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El Infierno del Odio (Tengoku to Jigoku) (1963)

Nota: 8,5

Dirección: Akira Kurosawa

Guión: Hideo Oguni, Akira Kurosawa, Ryuzo Kikushima, Eijiro Hishaito

Reparto: Toshiro Mifune, Tatsuya Nakadai, Kyoko Kagawa, Tatsuya Mihashi

Fotografía: Asakazu Nakai & Takao Saito

Duración: 143 Min.

El Infierno del Odio es uno de las muchos trabajos que Akira Kurosawa hizo con Toshiro Mifune. Entra dentro de la categoría de sus dramas / thrillers contemporáneos y, realizada en 1963, tiene una fuerte influencia visual de las corrientes de modernidad del cine en Europa. Escribía el crítico Roger Ebert que Kurosawa aunaba dos cualidades difíciles de encontrar en un mismo director: era un esteta visual y, al mismo tiempo, un humanista. Si realmente una característica suele excluir a la otra, es algo que se puede discutir, pero está claro que el cineasta japonés es capaz de profundizar en la cuestión humana sin perder su capacidad de experimentación en los aspectos formales.

Está dividida en actos claramente diferenciados: el desencadenante del secuestro plantea una primera parte reducida prácticamente al interior de una casa, en la que se pone a Gondo (Toshiro Mifune), importante accionista de una empresa de zapatos, en un dilema que enfrenta su humanidad contra su poder y el trabajo de toda una vida. Resuelta esta primera situación, la trama se desarrolla en largas y minuciosas secuencias de investigación, con breves apuntes sobre las consecuencias sociales y personales de la decisión de Gondo. El final de la película se centra en el seguimiento del secuestrador y se introduce en ambientes progresivamente más turbios.

Fiel a la ambigüedad que suele dar a sus personajes, Kurosawa crea desde el principio a un protagonista con matices. Gondo está obcecado en la obtención de poder y transmite los valores de competitividad a su hijo, pero detrás hay una motivación noble: Gondo respeta su trabajo, y hacerse con el control de la empresa es la manera de proteger la integridad de la misma. En una evolución coherente del personaje, Gondo manipula él mismo las maletas que la policía va a usar para hacer la entrega del dinero. Aunque la situación le haya hecho perder el poder, es capaz de renacer como trabajador.

La prueba ética de Gondo transcurre en el interior de su casa, y Kurosawa pone en escena a los personajes a lo ancho del encuadre de forma expresiva. Podemos ver en estos planos de conjunto como las miradas de los personajes evitan cruzarse, por no poder posicionarse de forma explícita, lo cual potencia la incomodidad y la tensión de la situación. En otras composiciones, Gondo aparece aislado del resto de personajes, expresando la imagen de esta forma que se tiene que enfrentar solo al dilema. También le vemos en una posición enfrentada a la de su chófer, y padre del niño secuestrado, obligando a Gondo a confrontar las consecuencias morales de la decisión que tome.

Pero la decisión vital es tomada, y entonces la narración cambia drásticamente. Ahora el cuerpo de policía toma el protagonismo, y la búsqueda del secuestrador se desenvuelve en una narración elíptica y ubicua. Las secuencias siguen siendo largas, no obstante, y domina la minuciosidad y la atención por el detalle. Podemos considerar a esta parte como un punto en el camino de las narraciones procedimentales de investigaciones, que tiene su base en M (Fritz Lang, 1931), y abre la puerta al realismo hiperdetallado de películas como Zodiac (David Fincher, 2007) o Memories of Murder (Bong Joon-Ho, 2003). Como en estas películas, la investigación se pierde a veces en puntos muertos y se alterna información que tendrá su repercusión con otra que no la tendrá.

En este acto sigue habiendo comentarios con respecto al tema que dominaba la primera parte (por ejemplo, se utiliza la posición dominante de la casa de Gondo como un símbolo de la prepotencia asociada al poder). También es la parte en la que se desata toda la experimentación estilística. El estilo se vuelve mucho más heterogéneo y la narración, más libre. Entre los usos de la técnica más destacables hay un juego con el uso del color (sí, la película es en blanco y negro); insertos breves de música que no acompañan a la acción, sino que la puntúan; seguimiento de la acción con teleobjetivos (habitual en las películas de Kurosawa); etcétera.

La heterogeneidad de la película podría ser criticada desde una perspectiva convencional del cine. Es cierto que algunos temas son inconsistentes, que la narración es a veces caprichosa y que Kurosawa prefiere fijarse en detalles estéticos que en las motivaciones y consecuencias que rodean a la trama. Sin embargo, adoptando un punto de vista que prime cualidades como la inspiración fragmentada por encima de la unidad y la coherencia, sabremos apreciar una película llena de secuencias construidas sobre una creatividad enorme. Puede que sea una película inconsistente, pero El Infierno del Odio es, también, brillante.

Hugo Poderoso Silgado

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