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El crack Cero (2019)

Poster de El crack ceroNota: 7

Dirección: José Luis Garci

Guion: José Luis Garci, Javier Muñoz

Reparto: Carlos Santos, Miguel Ángel Muñoz, Luisa Gavasa, Patricia Vico, Pedro Casablanc, María Cantuel, Macarena Gómez

FotografíaLuis Ángel Pérez

Duración: 115 Min.

Hacia el final de El Crack cero, el personaje de Rocky viene decir algo así (la cita no es textual) como que el pasado es el terreno donde todo es seguro, todo bello. Algo así como el material del que están hechos los (en)sueños. Interesante esta apreciación en la precuela de una saga que arranca con El Crack (1981) y que estaba por aquel entonces ambientada en un presente español que el propio Germán Areta (Alfredo Landa) calificaba como época de mierda. Dicho de otro modo: Garci parece preso del que podríamos llamar síndrome de ¡Qué verde era mi valle!. El Crack cero se ambienta en un momento de inusitada incertidumbre (en torno a la muerte de Franco) pero parece que, visto desde hoy, cualquier tiempo pasado fue mejor. Mentiras con olor alcanforado.

El problema es que Garci parece creérselo. Parece creer que a Germán Areta (interpretado, todo sea dicho, por un Carlos Santos impecable) le sienta mejor el blanco y negro a lo Humphrey Bogart que el color desvaído de las películas de los ochenta. Parece creer que puede calcar de nuevo la estructura narrativa de El Crack y El Crack II (1983) -muertos incluidos: a Areta siempre le matan a alguien- y que suene a nuevo. Parece creer -incluso, el muy osado- que puede repetir una presentación del personaje de Areta que supere a aquel Landa impertérrito que vapuleaba a unos cacos sin abandonar su menú del día. Garci, en fin, a la vista de su devenir cinematográfico parece creer muchas cosas, y en una tiene razón: el pasado le hizo mucho bien a su cine. Pero no el ficticio. El de verdad.

El crack cero de Garci

Lo cual no quita para que El Crack cero, ese autohomenaje al que fuera prácticamente el arranque del cine negro en nuestro país, sea una película disfrutable. Si se aceptan sus errores de raccord (alguno de envergadura) y se pasan por alto algunas líneas de guion con claro empeño de lucimiento, si se hace la vista gorda ante lo innecesario de la subtrama y de algunos detalles ridículos (¡ese Bogart de cartón piedra!), entonces se puede saborear la delicia de lo que queda de Garci: un hombre que, a pesar de todo, sigue siendo un maestro en la planificación de escenas y en la dirección de actores. Un viejo zorro del modo de representación institucional que tuvo… y retiene.

Por lo demás, El Crack cero tiene dos notables efectos colaterales. Uno: poder disfrutar de nuevo de la soberana partitura de Jesús Gluck, usada aquí de modo inalterado. Dos: incitar al espectador a repasar -acaso, bienaventurados ellos, a visionar por vez primera- las dos primeras partes de la ahora conclusa trilogía. Cine del bueno, del que no pasa de fecha, del que hizo de Garci uno de los grandes, aunque, desgraciadamente, él crea que solo fue uno de los grandes. La nostalgia también puede inmovilizar. El último, magnífico plano de El Crack cero es buena prueba de ello.

Rubén de la Prida Caballero

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