Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman or (the inexpected virtue of ignorance)) (2014)
Nota: 9,5
Dirección: Alejandro González Iñarritu
Guión: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo
Reparto: Michael Keaton, Edward Norton, Emma Stone, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Andrea Riseborough
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Duración: 118 Min.
Tras el visionado de «Birdman», algunos hemos tenido que replantearnos la opinión que teníamos sobre su director. Personalmente, me he autoimpuesto el castigo de escribir cien veces «nunca volverás a dudar de Alejandro González Iñarritu», pero soy consciente de que no compensa los malos pensamientos que he albergado sobre el mejicano en los últimos tiempos. Desde que en 2006 dejara de trabajar con su guionista habitual y pieza clave en el éxito de sus tres primeras películas, su cine parecía haber perdido el rumbo. «Babel» había empezado a dar muestras evidentes del agotamiento de su fórmula, y «Biutiful» invitaba a pensar que su nuevo equipo de guionistas ni siquiera estaba a la altura del peor Guillermo «historias cruzadas» Arriaga.
Y de repente, sin previo aviso, nos enfrentamos a una versión de González Iñarritu que desconocíamos hasta la fecha. No diremos luminosa, pero sí mucho menos asfixiante, y en la que el sentido del humor y la esperanza reclaman su protagonismo. El desasosegante estado de ánimo al que empujaban obras como «Amores Perros», «21 Gramos», «Babel», o incluso «Biutiful», es sustituido por emociones objetivamente menos extremas, pero igual de intensas que las contenidas en estos trabajos. Por un lado, el cineasta mejicano se mira al ombligo centrando su nuevo trabajo en el mundo del cine y el teatro, mientras que desde el punto de vista temático, reduce sus ambiciones existenciales a niveles más tolerables. Digamos que centra su mirada en aquello que conoce de primera mano.
Aún así, «Birdman» emociona tanto o más que los anteriores trabajos del director. No sólo desde el punto de vista humano, sino también desde el artístico. Como ya anticipaba la fallida «Biutiful», Iñarritu abandona definitivamente las historias cruzadas de antaño para abrazar estructuras narrativas más convencionales. Esto no implica una disminución en el nivel de complejidad de su cine, sino un cambio de perspectiva. En su nueva obra, Iñarritu elabora un peculiar universo de andar por casa en torno a un teatro de Broadway y sus alrededores, y construye unos personajes ricos en matices que se mueven al son de su magistral batuta y de la magnífica batería de Antonio Sánchez, todo un descubrimiento. En este sentido, el trabajo de Emmanuel Lubezki (parece como si Iñarritu quisiera demostrar a Cuarón quién es el mejor director de Méjico, utilizando sus propias armas) es fundamental; su cámara persigue a los protagonistas haciendo gala de una fluidez que hubiese firmado el mismísimo Max Ophüls para sus películas.
Y es que «Birdman» mantiene un altísimo nivel de intensidad desde sus primeros compases, obligando al espectador a involucrarse en el apasionante momento vital que viven sus personajes. En algunos momentos, la puesta en escena de Iñarritu deslumbra a tantos niveles que es difícil contener el entusiasmo. La gran pantalla está permanentemente inundada de sentimientos a flor de piel. Contenemos el aliento ante los interminables planos secuencia orquestados por el director, celebrando la apatía de su mesa de montaje, e ignorando el trabajo de postproducción como el que sigue creyendo en los poderes de Uri Geller. Identificamos como propios los conflictos expuestos en cada una de las relaciones humanas que presenciamos desde el patio de butacas…
La autoestima, el orgullo, el complejo de inferioridad, la falta de confianza, el difícil equilibrio entre la vida personal y la profesional, el miedo a lo desconocido, la asunción de nuevos retos para evolucionar como artista, la autereivindicación… Las múltiples capas que componen «Birdman» son prácticamente inaprensibles. La premisa es muy sencilla, e incluso puede resultar familiar: una antigua superestrella de cine comercial intenta reverdecer viejos laureles, a través de la adaptación de una obra teatral en Broadway de la que es director, productor y protagonista. Sin embargo, el desarrollo argumental es tremendamente fresco y original gracias al contexto que proponen sus guionistas: los ensayos de puertas abiertas antes del gran estreno de «What we talk about when we talk about love», que recuerdan a «Qué Ruina de Función» de Peter Bogdanovich, facilitan la creación de todo tipo de situaciones acordes con el espíritu libre y desenfadado del film.
Sin embargo, el caos no tiene cabida en «Birdman». Alejandro González Iñarritu y sus colaboradores controlan hasta los detalles más insospechados de la producción. Ni siquiera la elección del reparto responde a los patrones convencionales. Es evidente el homenaje a «El Crepúsculo de los Dioses» en la creación de los protagonistas: al igual que sucedía con Gloria Swanson y Erich von Stroheim en la película de Billy Wilder, las vidas reales de Michael Keaton y Edward Norton se confunden con las de sus personajes. Desde que protagonizara el «Batman vuelve» (1992) de Tim Burton, Keaton no volvió a ser el mismo, y pasó de estrellato al olvido en un suspiro. Por otro lado, Edward Norton es conocido en la industria hollywoodiense por su pésimo carácter, solamente equiparable a su inmenso talento interpretativo. De hecho, Naomi Watts trabajó con el protagonista de «El Club de la Lucha» en la celebrada «El Velo Pintado», hecho que también es aprovechado en «Birdman» para fortalecer maquiavélicamente la citada fusión entre realidad y ficción que domina todo el metraje.
Es posible que esta circunstancia facilite la portentosa exhibición de ambos actores. El otrora hombre murciélago y ahora hombre pájaro, transmite la angustia existencial de quien se siente fracasado, de alguien que todavía cree en sus posibilidades y se revuelve contra una realidad que le ningunea. Norton se ríe de si mismo y de su mala fama, sabedor de su inmenso talento y arrollador carisma. Su interpretación rebosa autenticidad en cada plano, construyendo un personaje tan fascinante como contradictorio que no es capaz de imprimir a su vida todo lo que sí transmite en su oficio como actor. Sin embargo, la interpretación que verdaderamente sorprende en «Birdman» es la de Emma Stone, cuyo personaje (hija y asistente personal del protagonista) funciona como catalizador de las relaciones personales entre su padre y el incontrolable actor estrella de la función. Sus momentos con Norton son verdaderamente mágicos, pero donde verdaderamente exprime todo su potencial dramático es en una de las conversaciones en las que pone los puntos sobre las íes a su negligente progenitor.
Que nadie se alarme si a estas alturas consideramos «Birdman» como la mejor película de 2015. Imaginativa, surreal, extrema, onírica. Estamos ante una obra de culto instantánea que probablemente será objeto de múltiples elogios pero también de críticas enfurecidas. Pero Alejandro González Iñarritu parece tener todo previsto, tal y como demuestra la secuencia en la que una famosa columnista de Broadway reconoce a Riggan Thomson (Micahel Keaton) que va a machacar su obra incluso sin haberla visto, o en su denuncia a ese tipo de público más sediento de sensacionalismo que de arte. Sin embargo, el director mejicano no necesitará replicar nuestro texto como lo hace el personaje de Keaton ante la citada periodista especializada. Nosotros sí hemos visto «Birdman», y realmente nos importa un bledo el dinero que haya necesitado para rodar la película, el esfuerzo empleado para llevarla a buen puerto, ni siquiera la ilusión invertida para hacerla realidad. Si la puntuamos con un 9,5 desde nuestra cómoda butaca de críticos, es porque disponemos de argumentos más que suficientes para considerarla una obra maestra.
Carlos Fernández Castro