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Cabalgar en Solitario (Ride Lonesome) (1959)

Nota: 9,5

Dirección: Budd Boetticher

Guión: Burt Kennedy

Reparto: Randolph Scott, James Best, Pernell Roberts, James Coburn, Lee van Cleef, Karen Steele

Fotografía: Charles Lawton Jr.

«Cabalgar en Solitario» es una muestra más del cine que Budd Boetticher desplegó a lo largo de los años 50; un cine directo, que abordaba sin rodeos los conflictos que acontecían a sus personajes y que hacía gala de una economía narrativa digna de elogio. Esta película se enmarca en la serie de western míticos que el director americano rodó junto a sus inseparables Randolph Scott y Burt Kennedy, con los que se demostró a la maquinaria hollywodiense que también se podía hacer cine de calidad con presupuestos limitados y sin tener que plegarse a las exigencias temáticas o formales de los grandes estudios.

Argumento: Ben Brigade (Randolph Scott) acaba de localizar a Billy John (James Best), un forajido que acaba de matar a un hombre por la espalda y está buscado por la ley. Una vez le detiene, emprende su camino para entregarle y recibir la recompensa que pagan por él; justo en ese momento Billy John grita a sus compañeros, que observan lo que sucede desde sus escondrijos, que avisen a su hermano Frank (Lee van Cleef) para que le libere antes de que sea demasiado tarde. Brigade llega a un puesto de vigilancia, donde encuentra a la mujer del encargado y dos forajidos que ya conocía, Sam (Pernell Roberts) y Whit (James Coburn) que casualmente han salido en busca de Billy John.

Quiero entender que el título de esta película no solo responde a la situación en que se encuentra su protagonista, sino también a como se sentía el propio director frente a la industria cinematográfica americana, que en ese momento vivía su época dorada. Brigade es perseguido por Frank, que quiere salvar a su hermano de la horca, y es acompañado por dos tipos que quieren hacerse con su prisionero a toda costa. Me gusta pensar en él como un alter ego del director; un personaje honesto, solitario, con un profundo e inquebrantable sentido de la justicia y fiel a sus principios.

Pero como en todas las películas de Boetticher, los personajes son más complejos que lo habitual y están repletos de matices; en líneas generales, sabemos qué esperar de ellos, pero gracias al magnífico guión de Burt Kennedy, todos están acompañados por un cierto componente sorpresa, que no desaparece hasta el plano final; de hecho, Kennedy construye personajes sin pasado, lo cual contribuye a esto; no sabemos cual es la motivación real de Ben ni tampoco la de sus acompañantes, porque desconocemos sus antecedentes. En ocasiones, parecemos estar presenciando una partida de ajedrez, en la que cada jugador hace sus movimientos pensando en los que pueda realizar su oponente; de nuevo, mérito de Kennedy, que no escribe su guión desde el punto de vista del protagonista únicamente -como era costumbre-, sino que ofrece conversaciones entre los dos forajidos que le acompañan, que en cierto modo les humaniza y legitiman sus intenciones. Un claro ejemplo de lo comentado es el hecho de que Sam y Whit quieran entregar a Billy John, no por la recompensa, sino por la amnistía prometida a quien lo haga, y así empezar de cero con la intención de no volver a delinquir.

Kennedy dosifica la información en su guión de una manera magistral, fundamentalmente a través de diálogos, en los que puede participar el protagonista o cualquiera de los personajes secundarios; son habituales los giros argumentales que mantienen tu atención con una gran intensidad y en ocasiones provocan que quieras levantarte del sillón y aplaudir.

A pesar de la importancia de Kennedy, la huella mas visible en esta película es la de Boetticher, que sabe traducir en imágenes los magníficos argumentos de su gran guionista. Al acabar de ver la película, tienes la sensación de haber vivido un sinfín de situaciones y permanecido varias horas frente a la pantalla. Pero la realidad es bien distinta; el marcador de tu reproductor marca 74 minutos y ahí es cuando te sorprende el inmenso talento y la increíble capacidad narrativa del director americano. Boetticher es siempre directo en sus secuencias y economiza planos siempre que puede, pero su dirección jamás resulta precipitada, sino más bien natural y fluida; no hay más que recordar el plano que abre la película, en el que Brigade se enfrenta a su futuro prisionero en menos de 30 segundos.

No sería justo dejar de comentar el magnífico trabajo de Charles Lawton Jr, cuya fotografía refleja la grandeza inabarcable de unos bellísimos paisajes, donde transcurren las aventuras de Scott y compañía. Por si esto fuera poco, este magnífico director de fotografía nos regala una serie de planos nocturnos dotados de una iluminación portentosa, gracias a los cuales Boetticher es capaz de crear el entorno de intimidad adecuado en varias de las conversaciones clave del film; y créanme, lograr eso en un territorio supuestamente tan extenso, tiene un gran mérito. La unión de todos estos genios, creó un equipo que elevaría a los altares lo que hoy conocemos como Western Psicológico.

Randolph Scott, inseparable colaborador de Boetticher desde el primer proyecto que rodaron juntos, ademas de ser un buen actor, sabía que arrimándose a él, su trabajo pasaría a la Historia del Séptimo Arte; aunque ello supusiera rebajarse a la mínima expresión el desorbitado cache que tenía por aquel entonces. Ver una película de este director es emocionante, porque de repente vuelves a recordar el por qué de la expresión: «Que grande es el Cine». Por cierto, quien avisa no es traidor: preparaos para uno de los finales más redondos de la historia del cine, os quedaréis sin palabras.

Carlos Fernández Castro

http://youtu.be/m5o55dW7nfc

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