Las ilusiones perdidas (Illusions perdues, 2021)
Ya es un mérito que la adaptación de un clásico de la literatura, como es el caso de Balzac, tenga como resultado una película que invita a volver sobre el texto literario. Lo habitual, ya se sabe, es renegar del atrevimiento de llevar al cine a los inmortales… A este mérito hay que añadir dos más: Las ilusiones perdidas participa de ese espíritu de las grandes novelas del XIX adaptadas a la pantalla que, sobre todo en el Reino Unido, ponen en pie un mundo de clases sociales estancas, amores contrariados, disensiones familiares y valores puestos en cuestión en aras de una sociedad más abierta. Y lo hacen con una extraordinaria convicción.
Pero lo más interesante es cómo el relato de Balzac, este fragmento de la con toda precisión titulada “La comedia humana”, resulta muy actual porque hace casi dos siglos, en el nacimiento del mundo moderno que hoy parece que hace crisis, el novelista francés plasma el arribismo social, el poder de los salones y la manipulación de la opinión pública, las mascaradas del espacio público / político, el cinismo político que antepone intereses a convicciones, el clasismo y desprecio de los parvenus desde las élites resistentes a cualquier cambio social… y, sobre todo, la renuncia a la vocación y los valores estéticos en aras de la supervivencia o del poder. Todo un panorama no muy alejado de nuestro presente.
Esta es la grandeza del espléndido trabajo de Xavier Giannoli que, a pesar de sus dos horas y media, el espectador percibe que resulta comprimido y que hay segmentos necesitados de mayor desarrollo. En efecto, uno siente que la historia está condensada, pero ello no importa porque, como en el mejor cine dramatúrgico, son los diálogos y las pequeñas y grandes batallas verbales donde se transmite el mundo de valores en liza.
Con una exquisita ambientación y un reparto e interpretación admirables, ciertamente hay que “entrar” en esta historia para sintonizar con las derivas de su protagonista —primero aprendiz de poeta y luego redactor de libelos al servicio de quien pague mejor— y de la mujer amada, una aristócrata que antepone sus intereses de clase. Pero ello se logra sin mucho esfuerzo al mirar el “gran teatro del mundo” que en la primera mitad del XIX se valía de panfletos para aplaudir o desacreditar según interesara y hoy lo hace mediante robots que inundan las redes con toda clase de patrañas.
José Luis Sánchez Noriega