Infiltrado en el KKKlan (BlacKkKlansman, 2018): ajuste de cuentas al cine blanco
A pesar de su innegable valor como producto de entretenimiento y de la pertinencia de su mensaje, se me antojan insuficientes las virtudes cinematográficas de Infiltrado en el KkKlan. Más aún si tenemos en cuenta que su director ha firmado obras tan loables como Haz lo que debas (Do the Right Thing, 1989), Nadie está a salvo de Sam (Summer of Sam, 1999) o La Última noche (25th Hour, 2002). Su argumento es redundante y forzado, sus personajes son histriónicos y arquetípicos, el romance de turno resulta poco creíble y su falta de autenticidad responde a una vocación deliberadamente popular. Cómo contraprestación a estos defectos, en sus imágenes sobrevive el vigor narrativo que hizo famoso a Spike Lee.
Sin embargo, el aspecto más interesante de Infiltrado en el KKKlan es esa narración paralela en la que se alternan las celebraciones del Black Power y el White Power: el primero representado por la proyección de El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915), ante un público racista entregado a la mítica película de D. W. Griffith, y el segundo por la narración de unos crímenes racistas en boca de un nonagenario Harry Belafonte (activista social y uno de los primeros actores afroamericanos en interpretar papeles protagonistas durante la época del Hollywood dorado).
Para alternar ambas secuencias, Spike Lee se sirve de la técnica narrativa que inventó Griffith en los albores del séptimo arte: la narración de acciones paralelas. Del mismo modo, emplea otra de las señas de identidad del blanquisimo director americano para resolver el ataque final del klan: el salvamento en el último minuto, que consistía en incrementar el suspense de una situación límite mediante el alterne entre la acción del malvado (atacante contra las víctimas) y la del protagonista (salvador que intenta llegar a tiempo para evitar la tragedia). Podríamos denominarlo como un ajustes de cuentas humano a traves de lo cinematográfico.
Carlos Fernández Castro