acaricia el pelo “como si fuera el perro”, cuando se imagina (y escenifica) los cotilleos de los vecinos o cuando caricaturiza a Lady Crowan de forma bastante poco caritativa.

En cuanto al resto de personajes, Laurence Olivier, es un creíble Lord de Winter: bastante mayor que su novia, igual de frío y distante en un principio, y comportándose como un padre en lugar de un amante (tiene 20 años más que ella).  Quizá por ello, su nueva mujer desearía a veces “tener treinta y seis años y llevar un vestido de satén negro con un collar de perlas”.

La  señora Danvers (Judith Anderson), antigua doncella de Rebeca, es igual de estricta, despectiva y obsesionada con su antigua ama a como la describe du Maurier. Anderson fue una buena elección ya que, además de ilustrar perfectamente la enfermiza lealtad de la señora Danvers con la fallecida Rebeca, consigue que percibamos claramente su rechazo hacia la nueva esposa, tan diferente de la antigua Lady de Winter y que viene a usurpar la casa, los enseres y las funciones de su querida señora. Se ha llegado a hablar de una posible relación lésbica entre ama y doncella pero el libro tan sólo menciona cómo las dos denigraban y se burlaban de las conquistas masculinas de Rebeca. Según la propia Danvers: “el amor era tan sólo un juego para ella. La hacia reír, os lo aseguro. Y se reía de ti tanto como de los otros. Recuerdo cómo se sentaba en su cama retorciéndose de risa pensando en todos vosotros”.

Estos personajes son parte de una mentira, de un matrimonio que, siendo aparentemente perfecto, está corrompido. Lord y Lady de Winter tienen un contrato en toda regla por el cual ella se compromete a ser la perfecta anfitriona, la nuera ideal, la esposa perfecta que da lustre a Manderley a cambio de libertad suficiente para poder relacionarse con sus numerosos amantes y llevar una vida bastante alejada de la respetabilidad que se le supone. Este acuerdo no puede durar y Maxim acaba asesinándola de un disparo y ocultando su cadáver en el mar cuando ella, burlonamente, le cuenta que está embarazada de otro hombre.

Esta es la divergencia más importante de la película con respecto a la novela. En la primera, Maxim tras escuchar la noticia, empuja a Rebeca, que muere tras golpearse la cabeza en su caída. Maxim no es un asesino, es una muerte accidental. Du Maurier va mas allá y hace que el marido, hastiado ya del comportamiento de su mujer, le dispare y se deshaga del cuerpo. Este cambio fue necesario ya que en la época en la que se filmó Rebeca, estaba en vigor el código Hays cuyo apartado 3º prohibía tanto que un criminal tuviera la simpatía del público como que su crimen quedara indemne (y más aun tratándose de una esposa supuestamente embarazada).

La película también intenta no dar una imagen tan depravada de Rebeca como la que describe du Maurier. Así,  no se alude al intento de seducción de Rebeca con Frank, el formal y puntilloso secretario de Lord de Winter, ni tampoco las orgías que organizaba en la pequeña casita de la playa con varios hombres.

La otra gran diferencia es el desenlace. La película muestra cómo Manderley desaparece en un incendio y la señora Danvers con él, dando un final adecuado a esa obsesión por el pasado que la caracterizaba. En cambio la novela termina de forma más ambigua cuando Maxim y su esposa ven el cielo teñido de rojo a lo lejos a su regreso de Londres: [el cielo] estaba teñido de rojo, como una mancha de sangre, y la brisa marina nos traía las cenizas”.

En general, la película es muy fiel a la novela y, aunque puede que se haga algo larga en su último tercio, merece la pena.

Curiosidades :

La escena final del incendio de Manderley utiliza algunas de las tomas filmadas para “Lo que el viento se llevó” cuando se muestra Atlanta en llamas.

Varias obras de Daphne du Maurier han sido llevadas al cine y tres de ellas por Hichtcock : Rebeca, Jamaica Inn y Los Pájaros.

Tras unos comentarios de Antonia Fraser (que estaba escribiendo por entonces una biografía de Crownwell) en un periódico que sugerían que Rebeca realmente era una buena persona mientras que su marido y su segunda mujer eran los malos, du Maurier se mosqueó y respondió, utilizado el mismo periódico, que había encontrado documentación que permitía suponer una relación homosexual entre Carlos I y Crownwell. Al final , las dos autoras terminaron siendo buenas amigas.

Cuando preguntaron a du Maurier por qué no había puesto nombre a la segunda mujer de de Winter, contestó que en un principio no se le había ocurrido ninguno y después, se convirtió en un reto poder contar una historia con una protagonista sin nombre. También añadió que ello contribuía a que el personaje perdiera importancia en relación con Rebeca (a la que se nombra varias veces en la novela); alguien tan insignificante que ni siquiera tenía derecho a un nombre.

Mercedes Cal González

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