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La Bicicleta Verde (Wadjda) (2012), los primeros pedaleos de Arabia Saudí

NOTA: 7

Dirección: Haifaa Al-Mansour

Guión: Haifaa Al-Mansour

Reparto: Reem Abdullah, Waad Mohammed, Abdullrahman Algohani, Sultan Al Assaf, Ahd Kamel

Fotografía: Lutz Reitemeier

Duración: 100 Min.

A estas alturas, sobra afirmar que el cine ya no es una industria relegada a unas pocas productoras con base en dos o tres países donde se dividen el pastel. Sí, se hacen películas hasta en Bután, pero también es cierto que esa facilidad de romper moldes y de penetrar en festivales ha hecho llegar al público ladrillos capaces de dejarnos fritos en el asiento o de provocarnos un infarto en el peor de los casos. No es para nada el tercio que nos ocupa. A pesar de ser el primer largometraje oficial de Arabia Saudí -curiosamente de una mujer, Haiffa Al-Mansour- ‘Wadjda’ es una prueba de que entre sus dunas y pozos petrolíferos también se esconden talentos dignos de ser observados.

El mundo musulmán se proyecta ante los ojos de una preadolescente poco entregada a aprenderse los interminables versos del Corán, a llevar puesto el velo y a otra serie de rutinas que amargan su existencia en casa y en la escuela. Su carácter bien recuerda a la niña de ‘Persépolis’ que Marjane Satrapi dibujó para denunciar la discriminación de la mujer en Irán, aunque de un modo más inocente, pues el mayor anhelo de Wadjda no es más que una bicicleta de color verde. Un tesoro que la desafía a diario desde el escaparate mientras a la pobre se le escapa el llanto por no poder poseerlo. «Eso es cosa de hombres», le reprochan su madre y su amargada profesora, cautelosas hacia un sillín que atenta contra su virginidad, o de que el aire del pedaleo le hagan asomar los tobillos más de la cuenta.

Pero la picardía de Wadjda es superior a toda esa sarta de creencias. Su empeño no cesará hasta conseguir el dinero que la haga subirse a su preciado juguete, y es de esta forma tan sencilla como la película nos permite apreciar la «realidad» de una niña que puede ser cualquiera de las nacidas bajo el yugo musulmán.

Dado que se trata del bautizo saudí en el templo del cine, las comillas son tan necesarias como el mosqueo de que alguien con los dedos largos ha podido meter mano en el guión para maquillar el resultado. Sensación máxime si atendemos al hecho de que en Arabia Saudí está prohibida la exhibición de películas. Sin embargo el visionado no solo desborda interés por su contenido social, sino que además es capaz de despertar la sonrisa y esa lagrimilla que justifica siempre el precio de la entrada.

Manu Sueiro

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