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Los Goya: cuaderno de (in)satisfacciones

Cada edición de los Goya viene aderezada de disputas varias y no pocas protestas: por las películas marginadas en las candidaturas, la duración excesiva de la ceremonia, los discursos de agradecimiento con listados inacabables, las ausencias llamativas de figuras públicas o responsables políticos y, así, un extenso catálogo de agravios.

Ante todas las ediciones de los premios de la Academia de Cine se podría escribir un «cahier des doléances» o memorial de quejas como los que recopilaban las demandas de los distintos sectores sociales en la Revolución Francesa. De hecho, parece que hay especialistas en sembrar todo tipo de recelos en los días previos a los Goya, ignorando a las propias películas, que deberían ser las protagonistas, con variados chismorreos, maledicencias y desabridas iconoclastias. En muchas ocasiones, el cine queda relegado y lo que se busca es desacreditar a un cineasta por sus pronunciamientos políticos.

En efecto, el clima de polémica tan reiterado deja de lado lo esencial: los Goya son una celebración del cine español, una apuesta por difundirlo, por buscar la sintonía con el público y conseguir que la ciudadanía valore las películas y considere que forman parte de la cultura, tan rica y plural, de esta piel de toro. Esto es lo esencial; por ello, la mera existencia de los premios, el disfrute de las películas nominadas o la empatía con los creadores y sus obras han de suscitar nuestro aplauso. No hay narcisismo, corporativismo ni cheque en blanco en esta celebración de los Goya que debe interesar no sólo a la cinefilia militante sino también a cualquier usuario de biblioteca, espectador de teatro, asistente a conciertos o visitante de exposiciones. No se trata de ser acríticos ni decir que todas las películas españolas son excelentes, se trata de apreciarlas como parte de la Cultura con mayúsculas, de reconocer la contribución del cine español a hacer de nosotros personas más cultas y sensibles a los valores ciudadanos, sociales y estéticos. 

Situados en el territorio complejo de la creación en la sociedad global en que ya vivimos, hemos de estar orgullosos de nuestro cine que, aunque más modesto, es tan bueno —o tan malo— como el francés o el norteamericano. Cada temporada se estrenan quince o veinte películas valiosas por diferentes motivos, lo mismo que sucede en el cine danés, italiano o británico. Resulta muy eficiente la promoción que suponen los Goyas para unas cuantas películas, independientemente del resultado obtenido en taquilla hasta ese momento. Estos premios deberían conseguir que el grueso de la ciudadanía española —y no sólo los cinéfilos— fuera a ver esa docena de buenos filmes del año.

Dicho todo esto como punto de partida insoslayable, cualquier reparto de premios otorgados por un jurado o por votación popular, siempre se puede cuestionar. En primer lugar, porque puede darse tanto el caso de que un premio lo merece más de un candidato como el contrario, que hay que otorgar un premio a pesar de que las candidaturas sean mediocres. Tampoco se compite en igualdad de condiciones en una categoría con cientos de obras (Película Europea) que en otra con un número limitado (Película Animada). Obviamente, los premios dejan insatisfechos a quienes no los reciben y, sobre todo, a la parte del público que considera con mayores méritos otras candidaturas. Probablemente algunas categorías habría que reformularlas, como sucede con el premio a la Película Documental que, en la práctica, excluye al cine de no ficción de las demás categorías; hay otras en las que el «efecto género» puede confundirse con la calidad (Sonido, Dirección artística, Efectos Especiales) de manera que en ellas resulta más probable el premio a una cinta de cine histórico o de acción; y no es fácil comprender cómo se puede valorar y votar la Dirección de Producción, pues materialmente no se puede ver en la película la destreza profesional en esa tarea. En fin, una discusión interminable.

Las candidaturas de los Goya no son representativas de todo el espectro del cine español, lo que también sucede en los César franceses, los David de Donatello italianos, los Lola alemanes o los Óscar estadounidenses. Están ausentes las películas más comerciales, el puro entretenimiento sin pretensiones culturales como “A todo tren: destino Asturias”, “Operación Camarón” o “Mamá o papá”, las tres entre las diez con mayor recaudación; como también faltan cintas con lenguaje más innovador o cierto vanguardismo en su expresión como “Destello bravío” o “Espíritu sagrado”. De lo que hay que congratularse es de que los académicos hayan elegido obras en sintonía con el público, como sucede con “El buen patrón”, “Maixabel” y “Madres paralelas”, asimismo situadas entre las diez primeras en la taquilla. 

El azar ha llevado al récord de 20 nominaciones para una película, “El buen patrón, que, sin duda, suscitará toses resabiadas, entre la envidia y la acusación de demagogia por su caricatura de ciertas prácticas empresariales. Pero hay que subrayar que en esta obra —como en “Maixabel” y “Madres paralelas”— convergen tres características encomiables de nuestro cine: se trata de películas de cineastas sólidos, con carreras consistentes (León de Aranoa, Bollaín, Almodóvar); proporcionan miradas comprometidas hacia la realidad social e histórica (conflictos laborales, víctimas del terrorismo, memoria democrática) y gozan de una difusión notable, de manera que se supera el desencuentro histórico entre el cine español de calidad y las películas de consumo.

También resulta relevante que los Goya potencien obras de los nuevos directores y lo hagan más allá de la categoría específica de Dirección Novel, como sucede con “Libertadque logra seis candidaturas, entre ellas a la Mejor Película. Aunque sigue habiendo una desproporción entre hombres y mujeres, al menos en los Goya la presencia de ellas está por encima de su peso en el grueso de nuestro cine. Hasta hace bien poco sería impensable que hubiera candidatas a la mejor música, guion, guion adaptado, dirección de producción, montaje o sonido. También nos hemos de congratular por ello.

José Luis sánchez Noriega

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