La peor persona del mundo (Verdens verste menneske, 2021)
Encontrarse a uno mismo es una de las tareas más complejas que la vida asigna a todo ser humano. Algunos se desentienden de ella y otros la idealizan hasta convertirla en una quimera. A veces el conformismo se disfraza de consecucion y logra que convenzas a los tuyos de haberla alcanzado mientras te repones del esfuerzo y abres los ojos a la realidad para seguir intentándolo. Por el camino descubres que la incertidumbre tiene la mala costumbre de cuestionar tus elecciones por sistema y que las prisas tienden a engatusarte con atajos precedidos de una gran señal de «callejón sin salida» que todos vieron excepto tú. Nadie dijo que fuera a ser fácil.
Joachim Trier recupera el tono existencialista de su obra maestra Oslo 31 de Agosto y nos invita a seguir los pasos de Julie en su búsqueda de la estabilidad emocional y laboral desde la adolescencia hasta la edad adulta. Por el camino cambia de trabajo, de pareja y de actitud frente a la vida, además de percatarse de que para elegir bien es necesario algo más que la libertad. Pero, por encima de todo, retiene esa ambición que le obliga a perseverar en su empeño de «ser feliz», aun no teniendo claro su significado y cómo lograrlo.
El director noruego divide su película en capítulos, siguiendo la estela del material original, y de esta manera justifica el fraccionamiento narrativo de su propuesta. Una de las consecuencias evidentes es la inevitable discontinuidad que se deriva de esta estrategia, la cual es sobradamente compensada por el ritmo fluido de su dirección y por la cohesión del producto final, que ofrece un retrato bastante acertado de lo que ha significado crecer en Occidente a finales del SXX y principios del SXXI.
Aunque desde la distribuidora se haya querido vender la película como una comedia romántica, lo cierto es que estamos ante un drama existencial de manual, ocasionalmente interrumpido por pasajes que responden a esa primera y mucho más comercial descripción de lo que es La peor persona del mundo. Y sorprendentemente es en esos tramos tan luminosos y repletos de vida en los que este narrador tan oscuro y pesimista demuestra una absoluta maestría y originalidad. Desde este momento, podríamos incluir el juego de seducción entre Julie y Eivind entre las mejores secuencias que ha dado el género en las últimas décadas.
Por el camino, Trier ofrece sorpresas formales y algunos picos dramáticos de gran calado emocional que, junto a su sensibilidad para retratar preocupaciones universales en esa horquilla vital, componen una obra completa desde el punto de vista humano y artístico. Podríamos echarle en cara las confusas motivaciones de su personaje protagonista pero es posible que sean el reflejo de las nuestras propias y respondan al gran signo de interrogación que cargamos a nuestras espaldas durante una buena parte de nuestras existencias.
Carlos Fernández Castro