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Casquería Fina: “El chico de la burbuja de plástico”

Mucho antes del advenimiento de Vincent Vega y sus tribulaciones, mucho antes de rechazar ser Forrest Gump –tonto es el que hace tonterías-, incluso cierto tiempo antes de convertirse en universal objeto de deseo sexual -a las pruebas me remito-, John Travolta nos legaría, allá por 1976, la primera de sus innegociables citas con Casquería Fina, “El chico de la burbuja de plástico”.

Travolta, "brillante" Premio Donostia en San Sebastian 2012.

El típico matrimonio americano de posguerra, ese mismo que en su visión estilizada estampa toda clase de complementos vintage, es utilizado para abrir, tan trágica como patéticamente, el tremebundo telefilm que hoy nos ocupa. Éstos, futuros padres de un niño de salud extremamente delicada, aparecen en pantalla como la versión más vulnerable del sueño americano; la imagen viva de la frustración y el dolor inconsolable.

Y es que, ante las esperanzadoras perspectivas manejadas por sus médicos, el matrimonio Lubitch se aventura – a pesar de pretéritas experiencias- en la gestación de un bebé, su bebé. Sin embargo, el adorable fruto de su amor de Guerra Fría nace –como sus difuntos predecesores-, con enormes deficiencias en el sistema inmunológico.

A partir de dicho trágico acontecimiento, nuestra historia se centra en la titánica brega emprendida por Tod Lubitch –rol desarrollado por Travolta, la superestrella del celuloide- en pos de una vida digna, normal, plena. El chaval, debido a su enfermedad, ha de vivir ajeno a todo contacto humano directo, cautivo de un perpetuo y demoledor temor a la muerte. Los conflictos ante los que se topa debieran parecer diáfanamente lógicos: ¿compensa seguir padeciendo una vida plagada de privaciones? ¿cabe esperanza en su claustrofóbica existencia? ¿sabrán el resto de personas respetar su particular hueco en la sociedad?

La peli está inspirada en la realidad más trágica e injusta. En la imagen, David Vetter, el verdadero "chico burbuja".

Sin embargo, «The boy in the plastic bubble»  -programado en su día por la ABC yanqui-, tira por tierra todo su potencial dramático con un cochambroso fallo en cadena. Su montaje -digno de una beoda sesión de doblaje de Joaquín Reyes-, sus dantescas interpretaciones –dignas de una jam-session dialéctica de Pedro Reyes-, así como su estrafalario diseño de vestuario, acaban por generar un tsunami de carcajadas impropio del cometido de la cinta.

Incalificable el atuendo que le encasquetan al bueno de Travolta, una suerte de disfraz low cost de Teletubbie buzo –tras estival jornada laboral como mimo en la Puerta del Sol-.

Travolta, que gracias a la serie televisiva “Welcome Back Kotter” era ya una cara conocida entre la chavalada estadounidense, estaba a las puertas del estrellato cuando filma «El chico de la burbuja de plástico». Apenas un año después, sus incuestionables dotes para el baile –estudió con Fred Kelly, hermano del mítico Gene- y la incandescencia propia de Tony Manero -prota de la infumable “Fiebre del sábado noche”-, desataron la histeria hormonal colectiva. Travolta era por fin una estrella, un icono sexual, una irresistible deidad bailonga de lomo plateado.

Dicho productivo status quedaría del todo punto confirmado con su siguiente trabajo, la superlativamente ñoña y exitosa “Grease”. Travolta, curiosamente, ya había participado en su versión teatral de Broadway -donde, sin embargo, no interpretaba al irresistible Danny Zuko-.

La venerada y multiprogramada en Tv "Grease", comparte director con nuestro infame telefilm, así como con "Cariño he agrandado al niño", "El lago azul" o "Mi ligue en apuros". Randal Kleiser se hace llamar el maestro.

Por cierto – y para mayor escozor entre el personal aquí reunido-, el productor ejecutivo de «The boy in the plastic bubble», Aaron Spelling, es el irresponsable responsable del advenimiento de “Sensación de Vivir” o «Vacaciones en el mar». Y lo que es más punible, el mimoso padre de Tori Spelling – aquella “actriz” de canalillo tan insondable como indigesto -.

“Las técnicas de la sociedad consumista buscan esencialmente el impacto agradable, el deseo, la satisfacción de un cierto apetito. (…) dicha sociedad está forzosamente obligada a producir una imagen-símbolo de cada producto que lanza al mercado. Ni siquiera John Travolta escapa a esta regla. Y él lo sabe.” Juliette Santal

Por último, permítanme que les recomiende la contemplación de “El chico de la burbuja de plástico” en su versión doblaje latino. Asegúrense, de igual modo, que la copia elegida a tal efecto incluye el indispensable gap cómico entre movimiento de boca y efecto sonoro consiguiente. Casquería Fina no más güey.

Alberto G. Sánchez – pelucabrasi – @pelucabrassi

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