The rider (2017)
Nota: 8
Dirección: Chloé Zhao
Guión: Chloé Zhao
Reparto: Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, Cat Clifford, Terri Dawn Pourier, Lane Scott
Fotografía: Joshua James Richards
Duración: 104 Min.
Contraviniendo el lugar común de que el escritor o el cineasta sólo debe hablar de aquello que conoce, a pesar de haber nacido en Pekín, crecer en el Reino Unido y estudiar cine en Nueva York, la directora y guionista Chloé Zhao sorprende con su inmersión en lugares remotos de Dakota, en el espacio físico y humano de los rodeos de la América provinciana y rural, al tiempo filma una obra muy personal. Pero, bien pensado, esto es un síntoma elocuente del carácter internacional o global que cada vez más tienen el cine y otras prácticas artísticas y culturales.
Con un notable y exitoso recorrido por festivales, efectivamente The Rider es una cinta que funcionará mejor en los ámbitos cinéfilos que para un gran público, a quien costará sintonizar con una sensibilidad y un tempo que exigen cierta predisposición en el espectador. Posee un estilo muy reconocible de cine ‘indie’ actual, de historia mínima, pocos personajes y diálogos austeros; convence más por la carga emocional con que se aborda el proceso de su protagonista, Brady, un joven vaquero que ha sufrido un accidente, cayendo de un caballo, que le impide dedicarse al rodeo: le han tenido que colocar una placa metálica tras haberse fracturado el cráneo y la lesión le produce episódicos agarrotamientos en la mano. Para él, montar caballos salvajes es mucho más que una afición o, incluso, una profesión. Lo vive como el destino de su vida, algo que le confiere identidad. A su hermana le argumentará: “Sabes, Lilly, creo que Dios nos da un propósito a cada uno de nosotros. Es verdad. Para el caballo, es correr por la pradera. Para un vaquero, es montar”.
A pesar de las recomendaciones médicas, Brady se empeña en sobreponerse a las lesiones graves de la caída y trata de volver al rodeo: domestica un caballo de raza árabe en quien ve posibilidades para las carreras. El contexto familiar no resulta muy estimulante para este joven solitario: fallecida su madre, vive con una hermana discapacitada y con el padre, con quien mantiene una relación un tanto distante. A veces sale con unos amigos que se divierten en el campo; a uno de ellos le adiestra en las técnicas de rodeo. Hace alguna visita en una residencia de asistidos a un amigo, Lane Scott, que quedó malparado de una caída.
La cineasta Zhao en este segundo y muy maduro largometraje alcanza una reflexión universal a partir de una historia aparentemente local y hasta singular. A través del testarudo empeño de Brady en dedicarse a ese propósito divino habla de la vocación y de los horizontes que otorgan sentido a una vida; la figura de Brady funciona como hipérbole del ser humano que busca su lugar en el mundo con voluntad irrenunciable y casi suicida. Viene bien esta figura firme en tiempos lábiles en que la sociedad exige a los jóvenes que sobrevivan como puedan, muchas veces dando tumbos, y les impide realizar los sueños más modestos.
Pero la película tiene otra dimensión que son los cuerpos y su fragilidad (y hasta su cualidad de soporte de la vida personal: tatuaje en la espalda). En el episodio del caballo herido que tiene que ser sacrificado porque no va a servir para correr, Brady ve una lógica que escapa a los humanos y es apreciada por el joven como liberadora. Al menos el animal que no sirve para ese propósito deja de existir, mientras que el humano ha de arrastrar su cuerpo maltrecho y coexistir permanentemente con esas extremidades que no le permiten realizarse en la vida. Obviamente no es que la directora postule como mejor la vida animal frente a la humana: se trata de subrayar las contradicciones de los seres inteligentes cuyas aspiraciones siempre están más allá de las limitaciones físicas. También se puede apreciar en esta historia una defensa de la visibilidad de las personas discapacitadas y de su plena condición humana, como se manifiesta en la relación de Brady y Lane y sus expresiones de afectividad.
A pesar de cierta premiosidad, la narración tiene fuerza por la verdad que desprenden los personajes –con el mismo nombre de los ocasionales actores, que debutan en el filme- y su condición de familiares en la realidad. Y por la propia historia, que parece basada en hechos reales en gran parte. Sin embargo, lejos de la mera crónica o subordinación a esos hechos, Zhao otorga al relato una peculiar poesía, lograda tanto por el manejo de la luz y los espacios, como por cierto carácter impresionista, rico en elipsis de sucesos y diálogos breves.
José Luis Sánchez Noriega