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La Escalera de Caracol (The Spiral Staircase) (1945)

Nota: 8,5

Dirección: Robert Siodmak

Guión: Mel Dinelli (Novela: Ethel Lina White)

Reparto: Dorothy McGuire, George Brent, Ken Smith, Ethel Barrymore, Rhys Williams

Fotografía: Nicholas Musuraca

Es incomprensible que un director del talento de Robert Siodmak nunca haya recibido el reconocimiento que merece; sobre todo, si tenemos en cuenta que en su filmografía destacan joyas como «Forajidos» (The Killers), «El Abrazo de la Muerte» (Criss Cross), «El Temible Burlon» (The Crimson Pirate), «A Través del Espejo» (The Dark Mirror) o la película que nos ocupa, razones más que suficientes para reivindicar a este magnífico cineasta.

El argumento es el siguiente: Helen (Dorothy McGuire) es una joven muda, que trabaja como sirvienta en la casa de la Sra Warren (Ethel Barrymore), una mujer mayor que se encuentra muy enferma. Con ella, vive el resto del servicio y sus dos hijos (George Brent y Gordon Oliver). Cuando un asesino empieza a matar a chicas con algún tipo de discapacidad, la Sra Warren empieza a temer por la vida de Helen y, junto al Doctor Parry (Kent Smith), intentan ponerla a salvo. Pero una noche de tormenta y una serie de contratiempos empiezan a dificultarlo todo.

Robert Siodmak juega sus cartas con gran habilidad en este thriller psicológico; encierra a sus personajes en una mansión durante una noche de tormenta y los maneja como títeres, buscando siempre el conflicto entre unos y otros. Uno de los grandes aciertos de esta película reside en la tensión que mantiene a lo largo de todo el metraje; el hecho de que una amenaza desconocida aceche a la protagonista, provoca una sensación de incertidumbre que no cesa hasta la magnífica secuencia final.

El director alemán tiene la suficiente confianza en si mismo como para ir desarrollando la historia con el ritmo adecuado, sin precipitarse, tejiendo una tela de araña en la que, cuando queremos darnos cuenta, hemos quedado atrapados sin remisión. Las relaciones entre los diferentes personajes son lo suficientemente interesantes como para que el espectador se sienta atraído hacia ellas, en una primera e inocente lectura; ésta desvía la atención de lo que verdaderamente  importa: el asesino. Pero también son lo suficientemente complejas como para que su posterior evolución contribuya, de manera definitiva, a desenmascararle y a lograr resolver los conflictos que desde un principio plantea el argumento.

Carlos Fernández Castro

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