Confinamiento 20/05/2020: Incidente en la frontera (1949)
Supongo que si invitáramos a Donald Trump a ver una película como Incidente en la frontera (Border Incident) la despreciaría sin más y calificaría a Anthony Mann como traidor y antiamericano. Sería interesante que el pueblo americano rescatara películas como ésta o como la posterior Lone Star (1996), de John Sayles, en las que se aborda el problema de la inmigración ilegal entre Méjico y Estados Unidos con la intención de repartir la responsabilidad entre los dos países y de no culpabilizar a los «malditos tercermundistas» que hacen peligrar la riqueza del «noble» pueblo americano.
Efectivamente, se trata de un discurso que ya conocemos de memoria, pero que corresponde a una película producida en 1949. Durante semanas, multitud de braceros mejicanos esperaban en la frontera con la esperanza de entrar a trabajar legalmente en ranchos americanos y regresar a casa con unos cuantos dólares con los que alimentar a sus familias. Aprovechándose de una espera inasumible para muchos, algunas organizaciones criminales ofrecían la posibilidad de traspasar la frontera en cuestión de horas y trabajar de manera ilegal por un precio muy inferior al de mercado. Muchos de estos trabajadores morían a manos de atracadores («extrañamente» oportunos) durante su regreso a territorio mejicano.
Hablamos de temas reales con víctimas de carne y hueso. Por eso es tan importante que se haga un cine capaz de seducir al espectador y, al mismo tiempo, sembrar en su inconsciente la necesidad de luchar por los más desfavorecidos. Bajo el disfraz de un film noir y un thriller policiaco, Anthony Mann denuncia una triste realidad social cuya vigencia permanece vigente desde hace demasiado tiempo.
Si la película es excepcional en su apartado de compromiso social, también lo es en su capacidad para entretener y en el apartado cinematográfico. La dirección de Mann es ágil y dinámica. Apoyada en un guión repleto de giros argumentales, consigue una tensión narrativa que alcanza sus cotas más altas cuando entra en la ecuación la profundidad de campo y la expresividad de la fotografía en blanco y negro del siempre genial John Alton.
Como en todo buen noir, se aprecia el aroma del expresionismo en sus claroscuros y en sus contrapicados. Los encuadres tienden siempre a la economía narrativa, aprovechando el espacio para colocar a los personajes en diferentes niveles de la acción y exprimir las posibilidades narrativas del plano. Asimismo, llama la atención que la película esté protagonizada por Ricardo Montalban, un actor mejicano que contribuyó a la mayor visibilización de un colectivo tradicionalmente ignorado en Hollywood. Todo ello contribuye a la autenticidad de una película que sabe a tierra, a supervivencia y a sudor, incluso a pesar de una molesta moralina en sus instantes iniciales y de unos diálogos hablados totalmente en inglés (incluso entre mejicanos).
Carlos Fernández Castro