Mandarinas (Mandariinid) (2013)
Nota: 8,5
Dirección: Zaza Urushadze
Guión: ZazaUrushadze
Reparto: Lembit Ulfsak, Giorgi Nakashidze, Misha Meskhi, Elmo Nüganen, Raivo Trass
Fotografía: Rein Kotov
Duración: 83 Min.
Mientras asistía hipnotizado a la serena narración de ‘Mandarinas’, ‘En Tierra de Nadie’ golpeaba incesantemente la puerta de mi memoria. Dos conflictos bélicos, un mismo telón de fondo: la lucha por un territorio que pertenece a todos y a nadie por igual. Si Danis Tanovic recurría a la comedia negra para denunciar el sinsentido de la guerra en general y de la contienda bosnia en particular, Zaza Urushadze hace lo propio en suelo Georgiano, a través de este drama repleto de humanismo y salpicado de contadas gotas de humor. El director estonio toma prestado el enfrentamiento entre dos soldados de diferentes bandos, pero emprende un camino distinto al del balcánico para articular este peculiar alegato contra la estupidez humana.
Y es que la ridiculización suele ser un arma muy efectiva para la formulación de criticas, pero a menudo incorpora el riesgo de que el espectador se centre en lo meramente anecdótico. Por esa misma razón, Urushadze nunca se despega de la realidad y construye unos personajes de carne y hueso, con los que podemos sentirnos identificados en todo momento. Asimismo, escoge un entorno bucólico, ajeno al estrés de la vida urbana y propicio para la reflexión.
Las fértiles tierras donde se desarrolla la acción son las responsables de que Ivo y Margus hayan permanecido en un suelo que el resto de vecinos ha ido abandonado por motivos de seguridad. Podríamos denominar esta circunstancia como «el componente mágico de la narración» que justifica el título de la película. No es descabellado afirmar que la excepcional cosecha de mandarinas, que ninguno de los dos quiere desaprovechar, provoca el nacimiento de un microuniverso gobernado por un estonio, en el que un mercenario checheno (Ahmed) y un soldado georgiano (Mica) acaban conviviendo pacíficamente, contagiados por la generosidad, el respeto, y la autoridad moral de la persona que les ha salvado la vida.
Ivo es todo contención y sentido común. Sus actuaciones están cargadas de solemnidad. Sus convicciones son tan sólidas e innegociables que infunden necesariamente respeto en quienes le rodean. Bajo su supervisión, las creencias religiosas y los nacionalismos pierden progresivamente su cariz conflictivo para pasar a un segundo plano. La personalidad de Ivo impregna cada plano de ‘Mandarinas‘, haciéndola evolucionar a su ritmo pausado, y permitiendo que el espectador saboree el significado de sus imágenes.
Pero no todo es paz y sosiego en esta maravillosa guía para una conducta humana adecuada. Zaza Urushadze envuelve su narración con una permanente atmósfera de tensión, que mantiene todos sus elementos en permanente cohesión. En este sentido, destaca la brillantísima construcción del guión, que marca minuciosamente los tiempos y dosifica los picos de intensidad para evitar la monotonía. La convalecencia de los soldados permite la creación de ese ambiente claustrofóbico en el que se desarrolla el argumento, y facilita la fricción entre los personajes. El planteamiento pausado permite la profundización en el contexto y marca el ritmo narrativo con el que se afrontará el resto del metraje.
Asimismo, deberíamos tener en cuenta el fuera de campo: las mujeres y los niños no hacen acto de presencia en un film dominado plenamente por hombres, responsables de la situación y ensimismados en una disputa que sólo deja perdedores a su paso. Tampoco se habla explícitamente de las diferencias entre el ser humano dentro y fuera del grupo, pero la intención es evidente en el tratamiento de las situaciones. A pesar de su comportamiento inicial, el checheno Ahmed y el georgiano Mica no tienen nada que ver con sus compañeros del frente. Una vez que recobran la identidad personal, afloran en su persona conceptos como la tolerancia y la empatía.
Bajo su apariencia modesta y sencilla, ‘Mandarinas’ revela su naturaleza compleja en sucesivas lecturas. La minuciosa planificación del director no deja lugar para planos vacíos o informaciones superfluas. Desde sus monumentales interpretaciones hasta su cálida fotografía contribuyen a la creación de una película que perdura en la memoria del espectador por su calidad humana y su magistral empleo del suspense. Sin lugar a dudas, unas de las películas del año.
Carlos Fernández Castro