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Paraíso: Esperanza (Paradies: Hoffnung) (2013)

Nota: 5’5

Director: Ulrich Seidl

Guión: Ulrich Seidl, Veronika Franz

Reparto: Melanie Lenz, Joseph Lorenz, Verena Lehbauer, Michael Thomas, Viviane Bartsch, Johanna Schmid, Maria Hofstatter, Rainer Luttenberger, Hannes A. Pendl

Fotografía: Ulrich Seidl, Veronika Franz

Duración: 100 min.

Una vez visionados los tres vértices de la trilogía Paraíso, constato, desde mi aparente oasis crítico, que el director austriaco me ha vuelto a vender una tonelada de humo, una jaula con la puerta abierta hacia el olvido inmediato. La tercera parte -’Esperanza’- relata el siempre delicado tema de la obesidad en una niña de 13 años, adicta al chocolate, a la pereza y a quedarse pegada a la pantalla de su smartphone. El vicio al teléfono está muy presente en la película aunque solo es una de las ¿cadenas? que Seidl pone en escena. Al igual que las compañeras que conoce en un campamento para perder peso, Melanie está en la edad de conocer chicos, de aproximarse a ese momento tan doloroso y placentero que supone despedirse del virgo y de la palabra niña para siempre. Pero el maldito complejo de estar gordita la obliga a vivir asustada al rechazo.

Cómo no, siempre hay una amiga con algo de experiencia en la cama que le quite el susto hacia el miembro masculino. Que no falten los diálogos de tocamientos y felaciones, con risas de pavo y manipulación de condones. Qué tierno. La precoz Casanova le da lecciones de todo tipo. Mala suerte que las primeras mariposas de Melanie sean las producidas por las canas de un cincuentón. ¿Quién puede ser más morboso que un médico o un monitor? Por supuesto esto va a dar lugar a situaciones tensas entre ambos. Un abrazo, dos. Insinuaciones en las excursiones, en la consulta. “Oscúltame el pecho, quítate esto”, etc. El baile de miradas cobra tal nivel que cuesta distinguir si el hombre es un pedófilo o un sensiblero que no quiere destruir los sentimientos de su pequeña paciente.

Es una historia de amor (y desamor) con el grado de estomagante que tanto le gusta al director. Y es a la vez honesta y muy dura en ciertas escenas, no solo en las que la gimnasia les quita la sonrisa a esas niñas con sobrepeso sino también en las que Melanie se estampa de lleno contra la realidad. Por ello, se puede afirmar con mayúsculas que es la entrega más sincera de las tres, un elemento que le cedería la medalla de oro de no acabar siendo un verdadero plomo. Ni el delicado asunto que trata, ni el llanto, ni la picaresca de la preadolescente conversación ceden una chispa del entretenimiento que se le pide a todo film. Y cuando una película aburre es de buen crítico detener el adjetivado y reconocer que ‘Esperanza’ es un auténtico somnífero para elefantes.

Quizás sean los repetitivos escenarios, o esa forma de escribir el guión a modo de cáscara vacía lo que me provoca el sueño. El silencio del que abusa podría ser dignamente comparable al que emplea Kaurismäki en su cine si los personajes se acercaran más al suburbio y menos al pijerío. Pero empezando por la protagonista, enseguida detectas que son criaturas mimadas, consentidas desde el primer bollo hasta el último, y caprichosas hasta para elegir primer beso. Tampoco goza de credibilidad la forma de mostrar situaciones caóticas como si fueran las de cualquiera, sin ofrecer solución y ni siquiera insinuar que la felicidad se puede conseguir hasta en la peor de las depresiones. No hay salida.

A pesar de todo, la trilogía parece haber otorgado al austriaco un hueco en el cine independiente europeo, un pequeño taburete desde el que está recibiendo el aplauso de festivales y del público insatisfecho por el taquillazo de turno. Pero a este lado de la pantalla solo atisbo a un ladrón de guante blanco que juega a ser un Haneke de resaca, un inento de Kieślowski que se permite el lujo de cortar su cinta en tres pedazos, a cada cual más trivial. Una vez más, no te creo Ulrich Seidl.

Manu Sueiro

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