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Cine y filosofía: Nosferatu y la teoría sacrificial de René Girard

“La sociedad, agitada por el miedo, buscó un culpable: Knock”. (Nosferatu, Acto V)

Que Murnau se haya erigido como una de los realizadores cinematográficos más distinguidos de la Historia del Cine no es ni casual ni consecuencia de ninguna trampa provocada por los estudiosos del fenómeno cinematográfico. Obras como Phantom (1922), El último (1924), Fausto (1926) o Amanecer (1927) han elevado al rango de Maestro a este director alemán. Un Maestro que, como se suele derivar del término “genio”, es también un ser misterioso, enigmático. En definitiva, se trata de un hombre que nunca es conocido del todo, y prueba de ello es la ingente cantidad de literatura que se ha creado en torno a su figura con el fin de esclarecer un mínimo de su vida y de su obra.

Es natural que por asociación la primera reacción que tenga un espectador de nuestros días al escuchar el nombre de este director sea pensar en Nosferatu, una de sus películas que más ha aguantado el peso del tiempo. Esta obra de 1922 es un soberbio ejercicio en el que se trasladan a imágenes cinéticas el terror y el carácter oculto de la figura del vampiro, presente hasta entonces en una literatura que hundía sus raíces en el siglo XVIII. Este tipo de historias terroríficas, en las que un agente sobrenatural externo se introducía en la vida cotidiana de los mortales con el fin de provocar (esta intencionalidad basada en la maldad debe ser puesta en duda, pues el vampiro solo busca cubrir sus necesidades básicas) el caos en un pueblo o en un grupo de personas, tenía por primera vez su momento de esplendor en el cine.

Pero más allá de este espanto humano hacia la figura desconocida con la que se podía identificar el espectador de manera individual, en Nosferatu se asiste a un miedo colectivo mucho mayor, y que tiene lugar pasada la mitad de la película (desde el final del acto IV hasta el final del film). En este momento (ya llevadas a cabo las actividades perturbadoras de Orlok el vampiro para conseguir la sangre de la mujer del protagonista), los habitantes de la ciudad en la que discurre la historia, Wisborg, piensan que las señales producidas en el cuello por la mordida del vampiro son síntomas de una epidemia. Ante una situación como esta en la que (especialmente en el siglo XIX en el que transcurre la película) no se puede encontrar una solución al alcance de la mano humana (si se hubiese sabido que todo era producto del vampiro, con matarle las tensiones se hubiesen diluido instantáneamente), los ciudadanos deciden acudir a la relación hombre-Dios para poder remediar la crisis. Esta correspondencia o vínculo entre el ser humano y la deidad, como ha ocurrido a lo largo de la Historia, la mediatizan mediante el sacrificio como método “fiable” de comunicación con la divinidad.

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Las epidemias, tiempos atrás en los que la medicina no estaba tan desarrollada, causaban misterio (doble, desconocimiento del origen y del poder devastador) y una ausencia de referente ante la que el hombre no sabía cómo enfrentarse. Al igual que se hablaba párrafos más arriba de un agente externo que invadía la tranquilidad de la comunidad, pero se sabía quién o qué era y por lo tanto se podía dirigir la atención hacia él; en el caso de las epidemias se trata de un agente exterior que invade la colectividad para dañarla pero, a diferencia del anterior, no tiene forma, por lo que la sociedad no se puede dirigir contra él. En la película, por lo tanto, ante un problema de tal calado, se decide pedir un favor a Dios para que elimine ese mal desconocido. En otras palabras, se determina realizar (queda en el intento) un acto sacrificial: matar a Knock convirtiéndole en chivo expiatorio.

