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El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel) (2014)

Nota: 8

Dirección: Wes Anderson

Guión: Wes Anderson (Historia: Wes Anderson, Hugo Guinness)

Reparto: Ralph Fiennes, Toni Revolori, Willem Dafoe, Edward Norton, Saoirse Ronan, F. Murray Abraham, Jason Schwartzman, Jeff Goldblum, Mathieu Amalric, Adrien Brody, Bill Murray, Bob Balaban, Lea Seydoux, Tom Wilkinson, Tilda Swinton

Fotografía: Robert D. Yeoman

Duración: 99 Min.

El cine de Wes Anderson siempre ha aspirado a dejar huella. No siempre lo ha logrado. Su carrera se ha debatido permanentemente entre fondo y forma, obteniendo resultados desiguales según la película de turno. Tras su reflexión dedicada al carpe diem (Academia Rushmore), su tríptico familiar (Los Tenenbaum, Life Aquatic y Viaje a Darjeeling), y su canto al amor imposible (Moonrise Kingdom), el director tejano ha decidido relajar sus pretensiones, y ha cesado en su empeño de demostrar su gran intelecto. Probablemente estamos ante el Anderson más maduro y confiado de su filmografía, pero también ante el más juguetón y hedonista.

En su último trabajo, escapa de las restricciones que impone la narrativa convencional, y construye una historia ficticia a partir de los recuerdos de un personaje inventado. Este concepto invita a la mezcla de realidad y ficción sin límites, permite una libertad creativa absoluta, y se adapta como anillo al dedo a la imaginería del director americano. Una vez más, el magnífico diseño de producción del que hace gala cada una de sus películas, propicia una estética claramente identificable y gozosa para el espectador. Anderson vuelve a crear un universo propio, pero en esta ocasión, asume retos superiores a los de anteriores trabajos.

El argumento de «El Gran Hotel Budapest» transcurre en una Europa de enteguerras, concretamente en un país imaginario muy próximo a Alemania; es inevitable recordar algunas de las películas que Lubitsch y otros directores europeos rodaron en el Hollywood de los años 30, cuyos argumentos se desarrollaban en países como Polonia o Hungría, y estaban protagonizados por actores americanos que hablaban inglés. El formato de la imagen también reafirma la sensación de libertad y el homenaje mencionado anteriormente; el 4:3 domina el metraje dedicado a los recuerdos de Zero (magnífico el debutante Toni Revolori), mientras que el panorámico es el escogido para los momentos protagonizados por su versión adulta (F. Murray Abraham).

A pesar de distanciarse de sus temáticas tradicionales, Anderson no las relega al olvido. Permanece su rechazo al concepto tradicional de familia, que casualmente es el motor de «El Gran Hotel Budapest» (esa mujer que deshereda a sus malvados hijos y deja todo al conserje de su hotel-hogar), y también habilita un espacio para su vena romántica, que en esta ocasión se materializa a través de la historia de amor entre Zero y Agatha; secundaria en cuanto a su relevancia, pero clave en el desarrollo argumental. La aventura, el suspense, y los giros inesperados de guión protagonizan una película que en cierto modo supone una exaltación de la vocación y el compromiso hacia lo que uno verdaderamente ama; en este caso, el protagonista se siente profundamente orgulloso de su cargo profesional y hace lo imposible por honrarlo.

Anderson también demuestra una fidelidad absoluta a sus movimientos de cámara, determinantes para la consecución de ese tono visual tan característico en su cine. Sus habituales panorámicas de 90º, sus recurrentes travelling laterales, y los repentinos zoom, tan impactantes como inesperados, conforman un estilo pretendidamente pueril, que habitualmente invita a la sonrisa y hace aflorar la inocencia en la mirada del espectador. Todo ello exige una puesta en escena concienzudamente planificada, a la que Anderson incorpora nuevos e interesantes recursos con el paso del tiempo.

Podríamos decir que «El Gran Hotel Budapest» es el esfuerzo más deliberadamente cómico que el director ha realizado a lo largo de toda su filmografía. Las situaciones concebidas por Anderson, así como el comportamiento infantil de sus personajes, invitan a mantener una sonrisa perpetua en la comisura de nuestros labios. Además de lo comentado en el párrafo anterior, el excelente resultado se debe a una mezcla perfecta entre la excelente dirección de actores de Anderson, y las formidables interpretaciones de todos y cada uno de los miembros del variado reparto que protagoniza este film. El director recurre a sus sospechosos habituales (Owen Wilson, Edward Norton, Bill Murray, Willem Dafoe, Adrien Brody, Bob Balaban, Tilda Swinton, Jason Scwartzman…), e incorpora caras nuevas entre las que destacan Ralph Fiennes, en un elegante y carismático personaje, y Toni Revolori, que debuta por todo lo alto.

Después de ver la película, uno tiene la sensación de haber asistido a la liberación de un cineasta en perpetua situación de estrés. Anderson parece haberse liberado de la presión provocada por aquellos que tildaban su cine de intrascendente y demasiado autoconsciente. La extravagancia ha dado paso a la personalidad; y el capricho que aparentemente dominaba sus películas, se ha transformado en criterio. Quizás siempre fue así, o tal vez hemos estado asistiendo a una evolución paulatina de su arte a lo largo de estos años. El cine de Wes Anderson ha perdido el acné, pero afortunadamente se resiste a perder la inocencia, y permite aflorar con asiduidad el niño que todos llevamos dentro.

Carlos Fernández Castro

http://youtu.be/_DmXdU8Nglk

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