Jurassic World (2015)
Nota: 6
Dirección: Colin Trevorrow
Guión: Colin Tevorrow, Rick Jaffa, Amanda Silver, Mark Protosevich (Personajes Michael Crichton)
Reparto: Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Omar Sy, Vincent D’Onofrio
Fotografía: Michael Giacchino
Duración: 117 Min.
Aquel T-Rex laureado como una Miss ante uno de los finales más grandes que recuerda la ciencia ficción jamás volvió a salir del cascarón. Para el espectador noventero, el sueño dinófilo terminó cuando el helicóptero abandonó el parque y nos regaló un plano general de aquella jungla tan bella como mordaz, símbolo de la idiosincrasia científica y cuna de oro de un rey Midas que llenaba el estómago antes de su obsesión por los nazis. Para el treintañero de hoy, resulta difícil revivir al mismo nivel ese nervio prehistórico que suponía correr delante de unas fieras tan solo accesibles en la imaginación de los museos. Nervios que volvían a emerger en pases de cuatro de la tarde y con cintas VHS que aparecían detrás de los libros. Fue un sueño alargado en el tiempo que ni siquiera siguientes capítulos movidos por mismos actores -uno de ellos también por Spielberg- supieron despertar ni a gritos, ni a tiros. ¿Por qué ahora, veinte años después, un nuevo intento con otras fauces podría resultar novedoso?
Jurassic World, cuyo guión se empezó a esbozar hace una década (huelga de guionistas de por medio), predecía desde el primer anuncio otra triquiñuela para lanzarnos la caña al bolsillo a base de tráilers, hype de telediario y protagonistas de apetecible carne y hueso. Visto el producto se puede decir que, si bien el olmo no da peras, el cuasi debutante Colin Trevorrow ha firmado una entrega entretenida y no carente de esa épica que compensa el habitual preámbulo palomitero del verano.
La sutil aportación de esta se-se-secuela reside en el capricho de replantear atmósferas, en concebir aliados, en hibridar el territorio y en extrapolar ingredientes de la obra original a nuevos giros -a veces auto paródicos- que atrapen a los pequeños y puedan alegrar la vista del público maduro, a pesar de la oscuridad del evitable 3D. Podría arañar el notable si en ocasiones se centrara menos en la hipérbole de morir y matar y más en los pequeños detalles que ayudasen a recordar la película con acciones homónimas a la vida real. Así lo hizo su hermana mayor con rutinas tan sencillas y memorables como sentarse en un inodoro portátil o ver temblar un vaso de agua.
Trevorrow opta más bien por el pánico de las masas y utiliza las explosiones como si Michael Bay se acabara de despertar en el Mesozoico. Repite la atracción de personajes por edades y apuesta sabiamente por la acción a dos bandas, soberbia en numerosas escenas y claustrofóbica cuando el caos mandibular sumerge a la isla por tierra, mar y aire.
Uno sin ser experto en post producción logra olvidar el croma por momentos y elevar esa labor de cirujano a las estatuillas técnicas que complementan a las grandes, ya que precisamente esa es –o debería de ser– la misión implícita del ordenador: hermanar los efectos con el afecto y dejarnos atrapar por la historia, por la emoción del todos a una, por la circular banda sonora y por el valor humano que puede regalarnos toda idea forjada para la ficción. La misma ficción que permite que lloremos por un cuellilargo y que alguien pueda correr seis kilómetros en tacones sin resbalarse.
Manuel Sueiro