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Confinamiento 25/03/2020: La flor (2018)

A pesar de haber visto una sola historia de las seis que contiene La flor, última película de Mariano Llinás, no puedo dejar de compartir mi entusiasmo inicial. Emocionalmente, la sección dedicada a la momia me ha sumergido en el universo de aquellas películas de fantasía y aventuras que, a temprana edad, me transportaban a un universo mágico de historias extraordinarias. Aún alejadas de la realidad, se vivían como verdades y transmitían la tensión, la adrenalina y la excitación de estar viviendo una gran experiencia.

Arrastrando los códigos a su terreno, Llinás logra reproducir esa atmósfera típica del mejor cine americano de serie b de los años 30, 40 y 50. Sin el tono un tanto pueril de aquellas producciones, la película adopta el punto de vista de cuatro personajes femeninos que, repentinamente, se enfrentan a un gran misterio (y un peligro mayor): una momia que deben custodiar y cuya llegada a las dependencias de su lugar de trabajo coincide con una serie de sucesos macabros y desconcertantes. De una manera tan inteligente como poco frecuente, el director retrata la psicología de sus personajes principales y provoca su familiaridad inmediata con el espectador.

En este sentido, resulta magistral la comparación entre las dos compañeras de trabajo al enfrentarse a una misma situación, resuelta a través de la repetición de un mismo plano con diferentes protagonistas. Tampoco desmerece su estrategia a la hora de gestionar la irrupción de nuevos personajes en la narración. En cada una de ellas, el argumento sale reforzado e impulsado a nuevos e inquietantes pasajes. Todo es mágico en esta obra, incluso la construcción de unos personajes femeninos de un carisma inusual y un empoderamiento a juego.

Sin embargo, el premio gordo se lo lleva el propio Llinás en su labor de dirección, que impone siempre el ritmo adecuado, ya sea para crear momentos de intimidad o instantes de gran suspense. Su puesta en escena apuesta por los planos largos, el uso del teleobjetivo, que exige una minuciosa planificación, y una gestión fascinante de la profundidad de campo y el desenfoque. Todo ello representativo de su tendencia a la economía narrativa, consecuencia de una enorme creatividad y de su claridad de ideas. Como gran parte de las historias contenidas en la película, la de la momia concluye sin un desenlace a la vista del espectador. Pero créanme, no importa cuando se es consciente de estar ante el trabajo de un genio y se ha disfrutado tanto de una sensación ya olvidada. La pregunta es: ¿Importa el desenlace o es tan sólo uno de los modelos propuestos en las posibilidades infinitas de la narración?

Carlos Fernández Castro

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