Placeres Inconfesables: Las Aventuras de Ford Fairlane (The Adventures of Ford Fairlane) (1990)
«Tanto gilipollas y tan pocas balas»
Puede que «Las Aventuras de Ford Fairlane» sea una de las películas más casposas de las últimas décadas, y probablemente haya pocas obras en la historia del cine que hayan hecho gala de un peor gusto. Por si fuera poco, los comentarios misóginos, el machismo exacerbado, y los chistes fáciles campan a sus anchas a lo largo de su estirado metraje. De hecho, podría dedicar un par de párrafos más a enumerar los defectos de este auténtico engendro cinematográfico. Sin embargo, he de confesar que, a pesar de todo ello, disfruto como un descerebrado cada vez que vuelvo a ver a Andrew Dice Clay en la piel del detective rockanrollero más famoso de California.
Muchos se preguntarán porqué, y la verdad es que me cuesta encontrar argumentos de peso para explicarlo. En parte, siento debilidad por el mundo y la época en los que se desenvuelve Ford. Los grupos de hard rock de finales de los 80 y principios de los 90, y toda la parafernalia que les acompañaban, están retratados de una manera auténtica y caricaturesca al mismo tiempo; porque seamos sinceros, estamos hablando de un contexto cultural en el que el decoro y las buenas formas brillaban por su ausencia. En definitiva, una época decadente en la que la MTV estaba a punto de dar rienda suelta a la incontenible furia de Nirvana, su flamante arma de destrucción masiva.
«Las Aventuras de Ford Fairlane» representa los últimos coletazos del rock como se había conocido hasta ese momento. Estamos ante una película absurda, estúpida, y de una torpeza que rebasa lo enojante para convertirse en entrañable. Sin embargo, no podemos negar que contiene más verdad que la mayor parte de producciones serias de la época. Probablemente de manera involuntaria, Renny Harlin realiza una radiografía extrema y distorsionada del mundo de la producción musical americana en los años 80; el punto de vista, eminentemente cómico, consigue que la crítica sea mucho más incisiva y divertida de lo esperado en este tipo de cintas.
El género empleado es otro de los aciertos del film, desde el punto de vista estético y narrativo. Pero la repercusión de esta elección, va más allá de su importancia ornamental y formal. Renny Harlin realiza una disparatada parodia del cine negro, similar a la que Wes Craven orquestaría posteriormente en «Scream», a propósito del cine de terror. Inexplicablemente, muchos han sido los que, sin reparar en la verdadera intención del director, han criticado el machismo enfermizo de la película y su guión injustificadamente enrevesado.
A pesar de que lo comentado anteriormente es llevado al límite, el resultado es endiabladamente divertido durante la primera mitad del metraje. Asimismo, los recurrentes guiños cinéfilos que contiene el film, resultan de lo más refrescantes: el ahorcamiento del koala que INXS regala a Ford, recuerda a la cabeza de caballo bajo las sábanas de un productor de cine en «El Padrino»; el mecanismo incorporado en la manga de la chupa de Ford, es claramente un homenaje al que Travis Bickle inventa en «Taxi Driver»; algunos de los enfrentamientos dialécticos que Ford libra con sus adversarios, parecen versiones soeces (pero ingeniosas) de los contenidos en «El Sueño Eterno»; la relación entre Ford y su secretaria es completamente deudora de la que James Bond mantiene con Monypenny en las películas del agente 007.
En definitiva, estas son las razones que me hacen disfrutar de una película tan aparentemente alejada de lo que podríamos entender como cine de calidad. «Las Aventuras de Ford Fairlane» es uno de esos largometrajes sobre las que nunca leeréis elogios; uno de esos detenidos que probablemente son inocentes, y no tienen dinero para contratar un letrado que defienda sus derechos. Considérenme su abogado de oficio.
Carlos Fernández Castro