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Licorice Pizza (2021): corre Alana, corre

Me sucede lo mismo que a los protagonistas de Licorice Pizza: corro muy a menudo. Y no solo cuando salgo a hacer footing todos los días a las 7:30h de la mañana, sino cuando tengo prisa o el deseo de llegar a mi destino lo antes posible. Muchas veces me he preguntado qué pensarán los sosegados transeúntes que me ven correr en ropa de calle por las aceras de Madrid. No suelo ver gente adulta haciéndolo y llevo muchos años sospechando que correr sin la implicación de hacer ejercicio es sinónimo de espíritu juvenil. Por descarte.

Y la verdad es que me cuadra al ver a Gary y Alana correr en la última película de Paul Thomas Anderson y, por qué no decirlo, al pensar en cómo me siento al hacerlo. Licorice Pizza es un canto a la juventud. Quien corre tiene fuerza, ímpetu, ilusión, una cierta actitud frente a la vida.

Son muchos los detalles que me emocionan en la manera en que la adolescencia es retratada en esta película: la inocencia de sus protagonistas al toparse con los sinsabores de la edad adulta, el descaro de quién aún ignora las reglas no escritas del mundo real, la adorable torpeza de quién se considera un estratega sentimental sin precedentes, la ingenuidad de quien cree que no todo está inventado (y qué razón tiene)… Pero lo que más me emociona es ese acto irracional de correr porque las tripas te lo piden, como si el mundo se fuera a acabar en un suspiro, como si la persona hacia la que te diriges fuera a desaparecer si vas caminando a su encuentro, como si no pudieras esperar un segundo más a cumplir tus deseos.

Si correr es de cobardes, no hacerlo es de personas mayores.

Carlos Fernández Castro

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