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Safari (2016)

Poster de SafariNota: 7,5

Dirección: Ulrich Seidl

Guión: Veronika Franz, Ulrich Seidl

Reparto: Documental

Fotografía: Ulrich Seidl

Duración: 96 Min.

Es indudable que lo escalofriante de la tremenda El desencanto (Jaime Chávarri, España, 1976) no reside en sus imágenes, compuestas en su mayoría de planos estáticos que recogen las declaraciones de diversos miembros de una misma familia. Es la banda de sonido lo que conmociona al espectador, recordándole que la capacidad de los seres humanos para justificar las conductas más abstrusas resulta casi ilimitada. La ausencia de trampa y cartón, la frialdad y distancia con que está rodado el documental hacen evidente que en las imágenes mostradas no hay interpretación alguna. O bien, que se trata de una interpretación existencial, que va más allá de los límites de lo explicable, y que convierte a los individuos (a todo un clan incluso) en actores de su propio devenir. Los roles vitales pueden llegar a los abismos de la inhumanidad.

De esto, precisamente, trata todo el cine documental de Ulrich Seidl. Como Chávarri en la película citada, el realizador austriaco tiene por costumbre anclar su cámara (a excepción , precisamente, de la película que nos ocupa) y recoger, tal cual, las declaraciones de los protagonistas de sus filmes. Se trata de discursos oscuros, contradictorios, aberrantes, despersonalizados, que a menudo resultan mucho más duros que las imágenes, por demoledoras que sean. Al fin y al cabo, un puñado de buenos actores podrían también dar vida y contenido a las abyecciones visuales que se encuentran en sus filmes. Pero el relato en primera persona, la firme expresión del rostro, el convencimiento con que se defienden inenarrables conductas y decisiones vitales – singulares y sociales -, dan forma a un discurso que constituye la carga explosiva que late en los filmes de Seidl, esperando a que el espectador prenda la mecha en su propia imaginación.

SAFARI-02

Es por eso, precisamente, que se echan de menos en Safari los monólogos y diálogos de otras obras anteriores, que aquí resultan bastante escuetos. Los protagonistas son retratados fundamentalmente durante las escenas de caza. Podemos percibir su frialdad, su irredenta falta de escrúpulos, su excitación en una danza de la muerte con la naturaleza. Un baile que Seidl nos obliga a bailar, al arrancar su cámara del suelo y ponérsela al hombro, como si nos quisiera decir: sed uno más, realmente lo sois. Como si quisiera privarnos del placer de escandalizarnos de lo que vemos, o quisiera hacernos ver que, igual, no somos tan distintos. Safari es muestra de una depuración del estilo visual del autor, que parece haber descubierto (aunque solo a medias) que menos es más: los tranquilos retratos de africanos entre las piezas de caza, o las escenas en que los empleados de la finca de caza devoran (literalmente) los restos del animal que dejaron los ricos europeos golpean la retina y la conciencia del público con más contundencia aún que aquellas durísimas imágenes que nos dejó En el sótano (Im Keller, 2014), acaso por ser más universalmente significativas del injusto sistema socioeconómico en que nos encontramos inmersos.

Y si su cine anterior giraba en torno al concepto del hombre como lobo para el hombre, aquí el vienés obtiene la segunda derivada, y representa al ser humano en toda su expansiva capacidad de destrucción. Safari, constituye, por tanto, un paso más en la evolución de un estilo singular, sin apartarse del fondo temático del que procede. Un nuevo peldaño en una filmografía a la que, considerada por sí misma, se le podría aplicar la frase que Dante colgó a las puertas de su inferno: los que me atravesáis, perded toda esperanza.

Rubén de la Prida

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