El pequeño fugitivo (Little Fugitive, 1953)
Nota: 9
Dirección: Ray Ashley, Morris Engel, Ruth Orkin
Guion: Ray Ashley, Morris Engel, Ruth Orkin
Fotografía: Morris Engel (B&W)
Reparto: Richie Andrusco, Richard Brewster, Winifred Cushing, Jay Williams, Will Lee, Charlie Moss, Tommy DeCanio
Duración: 80 Min.
¿Cuando fue la última vez que os sentisteis como un crío delante de una pantalla de cine? En mi caso fue durante el visionado de la parte central de El árbol de la vida. Sus imágenes apelaban a esa zona del subconsciente donde habita el recuerdo de la infancia vivida. Del mismo modo, suscitaban pensamientos basados en la experiencia y demasiado sofisticados como para ser entendidos por un menor de edad. Era una niñez representada desde la perspectiva y la nostalgia de un adulto. Su poso nada tenía nada que ver con el que habían dejado películas como Cuenta conmigo o Los Goonies, obras que ya apuntaban los primeros indicios de la adolescencia y se alejaban de la inocencia de esos primeros años.
La sensación es diferente cuando uno se enfrenta a El pequeño fugitivo, una obra que puede ser disfrutada en cualquier etapa de la vida, ya sea desde la nostalgia o desde la identificación directa del espectador. Todo ello merced a su punto de vista auténticamente infantil y a la gran capacidad de observación que demuestran sus responsables a la hora de comprender los mecanismos emocionales de un niño. Durante su visionado, son muchas las ocasiones en las que podemos sorprendernos rememorando sensaciones ya experimentadas.
Como si la puesta en escena hubiera sido diseñada por una mirada pueril, sus imágenes desprenden una inocencia poco habitual: ya sea la de un grupo de niños leyendo comics en las aceras del vecindario o la del joven protagonista pegado a su hermano mayor y reclamando la atención de sus amigos. Aún tratándose de una representación cinematográfica, todas estas escenas parecen arrancadas de la vida misma. Por un lado, recordamos la fugacidad con la que los mayores problemas desaparecían de nuestros pensamientos y nuestras fantasías se convertían en realidad. Como contrapartida, también rememoramos la capacidad de esos sueños cristalizados para convertirse en una auténtica pesadilla en un abrir y cerrar de ojos, y volver a la normalidad cinco minutos después.
Mientras tanto, Nueva York se muestra indiferente y actúa como si no estuviera siendo retratada por las cámaras de Ray Ashley, Morris Engel y Ruth Orkin. Si bien sorprende la naturalidad de una ciudad acostumbrada a ser filmada, más impresiona la interpretación de unos jóvenes protagonistas que parecen haber vivido siempre bajo la atenta mirada del objetivo. Toda esta autenticidad, junto al estilo documental empleado por los directores, facilita el impacto de un conjunto hilvanado cuidadosamente por un guión que combina costumbrismo social con suspense y explota recursos tan complejos como el cambio de protagonista para desplazar la tensión narrativa y dejar en un fuera de campo inquietante lo que verdaderamente importa al espectador.
Carlos Fernández Castro