Encanto (2021): Disney propone nuevos modelos
Parece que Disney se ha tomado muy en serio su lavado de cara respecto a ciertas cuestiones de género que chirriaban en muchos de sus clásicos -hoy día- perecederos. Las bellas y las bestias, las cenicientas y las blancanieves han dado paso a personajes femeninos que no necesitan de un romance para sentirse realizados. Les basta con aceptarse a si mismas y buscar la felicidad en su interior.
Pero a estas alturas no parece ser suficiente y el estudio del mítico roedor ha dado un paso más allá proponiendo nuevos modelos, como el de su última protagonista que, en un universo como el de Encanto, plagado de personajes dotados de los poderes más variopintos, hace gala del don de la normalidad, de la empatía y de la sinceridad, todos ellos superpoderes que hacen la vida más feliz y llevadera tanto a ella como los suyos.
A pesar de la aparente ligereza de la propuesta, sugerida por los luminosos y coloridos diseños del pueblo donde acontece la narración y el humor de su guion, Encanto reflexiona sobre cuestiones que suelen circular por el extrarradio de las temáticas habituales de estas cintas supuestamente destinadas a un público infantil. De una manera inteligente, esta película cuestiona la tiranía de Mr Wonderful y sus acérrimos, construyendo unos personajes que presumen de unas vidas perfectas amparadas en sus superpoderes y lloran las miserias de su verdadera realidad de puertas adentro.
Digamos que estos personajes son víctimas del complejo de Instagram, según el cual necesitan compensar su infelicidad a través de la envidia que provoca en los demás una vida de ensueño a base de cartón piedra. Todo ello está magníficamente representado en la película a través de una animación exhuberante y repleta de soluciones visuales que brillan por su dinamismo e imaginación, a lo que contribuyen unos números musicales deslumbrantes en su puesta en escena y emocionalmente sintonizados con cada momento de la narración en que se desarrollan.
Por otro lado, los directores y guionistas también escarban en los vicios y virtudes de la vida familiar, haciendo hincapié en la necesidad de fomentar la sinceridad, la confianza y la comprensión en una institución donde ser nosotros mismos debería ser un alivio y una imposición.
Alguien decía en el Spiderman de Sam Raimi que un gran poder entraña una gran responsabilidad, pero ese mismo personaje olvidaba decir que nadie debería verse obligado a aguantar el peso del mundo sobre sus espaldas. Por eso es perdonable que sus directores hayan pasado por alto el peliagudo conflicto humanitario que tímidamente se apunta en la secuencia inicial: la tragedia migratoria y la inadmisible postura de ciertos países frente a una problemática que afecta a un elevado porcentaje de la población mundial. Tal vez para la siguiente película.
Carlos Fernández Castro