La figura del chivo expiatorio, así como el método sacrificial, han sido tratados ampliamente y de manera tan polémica como lúcida por René Girard (1923/2015) desde los años 70 hasta prácticamente el final de su vida. La novedad de este planteamiento es que el autor francés afirma que el sacrificio de un chivo expiatorio como método salvífico de los males coincide a lo largo de la Historia con momentos de grandes tensiones y problemáticas sociales, siendo la violencia contra esta víctima un mecanismo de desahogo para salvar la propia comunidad de la violencia desmedida. De esta manera, es oportuno esclarecer ese acontecimiento presente en Nosferatu desde la teoría de este erudito francés. Según Girard, en toda sociedad humana las interrelaciones entre sus individuos van desarrollando unas tensiones entre sí que dan lugar, pasado el tiempo, a una tensión colectiva y violenta. Estas tensiones se basan en un elemento mimético (de copia, de imitación) del deseo: “yo añoro lo que tú añoras”. Pongamos el trillado ejemplo de un niño al que se desposee de un balón con el que no juega: de manera inmediata romperá a llorar pidiendo su tan ansiado juguete. Estos son los roces (en un primer grado, como este, leves) provocados por el deseo mimético, y cuyo representante en Nosferatu bien puede ser el codicioso Knock. Para evitar que estos choques entre vecinos se expandan, dando lugar a una guerra de todos contra todos y como Girard apunta, se creó el décimo mandamiento: “No codiciarás los bienes ajenos”.

Nosferatu

Cercando los desvíos de la explicación, lo que nos quiere decir el francés es que, cuando la tensión colectiva producida por este deseo mimético es tan amplia que pone en peligro la sociedad (que todos los vecinos terminen matando a sus vecinos por desear a su mujer, marido, casa…), de manera natural el hombre desvía su atención hacia un único objetivo individual para evitar la matanza y salvar la colectividad, al cual se sacrifica disolviendo la tensión. En palabras de Girard: “no se puede prescindir de la violencia para acabar con la violencia”.[1] Es decir, al estar los individuos de una comunidad anhelantes de acabar violentamente con su prójimo, la violencia pasa de ser individual a colectiva al atender todos a un mismo chivo expiatorio.

Siendo gráficos, el sacrificio en la Cruz de Jesús fue consultado por Poncio Pilato a una masa de gente cargada de violencia, la cual disipó sus tensiones individuales focalizándolas en el profeta: “Por lo cual, cuando ellos se reunieron, Pilato les dijo: ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo? Porque él sabía que lo habían entregado por envidia”.[2] Más cercano en el tiempo, cuando Estados Unidos dejó de tener un enemigo directo, decidió diluir la tensión social creando un nuevo enemigo: la droga. Timothy Leary nos lo explica así: “Nuestros políticos están padeciendo un grave síndrome de abstinencia, por falta de enemigos. Confrontando a los aparentemente insolubles problemas reales, como la decadencia de las ciudades (…) Washington se ha decidido por la alternativa de lanzar la caballería contra otro objetivo que no parece tener bajo su control (…) la persecución de los veinticinco millones de americanos que consumen, o trafican, con drogas psicoactivas”.[3] En el presente, y camuflando la violencia, cuando las tiranteces sociales de una nación comienzan a ser serias, los medios de comunicación sitúan a un criminal en primera plana y de manera continuada para que la colectividad vuelque su violencia y sus injurias contra él, olvidando así la violencia colectiva que podía estallar en cualquier momento.

Volviendo a Nosferatu, y conociendo a grandes rasgos la teoría sacrificial de Girard, se puede interpretar ahora esa actitud violenta de los habitantes de Wisborg contra Knock (también se corresponde con la teoría del francés la elección por el pueblo del más débil para el sacrificio y, en este caso, Knock en apariencia lo es) ya no como un medio para comunicarse con un Dios que les escuche y erradique la supuesta epidemia, sino como un método de supervivencia colectiva para evitar que la comunidad se devore a sí misma, focalizando su atención en un individuo concreto al que considerar culpable de los males en el momento que encuentra la mejor ocasión (en este caso, la aparición de las mordeduras como manifestación sospechosa). La conducta del vampiro Orlok, paradójicamente, termina dándonos menos miedo que el propio comportamiento humano.

[1] GIRARD, R., La violencia y lo sagrado, Anagrama. Colección Argumentos, Barcelona, 1995, p.33.

[2] Mateo 27:17

[3]LEARY,T., El trip de la muerte, Kairós, Barcelona, 1998, p.37.

Pablo Castellano

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